sábado, 24 de julio de 2010

Visión de una hija sobre Marina Tsvietáieva



Tomado de El País

Poesía. Marina Tsvietáieva nunca pudo seguir un camino recto para llegar a una librería, y la existencia llena de obstáculos que caracterizó su vida y que la llevó al suicidio en 1941 también vale para su obra, que se abrió paso hasta nosotros a cámara lenta y en editoriales menores, aunque contase desde el principio con la admiración de autores como Rilke o Borís Pasternak. Tal vez la tendencia de cierta crítica a reducir los países a unos cuantos nombres, para hacerlos abarcables, la perjudicó: en el reparto, la Unión Soviética le tocó al propio Pasternak y, en todo caso, a la admirable Anna Ajmátova. Ella, igual que Ossip Mandelstam, llegaría más tarde al futuro, doble víctima de la incomprensión y del estalinismo, que la destrozó a ella y aniquiló a su familia.



Gran parte de su poesía, dispersa en publicaciones remotas, cartas y manuscritos regalados a diferentes amigos, o extraviada en los traslados forzosos que tuvo que hacer Tsvietáieva a lo largo de sus sucesivos exilios en Alemania, Checoslovaquia o, el último, en la ciudad tártara de Yelabuga -donde había sido evacuada por el avance nazi hacia Moscú-, se habría perdido de no ser por la perseverancia de su hija Ariadna, víctima ella misma de la represión, que se dedicó a reunirla con una fe infinita y que, cuando lo consiguió, al menos en parte, quiso contar su historia en este libro, Marina Tsvietáieva, mi madre, donde pone en claro a una mujer oscurecida por la escritora que era y por el drama que sufrió, de modo que la persona que describe su hija, tan real en el círculo de sus costumbres domésticas, resulta emocionante precisamente a causa de su normalidad.


Aunque no es eso todo, porque también tenemos un relato pormenorizado de sus devociones literarias por personajes como Block o Pushkin; de sus lecturas, sus desencuentros con primeras espadas como Maiakovski o Esenin, y su merodeo por los ambientes culturales de las ciudades en las que estuvo. No vivió nunca, según su propio plan, "con paciencia, como se parte la piedra; / con paciencia, como se espera la muerte; / con paciencia, como se acaricia la venganza"; pero escribió de un modo febril algunas obras esenciales como Poema del fin, Carta de año nuevo, Cazador de ratas o Poema de la montaña. Ariadna Efron nos enseña cómo, dónde y por encima de cuántas cosas lo hizo.

sábado, 17 de julio de 2010

"En la noche" de Ray Bradbury


La señora Navarrez gimió de tal manera durante toda la noche que sus gemidos llenaban el inquilinato como si hubiese una luz encendida en cada cuarto, y nadie pudo dormir.

Pasó toda la noche, mordiendo su almohada blanca, retorciendo sus manos delgadas y gritando:

-¡Mi Joe!

A las tres de la madrugada los habitantes de los apartamentos se convencieron, finalmente, de que la mujer jamás cerraría su roja boca pintada y se levantaron, sintiéndose acalorados y fastidiosos. Se vistieron y fueron a tomar el trolebús que los llevaría al centro, a uno de esos cines que funcionaban toda la noche. Allí, Roy Rogers se dedicaba a perseguir a los malos y lo veían a través de un velo de humo rancio y oían los diálogos en medio de los ronquidos en la sala nocturna, a oscuras.

Al amanecer, la señora Navarrez todavía seguía sollozando y gritando.

Durante el día no era tan terrible. El coro masivo de niños que lloraban en distintos puntos de la casa le confería esa gracia salvadora que era, casi, una armonía. A eso se sumaba el traqueteo de las máquinas lavadoras en la galería del edificio donde las mujeres en batas de felpilla, de pie sobre las tablas mojadas del piso, intercambiaban rápidas frases mexicanas. Aun así, de tanto en tanto se podía oír el quejido de la señora Navarrez en medio de las agudas voces, las lavadoras, los bebés:

-¡Mi Joe, oh, mi pobre Joe! -gritaba.

Al atardecer llegaron los hombres, con el sudor del trabajo bajo los brazos. Mientras se remojaban en bañeras llenas de agua fresca, en todo el edificio donde se preparaba la cena maldijeron y se taparon los oídos con las manos.

-¡Todavía sigue con eso! -rabiaron, impotentes.

Uno de los hombres hasta llegó a dar un puntapié a la puerta.

-¡Cállate, mujer!

Y lo único que logró fue que la señora Navarrez chillara más fuerte aun:

-¡Oh, ah! ¡Joe, Joe!

-¡Esta noche cenamos fuera! -les dijeron los hombres a sus esposas.

En todo el edificio se guardaron los utensilios de cocina en los estantes, se cerraron las puertas con llave; los hombres asían a sus perfumadas esposas de los codos y avanzaban de prisa con ellas por los pasillos.

A medianoche, el señor Villanazul abrió la vieja puerta desvencijada de su casa, cerró los ojos castaños y se quedó así un momento, balanceándose. Su esposa Tina, con los tres hijos y las dos hijas de ambos, uno de ellos en brazos, estaba junto a él.

-¡Ay, Dios! -susurró el señor Villanazul-. ¡Dulce Jesús, baja de la cruz y haz callar a esa mujer!

Entraron a su pequeña morada en penumbras y miraron el cirio azul que parpadeaba bajo un solitario crucifijo. En actitud filosófica, el señor Villanazul meneó la cabeza:

-Sigue en la cruz.

Se tendieron en sus camas como trozos de carne asándose, y la noche estival los salseó con sus propios jugos. La casa ardía con los gritos de esa enferma.

-¡Estoy asfixiado!

El señor Villanazul bajó corriendo las escaleras del edificio seguido por su esposa y dejaron a los niños, que gozaban de la milagrosa capacidad de dormir aunque el mundo se viniese abajo.

Vagas figuras ocuparon la galería delantera, una docena de hombres silenciosos, acuclillados, con cigarrillos que echaban humo y fulguraban entre sus dedos morenos. Las mujeres, en batas de felpilla, aprovechaban el escaso viento que soplaba en la noche de verano. Se desplazaban como las figuras de un sueño, como maniquíes movidos rígidamente por medio de cables y rodillos. Tenían los ojos hinchados y las lenguas estropajosas.

-Vamos a su apartamento a estrangularla -dijo uno de los hombres.

-No, eso no estaría bien -dijo una mujer-. Mejor arrojémosla por la ventana.

Aunque fatigados, todos rieron.

El señor Villanazul los miraba a todos parpadeando, confundido. A su lado, su esposa se movía con indolencia.

-Cualquiera diría que Joe es el único hombre del mundo que se ha unido al ejército -dijo alguien, irritado-. ¡Caramba con la señora Navarrez! ¡Seguro que este Joe, este marido suyo, estará pelando papas; será el tipo más seguro en toda la infantería!

-Hay que hacer algo -proclamó el señor Villanazul.

Él mismo se sorprendió de la dureza de su voz, y todos lo miraron.

-No podemos seguir así una noche más -siguió diciendo, sin rodeos.

-Cuanto más golpeamos a la puerta, más grita ella -explicó el señor Gómez.

-Esta tarde ha venido el sacerdote -dijo la señora Gutiérrez-. En nuestra desesperación, acudimos a él. Pero la señora Navarrez no le abrió la puerta siquiera, por mucho que él se lo rogó. El cura se fue. También hemos llamado al oficial Gilvie, que le gritó, pero, ¿acaso cree que ella lo escuchó?

-Entonces tenemos que buscar otra forma -reflexionó el señor Villanazul-. Alguien debe tratarla con... simpatía.

-¿Qué otra forma existe? -preguntó el señor Gómez.

Después de unos instantes, el señor Villanazul conjeturó:

-Ah, si alguno de nosotros fuese soltero...

Dejó caer la insinuación como una piedra en un estanque profundo, esperó a que salpicara y a que las ondas se expandieran suavemente.

Todos suspiraron.

Fue como si se levantase un pequeño viento de noche veraniega. Los hombres se enderezaron un poco, las mujeres aceleraron sus movimientos.

-Pero somos todos casados -respondió el señor Gómez, volviendo a acurrucarse-. No hay ningún soltero.

-Oh -exclamaron todos, y se aquietaron nuevamente en ese río caliente, vacío, de la noche, mientras el humo se elevaba en silencio.

-Entonces -volvió a disparar el señor Villanazul cuadrando los hombros y tensando la boca- ¡tendrá que ser uno de nosotros!

El viento nocturno volvió a soplar, agitando a la gente allí reunida.

-¡No es momento para egoísmos! -declaró Villanazul-. ¡Uno de nosotros debe hacer... esto! ¡De lo contrario, nos asaremos otra noche más en el infierno!

Esta vez, los que estaban en la galería se apartaron de él, parpadeando.

-¿Lo hará usted, señor Villanazul? -quisieron saber.

El aludido se puso rígido y el cigarrillo estuvo a punto de caérsele de los dedos.

-Oh, pero yo... -objetó él.

-Usted -dijeron-. ¿No?

Afiebrado, él agitó sus manos.

-¡Yo tengo esposa y cinco hijos, uno de brazos!

-¡Ninguno de nosotros es soltero y, como la idea fue suya, deberá tener el coraje de respaldar sus convicciones, señor Villanazul! -replicaron todos.

El hombre se asustó y guardó silencio. Dirigió a su esposa fugaces miradas de alarma.

Cansada, ella permanecía de pie en la noche, esforzándose para verlo.

-Estoy tan cansada... -se lamentó la mujer.

-Tina -dijo él.

-Yo voy a morirme y habrá muchas flores y me sepultarán si no logro descansar -murmuró ella.

-¡Pero, Tina...!

-Tiene muy mal aspecto -dijeron todos.

El señor Villanazul sólo titubeó un instante más. Tocó los dedos de su esposa, flojos y calientes. Rozó con sus labios la mejilla enfebrecida de su mujer.

Sin agregar palabra, salió de la galería.

Todos oyeron sus pasos que subían las escaleras del edificio a oscuras, lo oyeron ascender, dar la vuelta en el tercer piso, donde la señora Navarrez gemía y gritaba.

Aguardaron en el porche.

Los hombres encendieron nuevos cigarrillos y arrojaron las cerillas; hablando como un viento, las mujeres rondaron entre ellos; todos se acercaron a la señora Villanazul, que permanecía de pie, en silencio, con sombras bajo de sus ojos fatigados, apoyada contra la baranda de la galería.

-¡Ahora -susurró quedamente uno de los hombres-, el señor Villanazul está en el último piso del edificio!

Todos guardaron silencio.

-¡Ahora -siguió el hombre en un murmullo teatral-, el señor Villanazul golpea la puerta! Tap, tap.

Todos escucharon, conteniendo el aliento.

A lo lejos se oyó un suave golpeteo.

-¡Ahora la señora Navarrez se echa a gritar de nuevo ante la intrusión!

Desde lo alto de la casa llegó un grito.

-Ahora -imaginó el hombre acuclillado, moviendo delicadamente su mano en el aire-, el señor Villanazul ruega y suplica, suave y quedo, a través de la puerta cerrada con llave.

Los que estaban en el porche alzaron sus barbillas tratando de ver a través de los tres pisos de madera y cemento, hacia el tercero, y esperaron.

El grito se apagó.

-Ahora el señor Villanazul habla rápido, ruega, susurra, promete -exclamó el hombre con suavidad.

El grito fue convirtiéndose en un sollozo, el sollozo en un gemido y, por último, se extinguió del todo dejando oír la respiración, el latido de los corazones y todos escucharon.

Al cabo de unos dos minutos de permanecer quietos, traspirando, esperando, todos los presentes en la galería oyeron, allá arriba, el chasquido de la cerradura, la puerta que se abría y, un segundo después, un susurro y la puerta que se cerraba.

La casa se sumió en el silencio.

El silencio inundó todos los apartamentos, como si se apagara una luz. El silencio fluyó como un vino fresco por el túnel de los pasillos. El silencio entró por los vanos abiertos como una brisa fresca que llegara desde el sótano. Todos se quedaron allí, inhalando la frescura de esa brisa.

-¡Ah! -suspiraron.

Los hombres arrojaron sus cigarrillos y echaron a andar de puntillas por el edificio silencioso. Las mujeres los siguieron. Pronto, el porche quedó vacío. Los habitantes se movieron por frescos pasillos silenciosos.

La señora Villanazul, en fatigado estupor, abrió la cerradura de la puerta.

-Debemos ofrecerle un banquete al señor Villanazul -susurró una voz.

-Mañana encenderemos una vela por él.

Las puertas se cerraron.

La señora Villanazul yacía en su fresco lecho. “Es un hombre considerado”, pensó, casi dormida ya, con los ojos cerrados. “Por este tipo de cosas lo amo.”

El silencio fue como una mano fresca que la acariciaba, hasta que se durmió.

miércoles, 23 de junio de 2010

Ednodio Quintero y sus cuentos-novelas


Tomado de El Universal
Decía Baltasar Gracián que "Lo bueno, si breve, dos veces bueno". Y el narrador trujillano Ednodio Quintero se lo ha tomado muy en serio, porque en su libro El arquero dormido. Cinco novelas en miniatura (editado por Alfaguara) propone lo que él llama la novela en miniatura.
-¿Es la novela en miniatura un género híbrido o intermedio, a medio camino entre el cuento y la novela?
-No. Sabes que son dos cosas totalmente diferentes. Mi definición del cuento, que di en octubre pasado en la Universidad de Zaragoza, es que el cuento es un objeto geométrico preciso y precioso. Ahí está definido. Con la novela en miniatura, alguien me planteaba un paralelismo, si equivalía al haikú en poesía, y creo que puede ser, y no tiene que ver con el cuento. Son diferentes, porque el cuento, en ese objeto geométrico, tienes que ir al grano con un solo tema y pocos personajes, y no puedes hablar de recetas de cocina ni irte a lo periférico. En la novela cabe todo.
-En este libro se incluyen historias ya publicadas ¿qué sentido tiene incluirlas aquí?
-Porque con las ya publicadas, hay lectores nuevos. Es La bailarina de Kachgar la que más quiero, y no se consigue en ninguna parte. Como son cinco novelas, viene bien porque es un quinteto. El libro tiene cinco libros y yo soy Quintero. Es afortunado que salgan juntas, así hayan sido publicadas antes como cuentos. -¿Fueron revisadas? -Todo lo que toco lo reviso, pero no en este caso. Las dos últimas son inéditas. Tengo mucha curiosidad de la lectura de la última, que es la que le da título al libro, porque tiene que ver con el país. Es premonitoria.
-¿Cómo logra comprimir en un texto corto las exigencias formales de la novela?
-Yo no sé. Yo invento la teoría después de la práctica, no fue que me lo planteé. Después de muchos años de La bailarina de Kachgar. Allí hay miles de cosas en cuarenta páginas. Por supuesto, hay antecedentes, como (Giorgio) Manganelli, que hace como cien novelas de una página. Después de mucho tiempo, fui escribiendo historias cortas y ahora lo hago de un modo deliberado. Tengo también el caso, de El corazón ajeno, publicado originalmente como relato, y ahora la meta es la novela en miniatura, que me dio la pauta.
-¿Es otra propuesta formal? ¿una forma nueva?
-Sí, creo que es nuevo, quizá con antecedentes ilustres. César tiene un libro, Las ovejas, que contiene un cuento y una novela, y se llaman así porque él dice que ésta es la novela y éste es el cuento; pero la novela es más corta que el cuento. Creo que eso responde que sí, puede ser un género nuevo.
-Si lo minimalista ha sido una búsqueda que ya tiene algún tiempo en otras artes ¿por qué en la novela no se había dado antes?
-No lo llamaría minimalista. Creo que no lo sé. Israel Centeno tiene dos novelas breves, una es una parodia de Doña Bárbara. Yo no creo estar descubriendo nada sino reinventando.
-¿Seguirá ahondando en este género?
-Voy a seguir. Tengo un proyecto que son 27 novelas cortas, y me preguntaron por qué, y yo digo que para entretener a las parcas, que a lo mejor les gusta la literatura. No me constriñe lo breve, para un escritor es como un desafío.

Entrevista hecha por Ana María Hernández

sábado, 19 de junio de 2010

Un retrato de Carlos Monsiváis tras su partida

... El escritor mexicano falleció a los 72 años tras sufrir un largo padecimiento pulmonar.




viernes, 18 de junio de 2010

Se fue José Saramago tras su encuentro con Caín


Con información de El País
"Cuando el señor, también conocido como dios, se dio cuenta de que a adán y eva, perfectos en todo lo que se mostraba a la vista, no les salía ni una palabra de la boca ni emitían un simple sonido, por primario que fuera, no tuvo otro remedio que irritarse consigo mismo, ya que no había nadie más en el jardín del edén a quien responsabilizar de la gravísima falta..." escribió José Saramago en el inicio de su polémica novela Caín, que salió al mercado a fines de 2009.

El escritor portugués y Premio Nobel José Saramago ha muerto a los 87 años en su residencia de la localidad de Tías (Lanzarote). El autor de La balsa de piedra fue poeta antes que novelista de éxito y antes que poeta, pobre. Unido el periodismo a esos otros tres factores (pobreza, poesía y novela) se entenderá la fusión entre preocupación social y exigencia estética que ha marcado la obra del único Premio Nobel de la lengua portuguesa hasta hoy. En 1998, el máximo galardón literario del planeta reconoció a un hijo de campesinos sin tierra que había nacido en 1922 en Azinhaga, Ribatejo, a 100 kilómetros de Lisboa. Tenía tres años cuando su familia emigró a la capital, donde las penurias rurales se tornaron en penurias de ciudad. Así, el futuro escritor se formó en la biblioteca pública de su barrio mientras trabajaba en un taller después de abandonar la escuela para ayudar a mantener una casa en la que ya faltaba su hermano Francisco, dos años mayor que él y muerto poco después del traslado.

Las pequeñas memorias (editadas en España por Alfaguara, como el resto de su obra desde que abandonara Seix Barral) es el título que Saramago puso al relato de una infancia que siempre tuvo un pie en la aldea de la que había emigrado. Su novela Levantado del suelo (1980) cuenta las peripecias de varias generaciones de campesinos del Alentejo. No fue su primera novela pero sí la que supuso su primera consagración después de que Manual de pintura y caligrafía rompiera en 1977 un silencio de casi 30 años. Eran los que habían pasado desde la aparición de Tierra de pecado, su verdadero, aunque poco exitoso, estreno como novelista. En esas tres décadas Saramago había trabajado como administrativo, empleado de seguros y de una editorial; se había casado y divorciado de su primera esposa, publicado tres libros de poemas, ingresado en el Partido Comunista -clandestino durante la dictadura de Salazar- y, sobre todo, consagrado como periodista.
Levantado del suelo siguió Memorial del convento, en 1982, y dos años más tarde El año de la muerte de Ricardo Reis. Centrada en la figura del heterónimo de Fernando Pessoa, el gran poeta del Portugal moderno, la novela es un intenso retrato de Lisboa de la mano de un poeta imaginario que, igual que pasó nueve meses en el vientre materno, ha de pasar un tiempo equivalente desde la muerte del hombre que lo creó antes de desaparecer definitivamente. La fama internacional le vino a Saramago precisamente con esta novela escrita con una rara intensidad poética que había sabido asimilar todas las lecciones de la narrativa moderna. En una conferencia pronunciada por esos mismos años 80 solía recordar el consejo que él mismo solía dar a los lectores que decían no entender bien sus libros por las mezclas de voces y la ausencia de marcas convencionales en los diálogos: "Léalos en voz alta". Funcionaba.

En ese tiempo, la actividad de Saramago se vuelve frenética. Una laboriosidad que le ha acompañado hasta su muerte con la escritura incansable de novelas, diarios, obras de teatro y hasta un blog. Tras la fábula iberista La balsa de piedra (1986), en la que España y Portugal se desgajan literalmente del continente europeo y se lanzan a flotar sobre el Atlántico, llegaron Historia del cerco de Lisboa (1989) y El evangelio según Jesucristo (1991). Su visión heterodoxa del mesías cristiano levantó una polémica que arreció cuando el gobierno de su país se negó a presentar el libro al Premio Literario Europeo. Herido con aquel gesto, Saramago se instaló en Lanzarote con Pilar del Río, su segunda esposa y nueva traductora. La misma polémica de tintes religiosos se reprodujo en 2009 al hilo de la publicación de una novela considerada hiriente por la jerarquía católica lusa, Caín. Meses antes, el escritor se había visto envuelto en otro rifirrafe. Esta vez en Italia: su editorial de siempre, propiedad de Silvio Berlusconi, se negó a publicar El cuaderno, un libro basado en el blog del escritor, que no ahorraba en él críticas al primer ministro italiano.

La publicación en 1995 de Ensayo sobre la ceguera, el relato de una epidema que convierte en ciegos a los habitantes de una ciudad -Fernando Meirelles la llevó al cine en 2008 con Julianne Moore como protagonista- abrió una nueva etapa en la obra de José Saramago. Novelas como La caverna, El hombre duplicado, Ensayo sobre la lucidez o Las intermitencias de la muerte llevan al terreno narrativo reflexiones sobre el consumo, la sociedad de masas, el sistema democrático o la idea de la muerte. Muchas de ellas parecen nacidas de una pregunta: "¿qué pasaría si?" Si la gente votase masivamente en blanco en unas elecciones, si alguien decidiese vivir al margen de la economía capitalista, si se encontrasen dos hombres totalmente idénticos. Otra de esas preguntas era qué pasaría si la gente dejase de morir. José Saramago sabía que había cosas que sólo suceden en la imaginación crítica de un escritor de novelas.

Cuando publicó Caín señaló cosas como las siguientes:

"Lo que pasa es que Jesús humaniza la figura de Dios. Jesús suavizó y matizó el Dios del Antiguo Testamento. Nunca tuve la conciencia de que estaba humanizando a Caín, pero, claro, es el fratricida, el asesino de su hermano Abel. En castellano hay la palabra cainita, que habla por sí sola. Siempre he pensado que la historia de Caín es una historia que ha sido mal contada en la Biblia. Como la de David y Goliat. Goliat nunca ha podido acercarse a David, David venció porque tenía una honda, que era la pistola de la época".

"Nunca tuve educación religiosa. Ni en el colegio, ni en casa. No tuve crisis religiosas en la adolescencia ni cuando uno empieza a preguntarse sobre la muerte. Sinceramente, creo que la muerte es la inventora de Dios. Si fuéramos inmortales no tendríamos ningún motivo para inventar un Dios. Para qué. Nunca lo conoceríamos".

sábado, 5 de junio de 2010

Entrevista a Chuck Palahniuk


Tomado de La Vanguardia

Desde la generación beat no había habido una literatura tan asquerosa —literalmente, no es juicio de valor—, tan detalladamente sórdida como la de Chuck Palahniuk, al que le cabe el honor de haber descrito las páginas más escatológicas de la literatura contemporánea. Aupado a la fama por la conversión del filme El club de la lucha (1999), de David Fincher, basado en su novela homónima, en una de las más desasosegantes e ideológicamente equívocas obras de culto, Palahniuk pasa por la Feria del Libro de Madrid para promocionar Snuff (Mondadori), que relata los acontecimientos en la antesala de un rodaje porno, en la que seiscientos hombres numerados esperan su turno para penetrar a una actriz de género en decadencia, que quiere batir el récord mundial de coitos en una sola película. Dicho lo cual, es desarmante el aspecto y modales de Palahniuk: Camisa rosa bajo la que asoma camiseta interior blanca —a 32 grados—, pantalón beige de pinzas, gafas de pasta y raya al lado. Habla despacio pensándoselo mucho para ser preciso, escueto. Jamás divaga en voz alta. Mirando fijamente al entrevistador, se conduce con ademanes de tímido yerno modélico.

Si le quitamos el trasfondo pornográfico a su novela, su dramaturgia es puramente teatral. Hasta convencional.
Originalmente se trataba de una obra de teatro. Era la obra de tres personajes atrapados, con un cuarto personaje, la coordinadora de actores, que entra y sale de la escena. La mayor parte de la obra descansa en la interacción entre estos personajes.

¿Por qué no fue finalmente una obra de teatro?
No conozco el mundo del teatro. No tenía idea de cómo producirla.

¿Y cómo fue el proceso de convertirla en novela? En su gran mayoría se trató de abrir la historia, incluir nuevas escenas expresadas como flashbacks.

Del personaje de Sheyla, la coordinadora de actores.
Justo.

La estructura, quizá por su origen teatral, es no obstante cerrada, muy opresiva.
Escribiendo un libro lo que te propones es generar tensión y luego está se rompe con un chiste, una broma, o una solución parcial.

La sensación que transmite es algo a medio camino entre Los diez negritos, de Aghata Christie y El ángel exterminador de Buñuel.
No he visto esa película, pero le diré que en el fondo ésta es una novela muy gótica y para eso se crea un espacio fuera de la vida corriente, lo que los antropólogos llaman espacios limbo, situados en el umbral de otros mundos, pero en ninguno de ellos. Como son lugares fuera del mundo convencional, no se rigen por normas convencionales que se aplicarían a la sociedad normal. En esos espacios, la gente no puede ser rescatada por las autoridades.


Sus personajes adultos —el actor fracasado, y los dos actores porno en decadencia— son desengañados del sueño americano, y los dos jóvenes —el actor porno amateur y la coordinadora de actores— están buscando ingenuamente hacerse ricos. ¿Se considera un autor fatalista?
[Guarda silencio medio minuto, mirando fijamente a la mesa] …Creo que soy más bien naturalista porque la mayor parte de nosotros encontramos un sistema para conseguir el éxito, lo que nos propongamos, y una vez que nos va bien repetimos ese modelo de acción una y otra vez hasta el desastre. Así que, de algún modo, todos estamos condenados a tener éxito en primera instancia y a fracasar a largo plazo, de una forma natural.


Usted tiene fama de documentarse profusamente, y ciertamente en el libro aparecen relatadas un sinfín de anécdotas de estrellas de Hollywood y del porno, trágicas o sólo sórdidas, que supongo que son reales. ¿Pretendía con ese relato en segundo plano expandir el discurso principal?
[De nuevo silencio] …Hay tres razones para esto. En primer lugar, todo eso de la documentación es cierto y tiene un motivo: se trata de hechos fidedignos y comprobados y eso da autoridad, le dice al lector que un autor es fiable. Por otra parte, me sirven para que el personaje que relata esas anécdotas está dando a entender un estado mental interno, de modo que justifica sus acciones ante el lector sin necesidad de expresar sus pensamientos de forma directa. Y en tercer lugar, sirven también para pautar el paso del tiempo. Me ahorra explicaciones como "cinco minutos antes", o "cinco minutos después".


Centra su relato en el porno hoy en día, precisamente cuando la industria vive una crisis sin precedentes, debido a la oferta de sexo gratuito en Internet. ¿Quería un ambiente decandentista?
¿Hay una crisis en la industria del porno?


Sí, causada por Internet y bastante más grave que la del cine convencional.
No lo sabía.


Hay un personaje desconcertante en la novela, un ex actor de porno gay, ex estrella de una serie de detectives en la tele, convencido de ser homosexual, al que su padre confiesa que abusó de él de niño, y que acaba diciéndose heterosexual y queriendo casarse. ¿Muy freudiano todo, no?
Es un personaje simbólico. Cree cualquier cosa que digan sobre él porque carece de una idea de sí mismo. En realidad obedece a un esquema clásico de la ficción norteamericana del último siglo. Es un grupo de tres: uno es un buen chico, obediente, que frecuentemente acaba autodestruyéndose. Otro es un rebelde, que no sigue las normas, y un tercero es un espectador de todo que finalmente sobrevive a la historia.


Curioso.

Le pondré un ejemplo, elija ¿Lo que el viento se llevó o Alguien voló sobre el nido del cuco?


Lo que el viento se llevó.

Melania es una buena chica. Es obediente. Tanto, que aunque el médico le dice que no tenga más hijos, accede al deseo de su marido de tenerlos y obviamente muere en el parto. Escarlata es la rebelde. Es mala y agresiva y al final acaba desamparada. Y Batler sobrevive a la historia, porque él es el que lleva la historia para contarla.


Y en su novela…

El gay es ese personaje obediente, que siempre hace caso de lo que le dicen. El veterano del porno es el rebelde agresivo. Y el joven es ese testigo que será el que sobreviva para contar la historia.


Entrando en el asunto propiamente del porno. ¿Se documentó sobre los rodajes?
Usé mi propia experiencia de cuando se han adaptado al cine mis novelas, las terribles esperas del set son exactamente así de desesperantes. Lo demás, la sordidez, no era muy difícil de imaginar. Hace unos años tuve amigos que practicaban el culturismo, en los ochenta, y todo lo relativo al culto al cuerpo de los actores porno está tomado de aquel mundo.


¿Se siente cronista de la sordidez?
[Largo silencio] …El objetivo es contar una historia. La mayor parte de las cosas que cuento me las han contado algunos amigos. Son cosas tan raras, tan sórdidas, que no hay forma de olvidarlas. Ellos me las cuentan a mí para desprenderse de ellas. En todo caso soy un cronista de la experiencia y la conducta humanas.


Tiene amigos muy raros.
Todos tenemos cosas extrañas. De algún modo yo creo la confianza en la gente para que me las confiesen, sabiendo que así son dueños del relato, porque sólo lo verbalizan una vez, y entonces queda fijado, y saben que yo le daré forma novelesca sin juzgarlos, que haré honor a su historia.


¿Nunca piensa cuando escribe alguna escena "quizá me haya pasado un pelín"?
Al contrario. Cuando pienso que algo es demasiado, que me daría miedo que lo leyera mi familia, entonces es cuando sé que está bien.


Su estilo inconfundible, unido a la popularidad de El club de la lucha, le ha convertido en un icono, casi una marca. ¿Le incomoda?
Es que nunca pienso en eso. Me centro en lo que la gente me cuenta, mi trabajo es escuchar y luego contar. Y hacer honor a lo que me cuentan.


¿Cree que esa convivencia en la gente de su faz pública y sus historias extrañas y ocultas es específicamente protestante?
No lo sé. No le entiendo.


Las sociedades católicas son de otro modo. Cuando un escándalo aflora es comentado con gran alarde, pero no se persigue el castigo al pecador. En la Europa católica ningún político dimite por infidelidades.
Para que algo pueda ser perdonado debe de ser contado, hay que declarar el pecado. En ese sentido soy un poco un cura para los demás.

Se lo pregunto de otro modo, ¿cree que su literatura es específicamente protestante?
[Silencio, casi un minuto] …Podría decirle que sí, en cuanto a que quizás el tono lo sea. Este libro, por ejemplo, Snuff, es un cuento gótico, pero si fuera europeo, católico, seguramente sería una farsa, una comedia. Sí, en ese sentido, tal vez sí.