sábado, 16 de mayo de 2009

El "gallo pinto" de Ednodio Quintero


A Eduardo García Aguilar


Mi tío tenía un gallo pinto que se alimentaba de alacranes vivos, Un domingo de Ramos el gallo amaneció cantando y aleteando, eufórico, alborozado, como si celebrara algún sueño grato. Mi tío se contagió con la alegría del gallo. Le tanteó las patas ‑que le transmitieron una oleada de calor‑, y mirando el cielo sin nubes decidió que el día era propicio para poner a prueba la capacidad guerrera de aquel soberbio animal de alas negras, pecho atigrado y espuelas de marfil.
En la gallera bulliciosa la estampa del pinto impresionó a los apostadores, que se movían inquietos en sus asientos de madera mientras mi tío aguardaba desafiante en el centro del ruedo. De la primera fila se levantó un viejo patilludo, ojos como brasas, sombre­ro ladeado, que sostenía entre sus manos un hermoso gallo pareci­do a un águila. Con voz ronca, atronadora, se dirigió a mi tío: “Mi marañón contra su pinto, don Marcos, al bulto y sin igualar espuelas”.
El combate fue breve y habría de prolongarse para siempre en la memoria de los espectadores, pues, a los primeros aletazos del cuerpo del gallo pinto comenzaron a brotar alacranes que en un instante devoraron al marañón. En la confusión que antecedió a la desbandada salieron a relucir puñales, garrotes y algún revólver de cañón ahumado. Se escuchó el ruido seco de un disparo, y mi tío se desplomó, largo y pesado como un cedro de las montañas. Gritos, resoplidos, maldiciones. Luego el silencio. Y del pico y de las alas Y de la cola reluciente del gallo pinto continuaron brotando alacranes, que se comían los portones y las vigas, los árboles de la plaza, el puente colgante, las estatuas.

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