sábado, 12 de septiembre de 2009

"145" de Alfredo Armas Alfonzo


La chivera de Idumea y la casa de Idumea quedan cerca del matadero donde los zamuros se pasean como si estuvieran en un entierro sobre los mondongos y las panzas hasta que a fuerza de picotazos logran agujerearlos para revolverles su contenido verde, acidulento y ostentoso. Idumea nos hace esperar en la salita, sentados en sillas de cuero donde a más de uno le quedan colgando los pies y desaparece tras los tranqueros con una poncherita con agua jabonosa y un trapo.
Entonces nos va llamando uno por uno, mientras ella de pie ya en el corredor lleno de matas de turiara va percibiendo cada locha y guardándola en su ancha faltriquera festoneada. Uno a uno, sin carreras. Moneda tras moneda. Ninguno puede levantarse entretanto no lo llame.
Todos los sábados Idumea sabe que puede contar con once lochas. Sólo una vez Idumea que llevaba contados nueve muchachos, recontó siete lochas, pero no fue sino un error de ella.
Esa sola chiva de Idumea, además de los once reales mensuales, le da casi litro y medio de leche diariamente.

De El osario de Dios (1969)

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