Tomado de Milenio
Quien coleccione mucho, lea mucho y quiera comprender el mundo, necesita orden. Desde Homero a James Joyce, los grandes escritores lo tenían claro y también "catalogaron" en sus obras, hicieron enumeraciones. Y tanto si se trataba de plasmar un banquete sobre un lienzo, un concilio o a un grupo de mujeres, a los pintores les encantaba igualmente poner orden a sus cuadros para expresar algo concreto y, por ejemplo, jerarquizar.
Quizá por ello pocos serían más adecuados para divagar sobre este fenómeno histórico-cultural que el ratón de biblioteca más conocido de Italia: Umberto Eco. Y de ahí nace su último libro, "El vértigo de las listas".
Aunque su inmensa comunidad de fans hubiera deseado que, tras años de espera, la pluma del autor de "El nombre de la Rosa" o "El péndulo de Focault" volviera a producir otra novela, Eco se ha sumergido en sus libros y ha profundizado en el análisis. Ya su "Historia de la belleza" y el volumen complementario y más fascinante si cabe dedicado a la fealdad fueron dos ilustrados paseos por los siglos pasados.
Ahora, "El vértigo de las listas" (Lumen), que sale a la venta el viernes en español, nace de un acuerdo entre el filósofo y escritor milanés y el museo parisino Louvre, donde protagonizará varios eventos culturales a lo largo de este mes de noviembre.
El tema de las exposiciones y conferencias podía elegirlo libremente y, para Eco, no había duda: la obsesión del hombre a lo largo de la historia por las listas, por el compendio del conocimiento. Desde el catálogo de embarcaciones que realiza Homero en su "Ilíada" pasando por los santos y plantas curativas de la Edad Media hasta la colección de objetos que Leopold Bloom guardaba en el cajón de la cocina en el "Ulises" de Joyce.
"Si yo mismo hubiera querido incluir las listas que he elaborado a lo largo de mis investigaciones en esta antología, el libro habría tenido al menos mil páginas, quizá más", dijo el autor. Pero como eso no podía ser y debía contentarse con 400 páginas, Eco tuvo que escribir un largo "etcétera".
Todo ello teniendo en cuenta al mismo tiempo que ninguna lista, ya sea sobre ángeles, demonios o escarabajos, podrá jamás considerarse completa. Pero una cosa es segura: cuando se descubría algo o una rama del saber parecía no tener fin, era necesario intentar poner orden, ya fuera de forma poética, pictórica o científica. Y cuando más amenazaba el mundo con "desorden", más urgente era -o es- ordenarlo.
La locura del coleccionista y el sentido del orden, aunque estuvieran marcados por el espíritu de cada época, se mueven a lo largo de la historia como un farolillo rojo. Toda una mina para las tardes de invierno de los auténticos ratones de biblioteca. Porque los demás se conforman con mirar las ilustraciones.
Quien coleccione mucho, lea mucho y quiera comprender el mundo, necesita orden. Desde Homero a James Joyce, los grandes escritores lo tenían claro y también "catalogaron" en sus obras, hicieron enumeraciones. Y tanto si se trataba de plasmar un banquete sobre un lienzo, un concilio o a un grupo de mujeres, a los pintores les encantaba igualmente poner orden a sus cuadros para expresar algo concreto y, por ejemplo, jerarquizar.
Quizá por ello pocos serían más adecuados para divagar sobre este fenómeno histórico-cultural que el ratón de biblioteca más conocido de Italia: Umberto Eco. Y de ahí nace su último libro, "El vértigo de las listas".
Aunque su inmensa comunidad de fans hubiera deseado que, tras años de espera, la pluma del autor de "El nombre de la Rosa" o "El péndulo de Focault" volviera a producir otra novela, Eco se ha sumergido en sus libros y ha profundizado en el análisis. Ya su "Historia de la belleza" y el volumen complementario y más fascinante si cabe dedicado a la fealdad fueron dos ilustrados paseos por los siglos pasados.
Ahora, "El vértigo de las listas" (Lumen), que sale a la venta el viernes en español, nace de un acuerdo entre el filósofo y escritor milanés y el museo parisino Louvre, donde protagonizará varios eventos culturales a lo largo de este mes de noviembre.
El tema de las exposiciones y conferencias podía elegirlo libremente y, para Eco, no había duda: la obsesión del hombre a lo largo de la historia por las listas, por el compendio del conocimiento. Desde el catálogo de embarcaciones que realiza Homero en su "Ilíada" pasando por los santos y plantas curativas de la Edad Media hasta la colección de objetos que Leopold Bloom guardaba en el cajón de la cocina en el "Ulises" de Joyce.
"Si yo mismo hubiera querido incluir las listas que he elaborado a lo largo de mis investigaciones en esta antología, el libro habría tenido al menos mil páginas, quizá más", dijo el autor. Pero como eso no podía ser y debía contentarse con 400 páginas, Eco tuvo que escribir un largo "etcétera".
Todo ello teniendo en cuenta al mismo tiempo que ninguna lista, ya sea sobre ángeles, demonios o escarabajos, podrá jamás considerarse completa. Pero una cosa es segura: cuando se descubría algo o una rama del saber parecía no tener fin, era necesario intentar poner orden, ya fuera de forma poética, pictórica o científica. Y cuando más amenazaba el mundo con "desorden", más urgente era -o es- ordenarlo.
La locura del coleccionista y el sentido del orden, aunque estuvieran marcados por el espíritu de cada época, se mueven a lo largo de la historia como un farolillo rojo. Toda una mina para las tardes de invierno de los auténticos ratones de biblioteca. Porque los demás se conforman con mirar las ilustraciones.
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