Primera condición de la desesperanza es la lucidez. Una y otra se complementan, se crean y afirman entre sí. A mayor lucidez mayor desesperanza y a mayor desesperanza mayor posibilidad de ser lúcido. A reserva, desde luego, de que esta lucidez no se aplique ingenuamente en provecho propio e inmediato, porque entonces se rompe la simbiosis, el hombre se engaña y se ilusiona, «espera» algo, y es cuando comienza a andar un oscuro camino de sueños y miserias.
Segunda condición de la desesperanza es su incomunicabilidad. Heyst será siempre para los demás, el Hechizado, el Loco, el Solitario de Samburán. Ni su íntimo amigo Morrison, por quien sabemos toda la historia, comprenderá nunca el secreto mecanismo de su conducta ni la razón soterrada de su destino. La desesperanza se intuye, se vive interiormente y se convierte en materia misma del ser, en substancia que colora todas las manifestaciones, impulsos y actos de la persona, pero siempre será confundida por los otros con la indiferencia, la enajenación o la simple locura.
Tercera característica del desesperanzado es su soledad. Soledad nacida por una parte de la incomunicación y, por otra, de la imposibilidad por parte de los demás de seguir a quien vive, ama, crea y goza, sin esperanza. Sólo algunas mujeres, por un cierto secreto y agudísimo instinto de la especie, aprenden a proteger y a amar a los desesperanzados. Esta soledad sirve de nuevo para ampliar el campo de la desesperanza, para permitir que en la lenta reflexión del solitario, la lucidez haga su trabajo, penetre cada vez más escondidas zonas, se instale y presida en los más recónditos aposentos.
Cuarta condición de la desesperanza es su estrecha y peculiar relación con la muerte. Si bien lo examinamos, el desesperanzado es, a fin de cuentas, alguien que ha logrado digerir serenamente su propia muerte, cumplir con la rilkeana proposición de escoger y moldear su fin. El desesperanzado no rechaza la muerte; antes bien, detecta sus primeros signos y los va ordenando dentro de una cierta particular secuencia que conviene a una determinada armonía que él conoce desde siempre y que sólo a él le es dado percibir y recrear continuamente.
Por último ‑y aquí se presenta la ineficaeia de la palabra que he escogido para nombrar esta charla‑ nuestro héroe no está reñido con la esperanza, lo que ésta tiene de breve entusiasmo por el goce inmediato de ciertas probables y efímeras dichas, por el contrario, es así como sostiene ‑repito‑ las breves razones para seguir viviendo. Pero lo que define su condición sobre la tierra, es el rechazo de toda esperanza más allá de los más breves límites de los sentidos, de las más leves conquistas del espíritu. El desesperanzado no «espera» nada, no consiente en participar en nada que no esté circunscrito a la zona de sus asuntos más entrañables.
Tal vez desesperanza no sea la palabra para nombrar esta situación, en vano he buscado otra y queda al arbitrio de cada uno de ustedes escoger la que mejor se ajuste a las condiciones que acabo de enumerar.
Tal vez desesperanza no sea la palabra para nombrar esta situación, en vano he buscado otra y queda al arbitrio de cada uno de ustedes escoger la que mejor se ajuste a las condiciones que acabo de enumerar.
1 comentario:
Hola, me gustaría saber dónde puedo encontrar el archivo original.
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