El poeta venezolano falleció el jueves a la medianoche en Carabobo
Ecuánime, humilde, amable, generoso, heredero de la gran tradición poética venezolana, firme en sus convicciones es lo que dicen sus colegas de Eugenio Montejo (Foto: Nicola Rocco/El Universal)
Eugenio Montejo es uno de esos seres que nos hace privilegiados, porque aunque se vaya nos deja sus palabras. Y gracias a Dios dejó muchas, porque el vacío que su muerte abre es inmenso.
Se fue a morir a Carabobo, de cuya alma máter central era egresado. Lo hizo de forma silenciosa y reservada, como todos afirman que era él. Una muerte que sorprende por la premura con que la enfermedad quiso llevárselo.
Había llenado su bibliografía de unos versos que tienen la cualidad de no lucirle ajenos a quien los lee. Cosas, a veces simples, son protagonistas en los textos de Montejo, que fueron escritos con un lenguaje íntimo, cargado de sensaciones y de belleza.
A su hijo le escribió el poema Nana para Emilio: Duerme, hijo mío, en mi carne, en mis ojos,/ como dormiste antes que yo naciera,/ como dormimos durante tanto tiempo/ dentro de nuestros padres.
Este poeta, ensayista y diplomático, algo que más allá de un cargo ejercido parecía una de sus características, era un gran preocupado por el acontecer.
Tras recibir el Premio Internacional de Poesía y Ensayo Octavio Paz, en 2005, hizo reflexiones como la siguiente: "El hecho de que nada sepamos del futuro, salvo que debemos crearlo entre todos, aumenta la responsabilidad del artista. Su adhesión ética ha de estar del lado de la civilizada tolerancia y de parte del desarme tanto por fuera como por dentro del hombre".
Preso por la labor creadora de Fernando Pessoa, Montejo también se desdobló en heterónimos. Esa despersonalización lo llevó a convertirse en Blas Coll, Sergio Sandoval, Tomás Linden y Eduardo Polo. Quizá lo habitaban muchos más y no es de extrañar que hayan quedado por los rincones de su casa, en reposo, textos de estos autores esperando por el ojo riguroso del propio Montejo para ver la luz.
El guionista Guillermo Arriaga le hizo un favor a la historia al poner en boca de Sean Penn, en una escena de la película 21 gramos, unos versos de Montejo. Esas breves líneas allí, casi tan leves como los mismos 21 gramos del alma que se va, proyectaron la obra de este venezolano a personas que normalmente no se acercan a la poesía y que, sin embargo, se vieron tocadas por aquellas: La Tierra giró para acercarnos/ giró sobre sí misma y en nosotros,/ hasta juntarnos por fin en este sueño.
Ahora, que tras un giro más de la Tierra su voz se ha silenciado, hay que reencontrarse con Montejo en palabras como las que nos dejó en Los ausentes: Viajan conmigo mis amigos muertos./ A donde llego, van por todas partes,/ apresurados me siguen, me preceden (... )/ Muertos de nunca habernos muerto,/ de estar en algún tiempo, en algún parque,/ juntos y apartes, conformes, inconformes,/ mudos, charlando, con voces, sin voces,/ en verdad ya ni vivos ni muertos (... )/contentos de estar en la Tierra y de no estar en ella,/ en eternas tertulias donde, se hable o no se hable,/ todo queda para después o para antes,/ para cuando no sabíamos que después era entonces/ ni que nuestras sombras de pronto levitaban/ visibles e invisibles en el aire.
Eugenio Montejo es uno de esos seres que nos hace privilegiados, porque aunque se vaya nos deja sus palabras. Y gracias a Dios dejó muchas, porque el vacío que su muerte abre es inmenso.
Se fue a morir a Carabobo, de cuya alma máter central era egresado. Lo hizo de forma silenciosa y reservada, como todos afirman que era él. Una muerte que sorprende por la premura con que la enfermedad quiso llevárselo.
Había llenado su bibliografía de unos versos que tienen la cualidad de no lucirle ajenos a quien los lee. Cosas, a veces simples, son protagonistas en los textos de Montejo, que fueron escritos con un lenguaje íntimo, cargado de sensaciones y de belleza.
A su hijo le escribió el poema Nana para Emilio: Duerme, hijo mío, en mi carne, en mis ojos,/ como dormiste antes que yo naciera,/ como dormimos durante tanto tiempo/ dentro de nuestros padres.
Este poeta, ensayista y diplomático, algo que más allá de un cargo ejercido parecía una de sus características, era un gran preocupado por el acontecer.
Tras recibir el Premio Internacional de Poesía y Ensayo Octavio Paz, en 2005, hizo reflexiones como la siguiente: "El hecho de que nada sepamos del futuro, salvo que debemos crearlo entre todos, aumenta la responsabilidad del artista. Su adhesión ética ha de estar del lado de la civilizada tolerancia y de parte del desarme tanto por fuera como por dentro del hombre".
Preso por la labor creadora de Fernando Pessoa, Montejo también se desdobló en heterónimos. Esa despersonalización lo llevó a convertirse en Blas Coll, Sergio Sandoval, Tomás Linden y Eduardo Polo. Quizá lo habitaban muchos más y no es de extrañar que hayan quedado por los rincones de su casa, en reposo, textos de estos autores esperando por el ojo riguroso del propio Montejo para ver la luz.
El guionista Guillermo Arriaga le hizo un favor a la historia al poner en boca de Sean Penn, en una escena de la película 21 gramos, unos versos de Montejo. Esas breves líneas allí, casi tan leves como los mismos 21 gramos del alma que se va, proyectaron la obra de este venezolano a personas que normalmente no se acercan a la poesía y que, sin embargo, se vieron tocadas por aquellas: La Tierra giró para acercarnos/ giró sobre sí misma y en nosotros,/ hasta juntarnos por fin en este sueño.
Ahora, que tras un giro más de la Tierra su voz se ha silenciado, hay que reencontrarse con Montejo en palabras como las que nos dejó en Los ausentes: Viajan conmigo mis amigos muertos./ A donde llego, van por todas partes,/ apresurados me siguen, me preceden (... )/ Muertos de nunca habernos muerto,/ de estar en algún tiempo, en algún parque,/ juntos y apartes, conformes, inconformes,/ mudos, charlando, con voces, sin voces,/ en verdad ya ni vivos ni muertos (... )/contentos de estar en la Tierra y de no estar en ella,/ en eternas tertulias donde, se hable o no se hable,/ todo queda para después o para antes,/ para cuando no sabíamos que después era entonces/ ni que nuestras sombras de pronto levitaban/ visibles e invisibles en el aire.
Carmen Rosa Gómez
El Universal
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