El autor quiso hacer fortuna allí a los 24 años. Esa dura vivencia marcó su obra posterior.
Tomado de El Clarín
Asociar el Chaco a Quiroga es una gran cosa -para el Chaco-. Aprovechar el año y medio que el escritor vivió en el monte chaqueño para señalar un punto de inflexión en su obra es sin dudas una hazaña. Una oportunidad que no se le escapó al Instituto de Cultura Chaqueño, que acaba de reunir siete relatos del cuentista en el libro Cuentos de la Llanura y del Monte Chaqueños.
Una hazaña, sí, las pesquisas de la profesora Alejandra Liñan, el escritor Aledo Meloni y la licenciada Graciela Barrios, el equipo que le siguió los pasos a este Quiroga de 24 años cuando se mandó a cazar fortuna al Chaco, cuando el Chaco aparecía en los mapas -y en las mentes- como una tierra inhóspita, oscura, impenetrable, como el sugestivo nombre de sus bosques.
Ahora ¿qué aporte le hace este recorte a la obra del autor de los Cuentos de la Selva, hasta ahora emparentado con la provincia de Misiones donde ambientó lo más grueso de su producción?
Quiroga llegó al Chaco en 1904 con la cola de una herencia que se había gastado en París. Ni bien cobró el dinero que le dejó su padre, el tipo partió a Europa como un dandy. Visitó la Exposición Universal y se codeó con la bohemia modernista que lideraba Rubén Darío. Pero la ilusión se esfumó con el dinero, y al cabo de cuatro meses Quiroga estaba de vuelta, con una mano atrás y la otra agarrando fuerte el fajo de siete mil pesos que le quedaba y que decidió invertir en una chacra en El Saladito, a 7 kilómetros de Resistencia. Su objetivo: convertir este páramo de paja y palmera en un campo de algodón.
Ya conocía el nordeste. Pero fue en el Chaco donde por primera vez se internó en la naturaleza virgen, lo que hoy llamaríamos un paraíso perdido pero que entonces resultaba un infierno.
Del registro de sus cartas y de estos relatos resulta una veta poco romántica: la del hombre de negocios. "Quería hacerse rico -sentencia Meloni-. Vino seducido por la promesa de tierras y mano de obra baratas (los indios)".
Y en dos de estos cuentos nuestro hombre repite esa palabra: "Especulación". El mármol inútil es el retrato de un escultor porteño, devenido productor algodonero. El protagonista sueña que, con siete mil pesos -la suma que invirtió Quiroga-, amasaría, al cabo de tres años, cien mil billetes grandes. Sin moralinas, se revelanlas elucubraciones de un artista urbano al que los indios quieren estafar y a quienes él también quiere estafar.
"El Chaco le dio el paisaje que después recreó en Misiones con mucha mayor riqueza", señala Meloni. Los cuentos dan cuenta del trabajo odioso de criollos e inmigrantes, del cansancio extremo y la angustia desesperada, la comida infame, los mosquitos, las víboras y un calor capaz de dejarnos ciegos.
Quiroga perdió todo. "El Chaco, un chasco", desliza en El monte negro. Pero si para algo le sirvió este período fue para consolidar ese estilo que lo puso en las bibliotecas para siempre.
Esa es la tesis de Liñan: "La experiencia de la soledad, el esfuerzo que le demandaba la autosubsistencia y el trabajo de campo le significaron un giro existencial que se corresponde con su obra", opina la compiladora. En paralelo corren las búsqueda profundas en el plano de la escritura, que se reflejan en la comunicación epistolar con sus amigos.
Liñan define: "En estos años sus preferencias cambiaron del modernismo y el simbolismo al naturalismo y el realismo".Justamente, en este rancho de mala muerte, Quiroga le escribía a su amigo José María Fernández Saldaña: "La única belleza posible en esos casos es que los personajes sientan lo que deben sentir. ¿Sincerista? No, querido. Quiero solamente que al pan se le llame pan, y al vino, vino".
No hay comentarios:
Publicar un comentario