jueves, 10 de diciembre de 2020

"El cerdito" de Juan Carlos Onetti


La señora estaba siempre vestida de negro y arrastraba sonriente el reumatismo del dormitorio a la sala. Otras habitaciones no había; pero sí una ventana que daba a un pequeño jardín parduzco. Miró el reloj que le colgaba del pecho y pensó que faltaba más de una hora para que llegaran los niños. No eran suyos. A veces dos, a veces tres que llegaban desde las casas en ruinas, más allá de la placita, atravesando el puente de madera sobre la zanja seca ahora, enfurecida de agua en los temporales de invierno.

Aunque los niños empezaran a ir a la escuela, siempre lograban escapar de sus casas o de sus aulas a la hora de pereza y calma de la siesta. Todos, los dos o tres, eran sucios, hambrientos y físicamente muy distintos. Pero la anciana siempre lograba reconocer en ellos algún rasgo del nieto perdido; a veces a Juan le correspondían los ojos o la franqueza de ojos y sonrisa; otras, ella los descubría en Emilio o Guido. Pero no trascurría ninguna tarde sin haber reproducido algún gesto, algún ademán de nieto.

Pasó sin prisa a la cocina para preparar los tres tazones de café con leche y los panqués que envolvían dulce de membrillo.

Aquella tarde los chicos no hicieron sonar la campanilla de la verja sino que golpearon con los nudillos el cristal de la puerta de entrada, la anciana demoró en oírlos pero los golpes continuaron insistentes y sin aumentar su fuerza. Por fin, porque había pasado a la sala para acomodar la mesa, la anciana percibió el ruido y divisó las tres siluetas que habían trepado los escalones.

Sentados alrededor de la mesa, con los carrillos hinchados por la dulzura de la golosina, los niños repitieron las habituales tonterías, se acusaron entre ellos de fracasos y traiciones. La anciana no los comprendía, pero los miraba comer con una sonrisa inmóvil; para aquella tarde, después de observar mucho para no equivocarse, decidió que Emilio le estaba recordando el nieto mucho más que los otros dos. Sobre todo con el movimientos de las manos.

Mientras lavaba la loza en la cocina oyó el coro de risas, las apagadas voces del secreteo y luego el silencio. Alguno caminó furtivo y ella no pudo oír el ruido sordo del hierro en la cabeza. Ya no oyó nada más, bamboleó el cuerpo y luego quedó quieta en el suelo de su cocina.

Revolvieron en todos los muebles del dormitorio, buscaron debajo del colchón. Se repartieron billetes y monedas y Juan le propuso a Emilio:

—Dale otro golpe. Por si las dudas.

Caminaron despacio bajo el sol y al llegar al tablón de la zanja cada uno regresó separado, al barrio miserable. Cada uno a su choza y Guido, cuando estuvo en la suya, vacía como siempre en la tarde, levantó ropas, chatarra y desperdicios del cajón que tenía junto al catre y extrajo la alcancía blanca y manchada para guardar su dinero; una alcancía de yeso en forma de cerdito con una ranura en el lomo.


sábado, 18 de mayo de 2019

"Mi hija y el pastel de manzana” de Raymond Carver

Me sirve una rebanada recién
salido del horno. Flota vapor
de las rendijas. Azúcar y canela
en polvo se caramelizan en la corteza.
Pero ella trae esos anteojos oscuros
en la cocina a las diez de la mañana
-todo está bien-
mientras ella me observa cortar
un trozo, llevarlo a mi boca
y soplar. La cocina de mi hija,
en invierno. Encajo el tenedor en el pastel
y pienso en mantenerme lejos.
Ella dice que lo ama. No podría
ser peor.

sábado, 23 de marzo de 2019

"Diálogo con el perseguidor" un cuento de Enrique Anderson Imbert

Por los espejos, Ramón entreveía que alguien lo acechaba desde atrás. También, a las espaldas, oía un rumor, sentía una respiración. Si se daba vuelta, nada. Pero empezó a conversar con su perseguidor, a toda hora. Y acabó por andar de lado, como un cangrejo. Así lo conocimos, curvado hacia la derecha, con la cabeza torcida, con la boca murmurando por un costado, derramando azul por un ojo extrañamente agrandado, en diálogo con el demonio invisible que siempre le pisaba los talones.



domingo, 25 de octubre de 2015

Acerca de la crónica

“La crónica es descripción y es invención del mundo (…) Sin invención no hay crónica, pero sin descripción tampoco y es en el equilibrio donde se verifica la condición literaria del género”,   Carlos Monsivais, escritor y cronista mexicano.



Muchos discuten a la hora de definir este género, porque se pasea entre lo periodístico y lo literario. Lo cierto es que permite contar historias reales incorporando recursos de estilo y de lenguaje que no suelen estar presentes en otra clase de piezas periodísticas.

Requiere una investigación y recopilación de hechos sobre los cuales será construido el texto.

Cuenta con las voces de los protagonistas de los hechos o con elementos de investigación que ayudan a darles voz.

Recrea la realidad, pero sin comprometer la veracidad de lo ocurrido. El cronista colombiano Alberto Salcedo Ramos afirma “no debes reemplazar hechos con retórica”.

Quien escribe la crónica le abre la oportunidad al lector de sumergirse en lo que pasó, de acercarse al hecho, aunque le sea ajeno porque haya ocurrido en otras latitudes o en tiempos pasados, y esto es posible gracias a los detalles aportados, a la visión que se les da y a la manera como están escritos.

El lector debe comprender perfectamente el orden cronológico de los hechos, pero esto no limita al autor a narrar de manera lineal. 

No toda la información recopilada es valiosa para la crónica, puede que no aporte nada a la historia, pero se tiene que tener criterio a la hora de hacer esta decantación, porque no se pueden descartar datos que son vitales para que el lector entienda lo ocurrido: cómo pasó, dónde, cuándo y quiénes fueron los involucrados.

El escritor debe contar lo que pasó, esa es la esencia, pero antes de hacerlo necesita revisar la información de la que dispone y definir el foco que guiará su redacción para que esta fluya de forma que sea interesante para quien la lea. “¿Cómo lo cuentas, cómo lo visualizas? Ese es el reto. Tienes que tomar la decisión de cómo vas a guiar al lector, ya sea por un hecho, por el tiempo, por un espacio, por un personaje”, sostiene Jon Lee Anderson, cronista de The New Yorker.


La base de todo es la redacción correcta, no los adornos estilísticos. La belleza de la narración no puede atentar contra la claridad de las frases ni contra la precisión de lo que se cuenta, porque sería un error que la búsqueda de recursos expresivos distraiga al escritor de la historia que está contando.

jueves, 19 de marzo de 2015

"Carlos Noguera" por Humberto Mata

...El 3 de marzo de este año falleció en Caracas el escritor Carlos Noguera, autor de novelas como Historias de la calle Lincoln y Juegos bajo la luna. El siguiente texto fue preparado por el escritor Humberto Mata como un homenaje a la amistad y al oficio de narradores que ambos compartieron.

 
(Foto: Vicente Correale/El Universal)

Dice Montaigne en "De la amistad":
"Todos los discursos del mundo no podrán desalojarme de la certeza que poseo de las intenciones y juicios de aquel a quien me unió tanta amistad. Ninguna de sus acciones me hubiera sido presentada bajo cariz alguno sin que yo adivinase su móvil. Nuestras almas tenían una unión tal, se consideraban con tan ardiente afecto y se descubrían de tal modo hasta el mismo y mutuo fondo de sus entrañas, que no solo yo conocía la suya como la mía, sino que voluntariamente me hubiese fiado de él más que de mí mismo".



I
En el vestir mostramos mucho de lo que somos; y si en los últimos tiempos el venezolano ha descuidado un tanto su modo de mostrarse, suponiendo equivocadamente que allí, como protesta, en ese descuido (entonces meditado) estaría presente un acto revolucionario, ese no fue jamás el caso de Carlos Noguera. En él coexistían su vestir, nunca exagerado, siempre metódico, su trato de profesor culto, su saber de tallerista impecable, su escribir de prosista de letras y descubrimientos, su manera equilibrada de conducir una editorial, su gusto por los cantantes del festival de San Remo (aquellas canciones olvidadas en las que se nos iba la vida). También coexistía, fruto igual de su paso de profesor universitario, una pasión no siempre comprendida por las reuniones, una respuesta tal vez exagerada por una expresión que acaso no tenía tanta importancia o que suponíamos no tenerla, desconocedores u olvidados de su formación como psicólogo. Recuerdo en esas reuniones cuántas veces puso a la orden sus conocimientos en tantas materias vinculadas con la psicología. No recuerdo si alguna vez fueron aprovechados.

II
Sé que como otros han dicho "nada se hace mejor que ser amigo". No logro olvidar las bromas de Noguera, su manera jocosa se tratar los males de otro y su inmediato acercamiento al compañero o compañera enfermo para hurgar, con verdadera preocupación, su real estado de salud. Nunca hablaba de la suya, salvo que se insistiera con tenacidad. Supongo que no deseaba molestar al otro con algo tan íntimo e intransferible como la propia salud. Pero es que en él también se movía la moderación, esa virtud que complacía a Montaigne: "Plácenme las naturalezas medias y moderadas -decía éste-, y la inmoderación, incluso en el bien, si no me ofende, me desconcierta."
Platón, en el "Calicles",  dice que el extremar es nocivo "y aconseja no rebasar los límites de lo provechoso, porque todo, tomado con moderación, es conveniente y agradable, mientras que exagerar hace al hombre salvaje y vicioso... adversario de la conversación civil... incapaz de toda administración política, e inútil para socorrer a otros o socorrerse a sí mismo".
Cuando se presentaba la oportunidad, Noguera aconsejaba el ir paso a paso, con moderación, y rechazaba los saltos que eludían la organicidad de los procesos. El tiempo le ha dado la razón en tantas cosas, que seguramente de haberlo seguido la revolución viviría en lo cultural mejores momentos, sin que esto signifique que los que vive sean necesariamente malos. "No seáis más sabios de lo preciso, sino moderadamente sabios" -dice la sentencia.

III
Los que tuvieron la oportunidad de asistir a sus talleres literarios no pueden pasar por alto el orden de ellos, la preocupación del profesor por cada participante, la tenaz perseverancia que en ellos (los talleres) ponía.  Y es que en Noguera, y no creo equivocarme, existía esa "inquieta curiosidad de nuestra naturaleza, que se preocupa por las cosas futuras como si no le bastase comprender las presentes". Todo profesor, por supuesto, lleva implícita esa inquietud, solo que no todo profesor es profesor.
Una vez, de las pocas veces que lo he hecho paseaba por Sabana Grande y lo miré. Estaba escribiendo. Me pregunté qué fuerza de la voluntad hacía que alguien escribiera con tanta perseverancia. Sus voluminosas novelas responden esta pregunta. No sé si responden también la pregunta sobre la calidad de ellas. Sé, eso sí, que "Juegos bajo la luna" es una obra cardinal de la novelística venezolana y que en ella se practica un experimento narrativo que, como pocos, ha tenido la dicha de ser exitoso -cosita bella.

IV
Ser narrador constituye una pasión. Nadie, desapasionado puede serlo. Noguera fue un narrador. Por ello los talleres, los escritos, las palabras. Tuvo una idea que solo a medias llevó a la práctica: realizar una bienal de narrativa. Quizá con ello quería también mostrar que así como no todo el mundo es poeta, tampoco todo el mundo es narrador; como no todo el mundo tampoco es compositor, albañil, zapatero, herrero, guarda caminos. Quizá sólo quería decir que la narrativa es una herramienta tan poderosa que mueve los mundos y crea paisajes, turbulencias y fuegos que solo con muchísima pasión pueden ser aprehendidos. Los viajes de la literatura son los más grandes que alguien pueda dar. Noguera nos dio esos viajes con su novelística, pero quiso, en lo profundo de su alma, brindarnos los viajes de otros, los espíritus sigilosos que vigilan la mano del que escribe en muchas partes de este mundo.
Y tal vez, para terminar, una manera sólida de homenajear a Carlos Noguera sea tomar en serio su idea de las bienales de literatura y llevarla a cabo.
Lástima que entonces no veremos a Carlos, amigo, como protagonista de una de las cosas que más te apasionaba: conducir un programa, ser el animador por excelencia, la voz que solicita silencio y pide saber si al fondo lo escuchan para comenzar.

Gracias.

miércoles, 31 de diciembre de 2014

“El hombre que amaba a los perros” y una cachetada histórica

...Una muy breve reflexión acerca de la novela de Leonardo Padura. 


Las novelas históricas suelen, como la historia misma, darnos fuertes cachetadas de realidad.

La novela “El hombre que amaba a los perros”, de Leonardo Padura, no rompe la regla de los buenos ejecutores del oficio.

En todo caso comparto un extracto, de las páginas iniciales de este libro, para que ilustre mis palabras. Sé que los venezolanos sabrán entender muy bien a lo que me refiero.