viernes, 28 de noviembre de 2008

París, la gran metáfora (I)












Una vista desde Sagrado Corazón (Foto: Carmen Rosa Gómez)

Caracas, domingo 30 de abril, 2006

A la hora de visitar la llamada ciudad luz no hay que conformarse con las opciones que ofrecen las guías tradicionales. Se puede obtener algo más que una foto al pie de la Torre Eiffel con tan sólo dejarse llevar por sus calles cargadas de muestras de trascendentalidad, eso sí, de la mano de un buen mapa. Más allá de museos y monumentos la capital tiene mucho que ofrecer a quien quiera conocerla


Es imposible recorrer esa ciudad sin perderse en alegorías o sin cruzar los pasajes del tiempo que se abren en cualquier esquina y, al menos para quienes aman al propio Julio Cortázar, recrear su Rayuela es casi una necesidad al avanzar por los territorios de La Maga y Oliveira.

“París es una enorme metáfora” plasmó el escritor y no se equivocaba. Pero cada quien puede conocer París a su manera. Están las opciones tradicionales, las que ofrecen las guías de distribución masiva o los tours para grupos, en los que se amontona una sucesión casi interminable de museos y monumentos, y de los que quedan una decena de fotos tomadas en la distancia y a la carrera.Pero el turista más arriesgado puede pensar en París como la metáfora que es y dejarse llevar por sus calles para descubrir y descubrirse a sí mismo en sus recorridos, con lo que de seguro regresará a casa con mucho más que una foto al pie de la Torre Eiffel.

Es sólo cuestión de planificación y de tener ganas de hacerlo, porque París se ofrece sin dificultades a quien la quiera conocer de la mano de un buen mapa.Así, además de ir al Arco del Triunfo y acabar con su cuello buscando el nombre de Francisco de Miranda, único venezolano cuyo apellido está allí inscrito; o de dejar los pulmones en las escalinatas del Sagrado Corazón para ver París con la perspectiva que brinda la elevación geográfica de esa zona; también podría programar pequeños itinerarios que le mostrarán otras cosas de la no mal llamada ciudad luz.


Entrada triunfal
Si existe la oportunidad de estar en París en fin de semana y se tiene interés por las antigüedades, realmente vale la pena acercarse al llamado Mercado de las pulgas de Saint Quens. Basta con destinarle un par de horas de recorrido para descubrir objetos de colección de alto valor, pasando por piezas de orfebrería refinada, hasta una serie de trastos viejos insólitos y curiosos, no sólo por sus formas y su data sino por lo precios que los anticuarios de la zona se empeñan en pedir. De allí, sin duda, se sale con alguna pieza memorable.

En los alrededores existen múltiples ventas de ropa nueva y usada en mercados de calle. Los precios de la zona, en lo que a calzados nuevos respecta, son asombrosamente bajos en comparación con Venezuela.


Sala tras sala
A la hora de recorrer los museos hay que pensar en el tiempo que se quiere destinar a esta misión. Si se sabe que se tiene capacidad física para visitar un museo tras otro, vale la pena comprar el llamado abono Inter-Musèes en lugar de boletos individuales lo que, entre otros beneficios, evita hacer la cola de entrada, que en temporada alta implica más de una hora.

No obstante, el turista planificado puede permitirse grandes lujos. Por ejemplo, el primer domingo de cada mes las entradas de los museos son gratis. Otra gran oportunidad, con distinto fin, es llegar al Louvre en la mañana de un martes, día cuando el museo cierra por mantenimiento, y disfrutar de sus exteriores sin las docenas de visitantes habituales. Eso sí garantiza una buena foto en solitario con la pirámide de cristal de fondo.Si se piensa en los grandes museos (Louvre, D´Orsay) es fundamental hacerse de un mapa –gratis– en la entrada y planificar el recorrido para sacar el mayor provecho posible. Si se opta por los pequeños hay que poner en primera fila al Museo Rodin, que es toda una experiencia sensorial por las obras expuestas y por sus jardines; el Espacio Salvador Dalí que, aunque caro y con una panorámica muy concisa de su obra, crea un ambiente daliniano imperdible para los amantes del artista español; y el Museo Nacional de Moyen Age/Hotel Cluny, que no solamente se disfruta por sus famosos tejidos sino por sus exteriores capaces de trasladar a cualquiera a épocas pasadas.

Tras visitar el Centro George Pompidou no deje de entrar a su tienda ni pierda la ocasión de recorrer los alrededores, las fuentes y locales cercanos en los que se hallan objetos curiosos.


Honor a los grandes
Cada lugar que se mire de París tiene restos de historia y no es trabajo descubrirlos. No es raro que al voltear con descuido hacia una casa cualquiera se pueda encontrar una placa alusiva a que algún gran personaje habitó ese lugar. Una pequeña búsqueda por Internet puede guiar al turista interesado hacia locaciones que le dieron cobijo a Van Gogh o Balzac, por ejemplo.

La ciudad es un eterno tributo a la grandeza de la Humanidad y eso se siente con la magnitud de los monumentos que se dejan caer por todo el casco central. Pero París, como otras grandes ciudades, nos da otra aproximación a esa trascendencia al mantener abiertas al público las puertas de los cementerios donde permanecen los restos de quienes de alguna forma nos cambiaron la vida.

En la entrada hay mapas –gratis– que guían hacia las tumbas de los personajes de más resonancia (y hay cientos). Para los que quieren ofrecerle sus respetos a Oscar Wilde, Gertrude Stein, Honoré de Balzac, Frédéric Chopin o Jim Morrison, pueden acudir al Cementerio de Pere Lachaise. Quienes deseen colocar un tributo en la tumba de César Vallejo, Samuel Beckett, Charles Baudelaire o Julio Cortázar, sólo deben ir hasta el Cementerio de Montparnasse.

Dedicarle alrededor de tres horas a cada cementerio da la oportunidad de sentir la importancia de cada una de esas personas. Ahí se encuentran cartas escritas en cualquier idioma, tiquet de Metro con dedicatorias arrancadas del corazón, piedras, flores, besos, carnets de identificación –lo que sea– porque quienes llegan al lugar no se marchan sin dejar alguna manifestación de su más profunda gratitud hacia estos grandes de la historia. Vale la pena.


Antes de irse
Aunque hay miles de cosas por hacer en París, no siempre el tiempo del viaje alcanza para todo. Pero, se debe tratar de programar una visita al subsuelo parisiense, y no hablamos de usar el Metro. Las catacumbas de París son una experiencia no apta para muchas personas, ya que se entra en contacto directamente con millones de osamentas expuestas al público (hay otras tantas en zonas restringidas). Son restos humanos que fueron removidos cerca de 1786 de los cementerios donde se encontraban, porque de una u otra manera el avance de la ciudad así lo determinaba, y que luego fueron preservados en las redes subterráneas agrupados según el lugar de origen, con inscripciones alegóricas a estas zonas. Es bastante escalofriante, pero digno de ser vivido.

Para despedirse de París no hay nada mejor que caminar a la orilla del Sena preferiblemente desde Notre-Dame, porque la vista es maravillosa. Además de revisar los puestos de los libreros y vendedores de casi cualquier cosa, se comparte con mimos y con artistas callejeros de toda índole.

Con suerte podrá ver a alguna Maga en el Pont des Arts a la espera de Oliveira. Una opción para el turista que desea hacer algo más antes de recoger su maleta es reconstruir los pasos de esa pareja sin más brújula que su inspiración. Tal vez una parada en el Café de Cluny para tomarse algo, una caminata por la Rue de La Parcheminerie en el Barrio Latino antes de dar una vuelta de regreso para atravesar el arco que va al Quai de Conti y avanzar una cuadra más hacia un pequeño parque con bancos en forma de libros abiertos, donde más de uno ha dejado escrita su propia historia de amor.

Por Carmen Rosa Gomez

El Universal

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