“La crónica es
descripción y es invención del mundo (…) Sin invención no hay crónica, pero sin
descripción tampoco y es en el equilibrio donde se verifica la condición
literaria del género”, Carlos Monsivais,
escritor y cronista mexicano.
Muchos discuten a la hora de
definir este género, porque se pasea entre lo periodístico y lo literario. Lo
cierto es que permite contar historias reales incorporando recursos de estilo y
de lenguaje que no suelen estar presentes en otra clase de piezas periodísticas.
Requiere una investigación y
recopilación de hechos sobre los cuales será construido el texto.
Cuenta con las voces de los
protagonistas de los hechos o con elementos de investigación que ayudan a
darles voz.
Recrea la realidad, pero sin
comprometer la veracidad de lo ocurrido. El cronista colombiano Alberto Salcedo
Ramos afirma “no debes reemplazar hechos con retórica”.
Quien escribe la crónica le abre
la oportunidad al lector de sumergirse en lo que pasó, de acercarse al hecho, aunque
le sea ajeno porque haya ocurrido en otras latitudes o en tiempos pasados, y
esto es posible gracias a los detalles aportados, a la visión que se les da y a
la manera como están escritos.
El lector debe comprender
perfectamente el orden cronológico de los hechos, pero esto no limita al autor
a narrar de manera lineal.
No toda la información recopilada
es valiosa para la crónica, puede que no aporte nada a la historia, pero se
tiene que tener criterio a la hora de hacer esta decantación, porque no se
pueden descartar datos que son vitales para que el lector entienda lo ocurrido:
cómo pasó, dónde, cuándo y quiénes fueron los involucrados.
El escritor debe contar lo que
pasó, esa es la esencia, pero antes de hacerlo necesita revisar la información
de la que dispone y definir el foco que guiará su redacción para que esta fluya
de forma que sea interesante para quien la lea. “¿Cómo lo cuentas, cómo lo
visualizas? Ese es el reto. Tienes que tomar la decisión de cómo vas a guiar al
lector, ya sea por un hecho, por el tiempo, por un espacio, por un personaje”,
sostiene Jon Lee Anderson, cronista de The
New Yorker.
La base de todo es la redacción
correcta, no los adornos estilísticos. La belleza de la narración no puede
atentar contra la claridad de las frases ni contra la precisión de lo que se
cuenta, porque sería un error que la búsqueda de recursos expresivos distraiga
al escritor de la historia que está contando.
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