viernes, 19 de junio de 2009

La vida en las imágenes de Annie Leibovitz

La compañía de Susan Sontag, al igual que la ausencia que dejó su muerte, palpitan en el trabajo fotográfico de Leibovitz

Tomado de El Mundo
Annie Leibovitz mira sus propias fotografías con un punto de distancia. Concentrada no en lo que está viendo, sino en aquello que ha vivido en cada una de sus imágenes. Suele pasar con algunos fotógrafos: lo que importa de una instantánea late por debajo, allí donde comienza esa magia de lo que no se ve, una historia, una aventura, un mensaje, una huella, un amor.

Leibovitz (Connecticut, 1949) forma parte de la íntima tribu de fotógrafos que ha hecho de su trabajo un referente global. El retrato, el paisaje, la escena íntima, el 'glamour' desmedido de las estrellas de cine, el lujo... Todo esto conforma el ADN de su obra. Ha retratado a la Reina de Inglaterra y a Keith Haring, a Demi Moore embarazada, a Brad Pitt o la agonía de su padre, un cuerpo acribillado en Sarajevo y un atardecer color azafrán desde una orilla del Nilo. Algunas de estas imágenes han sido portadas de 'Vanity Fair', de 'Vogue', de las mejores revistas. Comenzó en 'Rolling Stone' en los años 70. E inauguró una forma de mirar con algo de punk y un volcán en las córneas.

Según consenso, una de las mejores portadas del siglo XX viene firmada por ella. Fue en 'Rolling Stone', con aquella foto en la que John Lennon desnudo se abraza en el suelo al cuerpo tumbado de Yoko Ono, vestida. Era el 8 de diciembre de 1980. Ese mismo día, cinco horas después, Mark David Chapman descargó seis 'plomos' en el enjuto cuerpo del músico cuando entraba en el portal de su casa, en el edificio Dakota de Nueva York.
Pero si hay una presencia que gravita por el aire de la exposición es la de la escritora estadounidense Susan Sontag, su amante, su cómplice, su compañera. "Era una mujer maravillosa", dice con un punto de nostalgia.

Es más que una fotógrafa de moda. Es más que un ojo educado con precisión para sacar de una imagen publicitaria el caldo de algo nuevo. Es, esencialmente, una exploradora febril de rostros y de escenas, capaz de traspasar la anécdota para enseñar lo que hay por debajo de la piel del mundo. Hasta el próximo 3 de septiembre muestra en la Sala de Exposiciones de la Comunidad de Madrid, una exposición reveladora de sus últimos 15 años en el oficio: 'Annie Leibovitz: vida de una fotógrafa. 1990-2005', impulsada por la Consejería de Cultura.

"Es una auténtica revolucinaria de la fotografía", comentó Esperanza Aguirre, presidenta de la Comunidad, en la presentación de la muestra. Al lado, Annie Leibovitz sonreía. Metro ochenta de estatura, la melena rubia y suelta, ojos de voracidad detrás del perímetro breve de las gafas. Las manos grandes de foquista. El verbo rápido para ir dando alguna pista más sobre sí misma, sobre su trabajo, sobre la vida: "Qué misterio la vida, ¿eh?", apunta con una mueca interrogante.


Las palabras de Leibovitz
Considera que lo que tiene que decir lo cuentan mejor en su obra, por eso no concede (casi nunca) una entrevista.
- Esta exposición despliega una parte muy íntima de su vida, ¿de algún modo es un exorcismo que había que hacer?
- Bueno, exorcismo es una palabra dura... Es curioso, antes pensaba en las fotos personales que hay en la muestra (incluso en las que no hay) y lo que veo en verdad es un enorme amor. Me siento muy afortunada de poder haber hecho todo este trabajo. Para mí no es algo que ahora vea con distancia, sino que lo siento como algo que me acompaña, que viaja conmigo. ¡Qué privilegio! A veces pienso que nosotros, los que están en las fotografías, incluso las fotografías terminaremos siendo lo mismo: polvo.
- Susan Sontag es una presencia del algún modo constante en la muestra...
- A través de las instantáneas entiendo algo más de la relación que he tenido con Susan. Entiendo así la fotografía como parte de esta relación. Y me sucede lo mismo con los retratos de mi padre. ¿Qué relación tuve con él? Pues lo voy entendiendo a través de ciertas imágenes íntimas. Más que una memoria de mi vida, mis fotos son una evidencia, una prueba de mi existencia.
- ¿Diría que todo esto es un autorretrato vital y sentimental?
- Lo es. La fotografía es un medio maravilloso. Ahora, con estas instantáneas rodeándonos, estamos lo más cerca posible de lo que yo soy. Y de algún modo ellas nos dicen las miles de formas diferentes en que puedes utilizar una imagen, cómo dirigirla. Aquí hay fotos personales y de encargo, pero en mi caso son dos vertientes que se equilibran, incluso que se necesitan, una tira de la otra.
- Pero lo que más se conoce de usted es esa obra de encargo.
- Cierto. Y mucha parte de esa obra creo que es basura, pero luego hay una parte muy buena. Me doy por satisfecha si hago cinco fotos buenas en un año. Conozco la diferencia entre una buena foto y otras de circunstancias... Pero el verdadero trabajo personal es la edición del material.
- ¿Trabaja con la misma libertad que en los años 70, cuando hacía aquellas portadas tan insólitas para 'Rolling Stone'?
- Creo que mantengo esa libertad, pero con la responsabilidad de los años y del tiempo también crecen los miedos. La semana próxima tengo un trabajo y ya estoy nerviosa, pensando cómo lo voy a resolver. Aunque usted me pregunta por aquellos trabajos míos de los años 70... Entonces yo era una niña... Me gusta ver aquellas fotos, pero no olvido la edad que tenía entonces, ni la ingenuidad. Lo que me gustaba entonces era ser joven, no tener prejuicios, lanzarme a los retos de cabeza. Pero llegar a una edad como la mía me permite saber realmente lo que hago. Eso es mucho más interesante. No quiere decir que pierdas pasión, pero entran en juego muchas variables que te pone delante la vida.
- Además de la capacidad de observación, sus instantáneas buscan una profundidad psicológica.
- Eso es lo que me gusta conseguir. De eso depende la perdurabilidad de una imagen, sólo así puede incluso modificar tus ideas sobre un paisaje concreto o sobre alguien.

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