lunes, 2 de noviembre de 2009

Se silenció la voz de Alda Merini


La poetisa Alda Merini, de 78 años, considerada la última gran exponente de este genero en Italia, falleció este domingo en el hospital San Paolo de Milán tras una larga enfermedad, informaron los medios de comunicación.

Merini dedicó su obra a los excluidos y a quienes sufren y sobre todo a la locura, dado que ella tuvo que ser internada durante un periodo en un centro de enfermos mentales. Estaba considerada la más grande poeta italiana viviente y una de las grandes escritoras del siglo XX en el país.
Comenzó a publicar poesías con tan solo 15 años y su primer libro, "La presenza di Orfeo" (1953), obtuvo los aplausos de la crítica, que hablaba de una "niña prodigio", que sin embargo tuvo grandes problemas en la escuela.
Su vida y su obra están marcados por una alternancia entre locura y lucidez, como se muestra en la que está considerada su gran obra "La Terra Santa" (1988), con la que ganó varios premios.
En otras de su obras, como "Delirio amoroso" (1989) e "Il tormento delle figure", la poeta describe la perdida de los sentidos con el amor. El amor y el sufrimiento que conlleva será también el tema de libros como "Vuoto d'amore" (1991) o "Ipotenusa d'amore" (1992). Otras de sus obras son "La pazza della porta accanto" (1995), "Folle, folle, folle d'amore per te" (2002) y sus últimos trabajos se publicaron en 2003, "Più bella della poesía è stata la mia vita", y 2005, "Nel cerchio di un pensiero (teatro per voce sola)".
En 1996 había sido propuesta para el premio Nobel de Literatura, una candidatura apoyada sobre todo por el premio Nobel italiano Dario Fo. "Era una extraordinaria figura poética, entre las mas grandes de Italia. Por eso participé activamente en su candidatura al Nobel", declaró Fo.
El ministro de Cultura italiano, Sandro Bondi, explicó que Alda Merini era una de las poetas mas grandes del postguerra. "Su voz era insólita y fuera de los esquemas".

La poesía femenina italiana de la segunda mitad del siglo XX está representada fundamentalmente por la obra de tres autoras: Antonia Pozzi, Alda Merini y Cristina Campo. Pozzi se suicidó a los 27 años, había sido compañera de Vittorio Sereni en la Universidad de Milán. Su obra póstuma Parole (1930-1938) que lleva un prólogo de Montale, incluía toda su producción poética. Los versos de Antonia Pozzi están imbuidos de una espiritualidad ajena a lo cotidiano. Cristina Campo es el seudónimo de Vittoria Guerrini. Introdujo en Italia la obra de la Mansfield, Virginia Woolf y otras autoras. La prosa fantástica y aforística, así como la poesía de inspiración religiosa, han sido sus géneros más practicados. Esta tríada puede completarse con los nombres de otras autoras interesantes como Daria Menicanti -traductora de Silvia Plath-, Luciana Frezza (1926- 1992) y Vivian Lamarque. Alda Merini (Milán, 1931) salió muy pronto a la palestra. Montale y Spaziani la incluyeron en la antología Poetesse del Novecento (1951), Spagnoletti en Poesía italiana contemporánea (1959) y Salvatore Quasimodo en Poesía italiana del dopoguerra (1958). Durante los años cincuenta y sesenta editó libros como La presenza di Orfeo (1953), Paura di Dio (1955), Nozze Romane (1955) y Tu sei Pietro (1961), para luego desaparecer por casi dos décadas debido a una enfermedad mental que la recluyó en Villa Fiorita, un manicomio a las afueras de la ciudad de Milán.

Precisamente de esa vivencia surgen los versos de La Tierra Santa (1984). La locura, para Merini, es la negación de la realidad o el exceso de la misma. L'altra veritá. Diario di una diversa (1992) es también un documento excepcional de aquellos años de bajada al inframundo. Giorgio Manganelli, uno de los más viejos amigos y valedores de la escritora, se refirió a este Diario como la expresión de 'lo numinoso del ser humano que trasciende a lo infernal'. La Tierra Santa es una poesía de pensamiento, 'pensamiento, ¿dónde echas raíces? / ¿En mi alma loca / o en mi vientre roto?'. Es una poesía filosófica cuyos temas obsesivos a veces se cuentan de una manera narrativa, por ejemplo, en el 'nº 40', la violación-nacimiento y enajenación de la niña producto de aquel acto violento, 'Mi primera vejación como mujer / ocurrió en un rincón oscuro / bajo el calor impetuoso del sexo, / y sin embargo nació una tierna niña / de sonrisa dulcísima / y todo fue perdonado. / Pero yo no perdonaré jamás / y aquella criatura me fue arrancada del seno / y encomendada a manos más santas, / pero fui yo quien resultó ultrajada, / yo quien ascendió más allá de los cielos / por haber concebido una génesis'. El manicomio para Alda Merini es un lugar que está más allá de la vorágine del sueño, un espacio en donde alguien se refugia del feroz engaño de la vida, es 'el Monte Sinaí, / maldito, en el cual recibes / las tablas de una ley / por los hombres ignorada', en definitiva una tierra fértil y desértica a la vez. Cárcel-manicomio-convento-monasterio-cenobio-celda, '¿por qué me aterra la inmovilidad?'.

Merini mezcla magistralmente metáforas, lugares, tiempos, historias, personajes y paisajes procedentes de la mitología clásica (Dafne, Orfeo, Medusa), de la Biblia (Aarón, Moises... 'Conocí Jericó / yo también tuve mi Palestina / los muros del manicomio / eran los muros de Jericó...') y los Evangelios (el Jordán, Cristo...). Pero de entre todo este elenco, Merini está más cerca de Eurídice, 'quédate, quizá podrías ser el Orfeo / que de nuevo viene a rescatarme de la nada'. Orfeo-Cristo-Dios, la locura nos acerca a lo incognoscible para interpretarlo. En el manicomio todo es sagrado, todo es visto en estado de ebriedad. Como una sibila, como un oráculo, como en el éxtasis, Merini se expresa a veces a través de un verso-melopea. El poeta así se transforma en un poseso, en un mártir que trata de deshacerse del cuerpo para encontrar la esencia del conocimiento, 'cuerpo, ludibrio gris / con tus deseos escarlata, / ¿hasta cuándo me aprisionarás?'. Es curioso que la palabra muerte no aparezca en ningún poema. A pesar del terrible dolor que expresa este libro, el amor, el sexo, el afecto, la conmiseración, la piedad, contribuyen a la esperanza de reintegración en la vida, 'y después, cuando amábamos / nos daban los electrochoques / porque, decían, un loco / no puede a nadie amar'. Alda Merini no se deja llevar por lo irracional, por lo surreal, sino por el misticismo. Busca una razón, un fin, un sentido a ese dolor que no tiene mañana porque está siempre presente.

Algunos poemas de Alda Merini

Encendí una fogata
en mis noches de luna
para llamar a los huéspedes
como hacen las prostitutas
en la orilla de ciertas carreteras,
pero nadie se detuvo a mirar
y mi fogata se apagó.

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El triste baño de la mañana,
cuerpos desilusionados,
carnes que decepcionan,
alrededor del lavabo
la negra peste de las cosas infames.
Oh, este temblor de carnes obscenas,
y este frío oscuro
y el caer más inhumano
de una enferma sobre el pavimento.
Éste el tráfico que la estratosfera nunca conocerá,
ésta la infamia
de los cuerpos desnudos puestos a arder
bajo la luz atávica del hombre.

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Cuando entré
tres ojos me recogieron
dentro de sus esferas,
tres ojos duros enloquecidos
de enfermas dementes:
entonces yo perdí los sentidos
entendí que aquel lago azul
era un pantano cenagoso
de desperdicios triturados
en el que me ahogaría.

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