jueves, 20 de noviembre de 2008

Una semblanza de Julio Cortázar (I)



Caracas, domingo 22 de febrero, 2004

LITERATURA / Veinte años de relectura ante el silencio
Cortázar único

La efeméride de su muerte renueva la discusión sobre el escritor "más grande"


"Podía imaginarme el dolor de sus numerosos lectores de todo el mundo, aquellos que en sus textos habían descubierto no sólo a un gran escritor, sino a un amigo, a un semejante".
-CRISTINA PERI ROSSI

Es fácil imaginarlo allí, al pie del Pont des Arts, con un cigarrillo en la mano y el abrigo inmenso, casi tan inmenso como él, dejándose llevar por la brisa húmeda del invierno parisino, mientras las ideas se le vienen encima y las palabras le palpitan en las puntas de los dedos esperando ser escritas. Lo que es difícil en verdad es pensar que eso ya no es posible y que pese a las ganas inmensas de leer algo más parido por él, sólo nos queda la relectura para descubrirnos diferentes ante sus textos mientras corre el reloj, ese aparato que alguien nos regaló en algún cumpleaños.
Sólo basta tomar Rayuela en las manos para sentir la descarga de energía única de Julio Cortázar, para confirmar que uno habita en los mundos de su creación y que la vida es posible dentro de su propia imposibilidad sólo por el hecho de que hasta el acontecer más ínfimo es determinante mientras que los hechos que para todos lucen solemnes pueden resultar los más intrascendentes. Entender esa simple complejidad de la existencia es quizá el mayor mérito de este escritor argentino que se permitió morir para consagrarse en la inmortalidad antes de que la política, el quehacer diario y el transcurrir del tiempo erosionaran su genio.
Su obra y su vida van del lado de allá allado de acá en un inquietante movimiento, pues nació en Bruselas (1914) debido al azar diplomático de la carrera de su padre, pero era argentino de raíz y en su país escribió sus primeros textos y entró al mundo de la docencia, para luego mudarse a Francia y dejarse correr por Europa para saltar de tanto en tanto a América, adentrarse en Cuba y Nicaragua en algunas escapadas, hasta volver a París, donde muere en febrero de 1984.


La Maga para armar
La efemérides de los veinte años de su muerte ha servido para que los más importantes escritores que siguen vivos se reúnan para compartir acerca de lo que fue como persona, para comprender el valor de su obra y para interpretarle a las generaciones de hoy el sentido de la literatura de Julio Cortázar.
Gabriel García Márquez recordó para la ocasión que conoció a Cortázar "en un café de París con nombre inglés, donde escribía en su cuaderno, a 300 metros de donde también lo hacía Jean Paul Sartre". El Gabo afirmó a DPA que se trataba del "ser humano más impresionante que he tenido el gusto de conocer un invierno triste de 1956".
La obra de Cortázar es amplia en todos los aspectos temáticos y géneros tratados. Pero Rayuela es sin lugar a dudas la vara por la cual la historia mide su estatura como escritor, confrontándolo con la dura fragilidad de la Maga, la impertinente inconsistencia de Oliveira y la profunda fugacidad de Rocamadour, personajes que todavía hoy, como su autor, no dejan de crecer. Carlos Fuentes se permitió afirmar que "Rayuela es una novela erasmiana primero (Erasmo de Rotterdam), y luego cervantina (Miguel de Cervantes)". Por esa cualidad afirma que es una lectura infinita y que "tendríamos que leer sólo Rayuela y no hacer nada más".
García Márquez, en clara alusión a la leyenda de que el cuerpo de Julio no paraba de alargarse, la semana pasada puso otra vez en el tapete esa insólita costumbre que él tenía de seguir creciendo "para convertirse en el hombre más alto que yo conocí", lo que da pie a muchos para creer que Cortázar es el escritor latinoamericano más grande de los últimos tiempos.

Rocamadour tomado
La escritora Cristina Peri Rossi en su biografía sobre Julio Cortázar, que más que una obra rigurosa acerca de los acontecimientos en la vida del "Cronopio mayor" es casi el diario de una amistad entre dos creadores, nos cuenta el sufrimiento que el mundo sintió el 12 de febrero de 1984, cuando se supo de su muerte.
Era, según sus palabras, una triste y lluviosa mañana de febrero. "Podía imaginarme el dolor de sus numerosos lectores de todo el mundo, aquellos que en sus textos habían descubierto no sólo a un gran escritor, sino a un amigo, a un semejante".
"Me atrevo a pensar que si los muertos se mueren, Cortázar debe estar muriéndose otra vez de vergüenza por la consternación mundial que causó su muerte", dijo el Gabo a Efe.
Cortázar, según Peri Rossi averiguó luego, murió de una enfermedad que le provocó la pérdida de sus defensas inmunológicas y permitió la presencia de infecciones oportunistas. Dos años antes del deceso había recibido una transfusión debido a una hemorragia estomacal. Tiempo después de su muerte "el ministro de Sanidad de Francia dimitió por el escándalo de la sangre contaminada de sida", se atrevió a escribir ella.
Un motivo cualquiera bastó para que Julio, al fin, se liberara del reloj opresor en su muñeca. Legó sus textos para que siguieran en expansión permanente y bastan unas líneas suyas para confirmarlo: "Me estoy atando los zapatos, contento, silbando, y de pronto la infelicidad". La cita, para variar, es de Rayuela.

Por Carmen Rosa Gómez
El Universal

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