jueves, 14 de enero de 2010

Algunos relatos de Jamaica Kincaid


Negrura
Qué suave es la negrura mientras cae. Se pone en silencio y aun así ensordece, aunque no se oye otro sonido que la negrura cayendo. La negrura cae como hollín de una lámpara de pabilo descuidado. La negrura es visible y también invisible, pues veo que no puedo verla. La negrura llena un cuarto pequeño, un campo extenso, una isla, mi propio ser. La negrura no puede traerme júbilo pero con frecuencia me pone contenta. La negrura no puede separarse de mí pero con frecuencia puedo estar sin ella. La negrura no es el aire, aunque la respiro. La negrura no es la Tierra, pero camino en ella. La negrura no es agua o alimento, si bien la como y la bebo. La negrura no es mi sangre, pero me corre por las venas. La negrura entra en mis espacios de muchas ataduras y pronto la palabra y el hecho significativos retroceden y eventualmente se desvanecen: de este modo quedo aniquilada y mi forma deviene informe y soy absorbida en una inmensidad de materia que fluye. Así, quedo borrada en la negrura. Ya no puedo decir mi nombre. No puedo apuntar hacia mí y decir "yo". En la negrura mi voz está en silencio. Así, primero he sido mi yo individual, desterrado cuidadosamente de la casualidad de mi existencia, ahora soy devorada por la negrura y me hago una con ella.

Hay breves destellos de gozo presentes en mi vida diaria: la cara volteando arriba al cielo abierto, la pelota roja rebotando de una a otra manita, mientras las vocecitas reprimen la risa; las astillas naranja en el horizonte, reminiscencias del sol que se oculta. Queda la vasta quietud, temblorosa, esperando ser destrozada por las demandas de la impaciencia.

("¿Me puedo comer el pan sin la corteza?"

"Pero si hace tanto que dejó de gustarme el pan sin corteza.")

Toda clase de sentimientos se encuentran encerrados en mi pecho humano y toda clase de sucesos los convocan a salir.

Cuánto me asusté una vez al mirar abajo para ver un objeto de forma rara y color ceniza que tardé en reconocer como una pequeña parte de mi propio pie. Y qué poderoso encontré entonces aquel momento. Ya no era una conmigo misma y me sentí aparte de mí, como una sustancia quebradiza, estallada y destrozada, y cada una de sus partes sin conocimiento de las demás. Y entonces me agarro a un objeto común y familiar (mi lámpara, sin encender, sobre la limpia superficie del mantel), hasta que me estabilizo, ya no a mitad del mar en una barcaza, y las olas crueles e indomables. ¿Cuál es mi naturaleza? Pues en el aislamiento soy toda propósito y laboriosidad y determinación y prudencia, como si fuera la única sobreviviente de una especie cuya historia evolutiva puede rastrearse hasta lo más remoto de la antigüedad; en aislamiento aro toscamente los silencios profundos, buscando mis oportunidades como el minero busca las vetas de un tesoro. ¿En el espacio de qué cercana astilla de luz encontraré qué destello de gloria?

La rígida, pedregosa superficie montañosa, se convierte en verde arroyo rodante, y en manantial de agua clara, de origen misterioso y belleza y propósito constantes, absorbe toda clase de existencia atribulada en busca de consuelo. Y una y otra vez, el corazón --enterrado como nunca en el humano pecho--, sus cuatro cámaras expuestas al amor y el gozo, el dolor y los pequeños dardos que entre tanto caen con desesperación.

Escucho la voz silenciosa; se para al otro lado de la negrura y sin embargo no se opone a ella, porque el conflicto no está en su naturaleza. Sacudo mi rebozo de odio. Nuevamente enamorada me dirijo a la voz silenciosa. Me paro dentro de ella, la voz silenciosa me cubre. Y lo hace tan completamente que incluso borra de la memoria la negrura. Vivo en silencio. El silencio no tiene fronteras ni cercas los pastizales. El león merodea los continentes. Los continentes no están separados. A través de la tierras bajas sin diques va el río. Las montañas no se rompen más. Dentro de la voz silenciosa, no hay profundidad misteriosa que me separe; ninguna visión es tan distante como para removerme el recuerdo. Escucho la voz silenciosa. Qué suavemente cae y captura en sí todo lo que existe. En la voz silenciosa dejo de ser "yo". En la voz silenciosa al fin estoy en paz. En la voz silenciosa, al fin me borro.


Chica


El lunes lava la ropa blanca y déjala sobre la
pila de piedra; el martes lava la ropa de color y
ponla a secar en el tendedero; no andes a pleno
sol con la cabeza descubierta; fríe los buñuelos de
calabaza en aceite de oliva muy caliente; pon en
remojo tus paños menores en cuanto te los quites;
cuando compres algodón para hacerte una bonita
blusa, asegúrate de que no lleva acrílico, pues al
lavarlo perdería la caída; antes de cocinarlo, deja
el pescado salado en remojo durante toda la noche;
¿es verdad que cantas benna en la escuela
dominical?; come siempre de forma que a nadie
se le revuelva el estómago al mirarte; los domingos,
intenta caminar como una señora, y no como
la guarra en la que tienes tanta tendencia en convertirte;
no cantes benna en la escuela dominical;
no debes hablar con esos golfos, ni siquiera para
increparles; no comas fruta por la calle: las moscas
te perseguirán; «pero si yo nunca canto benna los
domingos, y mucho menos en la escuela dominical
»; así se cose un botón; así se hace un ojal para
el botón que acabas de coser; así tienes que arreglar
el dobladillo de un vestido cuando veas que
empieza a descoserse para evitar tener el aspecto
de la guarra en la que sé que te convertirás si no
dominas tus inclinaciones naturales; así debes
planchar la camisa caqui de tu padre para que no
quede ni una arruga; así debes planchar los pantalones
caqui de tu padre para que no quede ni una
arruga; así se cultiva el kimbombó: lejos de la
casa, pues el árbol del kimbombó constituye un
excelente cobijo para las hormigas rojas; cuando
cultives taro, asegúrate de que tiene siempre agua
en abundancia, de lo contrario te picará la garganta
al comerlo; así se barre un rincón; así se barre
toda la casa; así se barre un patio; así se le sonríe a
alguien que no te gusta demasiado; así se le sonríe
a alguien que no te gusta en absoluto; así se le
sonríe a alguien de quien te gusta todo; así se prepara
la mesa para tomar el té; así se prepara la
mesa para la cena; así se prepara la mesa para una
cena a la que asistirá un invitado importante; así
se prepara la mesa para el almuerzo; así se prepara
la mesa para el desayuno; así hay que comportarse
en presencia de hombres que no te conocen
demasiado bien, de ese modo no notarán
de inmediato que eres la guarra en la que ya te advertí
que no debes convertirte; asegúrate de lavarte
todos los días, aunque sea con tu propia saliva;
no te pongas en cuclillas para jugar a las canicas: tú
no eres un chico, eso ya lo sabes; no aceptes flores
de la gente: podrían contagiarte algo; no les tires
piedras a los mirlos, pues puede que en realidad
no se trate en absoluto de mirlos; así se hace un
pudín de leche y pan; así se hace la doukona; así se
prepara un pimentero; así se hace una medicina
buena para el resfriado; así se hace un buen medicamento
para desembarazarse de un niño antes
de que siquiera se haya convertido en un niño; así
se pesca un pez; así se devuelve al agua un pez
que no te gusta, pues de esa forma evitarás que
ninguna maldición caiga sobre ti; así se intimida a
un hombre; así te intimidan a ti los hombres; así
se ama a un hombre, y si eso no funciona, existen
otras formas, y si éstas tampoco funcionan, no te
sientas demasiado mal por tener que renunciar a
él; así se escupe al aire si te apetece hacerlo, y así
de rápido hay que moverse para que tu propio escupitajo
no te caiga encima; así se consigue que el
dinero llegue a fin de mes; aplasta siempre el pan
para comprobar que es tierno; «¿y si el panadero
no me deja tocar el pan?»; ¿me estás diciendo
que, después de todo, vas a convertirte realmente
en el tipo de mujer a la que el panadero no deja ni
acercarse al pan?


Jamaica Kincaid nació en Saint John's (Antigua y Barbuda) el 25 de mayo de 1949.

Cuando en 1984 se publicaron en Londres los cuentos de Kincaid de "At the Bottom of the River" (Al fondo del río), Susan Sontag escribió: "estos espléndidos relatos de deseo personal y cósmico me parecen más emocionantes que cualquier otra prosa que haya yo leído en un escritor del continente americano". Sontag también ha dicho de Kincaid: "es uno de los pocos autores actualmente escribiendo en inglés que yo quisiera leer siempre", según reseña de La Jornada.

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