Tomado de El Comercio
Una tarde de enero de 1947, Antonin Artaud (1896-1948), uno de los poetas galos más extravagantes, salió en estado de exaltación de la muestra de Vincent van Gogh realizada en el Museo de L’Orangerie, Paris. Los cuadros llameantes y de pinceladas enérgicas conmocionaron al poeta. Inmediatamente fue a casa de un amigo que le aconsejó escribir sobre el genial pintor holandés. Artaud respondió: “Muy buena idea, voy a hacerlo ahora mismo”, y se fue al segundo piso. Con caligrafía nerviosa empezó a escribir en un cuaderno el libro que publicaría meses después: “Van Gogh: el suicidado de la sociedad”.
ENSAYO DE LOCURA
El ensayo de Artaud es una prueba de que, en algunos hombres, la genialidad puede hacer brotar la locura.
“Puede hablarse de la buena salud mental de Van Gogh —escribió—, que en toda su vida solo se hizo asar una mano y, fuera de esto, no pasó de cortarse la oreja izquierda en una ocasión, en un mundo en que diariamente se come vagina asada con salsa verde o sexo de recién nacido flagelado y enfurecido”. Era la visión enajenada de la obra de un pintor igualmente alucinado. Al año siguiente, la obra obtuvo el premio Sainte-Beuve y aún hoy sigue causando asombro.
“Puede hablarse de la buena salud mental de Van Gogh —escribió—, que en toda su vida solo se hizo asar una mano y, fuera de esto, no pasó de cortarse la oreja izquierda en una ocasión, en un mundo en que diariamente se come vagina asada con salsa verde o sexo de recién nacido flagelado y enfurecido”. Era la visión enajenada de la obra de un pintor igualmente alucinado. Al año siguiente, la obra obtuvo el premio Sainte-Beuve y aún hoy sigue causando asombro.
GENIO Y FIGURA
Para Philippe Brenot, psiquiatra y antropólogo, existe una incuestionable asociación entre genialidad y locura, lo que hace que “los creadores de universos raramente sean seres linfáticos, conformistas y bienpensantes”. Brenot ha estudiado concienzudamente el tema en su libro; “El genio y la locura” (Punto de lectura, 2000). Allí reseña, por ejemplo, que el novelista y ensayista francés André Maurois (1885-1967) había dicho refiriéndose a sus colegas que: “todos serían unos neuróticos si no fueran novelistas []. La neurosis hace al artista, y el arte cura la neurosis”.
ENFERMOS DE ARTE
Brenot asegura que la poesía y la literatura se encuentran a escasa distancia de los trastornos mentales, donde la depresión es uno de sus mecanismos, pero que en la música y la pintura los trastornos son menos frecuentes. Tales asociaciones han estado presentes desde la época de Sócrates, quien pensaba que la verdadera musa de los poetas y filósofos eran sus “demonios” interiores. Pero mientras para unos esto es símbolo de creatividad, para el psiquiatra puede constituir la muestra de una alucinación auditiva.
PASMOSAS ALUCINACIONES
En la Edad Media la locura era un cajón que albergaba a auténticos alienados y a delincuentes, alcohólicos, toxicómanos, vagabundos y aun idiotas o necios. Brenot se pregunta en qué medida los iluminados o visionarios son locos o profetas. “¿No será el profeta un loco que ha triunfado?”, se interroga. La relación entre genio y locura es algo que también asentó Aristóteles, quien señaló que todos los hombres excepcionales en filosofía, ciencias del Estado y poesía eran “manifiestamente melancólicos” y que algunos, incluso, padecían de males cuyo origen era “la bilis negra”, es decir la locura.
EL DELIRIO DE LOS GRANDES
Estas ideas fueron sostenidas por enciclopedistas del siglo XVIII como Diderot o médicos como el holandés Boerhaave (1668-1738) quien en 1750, muy suelto de huesos, afirmaba: “siempre hay cierto delirio en los grandes espíritus”. Pero la proximidad de fronteras entre genio y locura se debería a que los grandes creadores son insumisos. Brenot afirma que “el creador es un ser profundamente asocial, al margen de las convenciones, lo que hará que a menudo se le considere un loco”. La reclusión, la fobia a las multitudes, es vista como signo de demencia; no otra cosa le ha pasado a misóginos empedernidos, como al pianista canadiense Glenn Gould, que a los 32 años abandonó su exitosa carrera de concertista para recluirse y dedicarse a la composición, o al inasible J. D. Salinger, autor de la novela de culto “El guardián en el centeno”, de quien ni sus biógrafos saben nada sobre él.
LA FALSA ECUANIMIDAD
Los filósofos, seres tenidos como ecuánimes, no siempre han hecho honor a tal título. Así lo ha recopilado Simon Critchley en “El libro de los filósofos muertos” (Taurus, 2008). El griego Empédocles se lanzó al volcán Etna con la esperanza de convertirse en un dios. El romano Lucrecio se suicidó tras volverse loco por beber un filtro de amor. El inglés Jeremy Bentham se hizo disecar y su cadáver está sentado, en una urna a la entrada del University College de Londres. Nietzsche descendió gradualmente a la demencia tras contraer la sífilis, cuando estudiante, en un burdel de Colonia. El británico Freddie Ayer, tras atragantarse con un trozo de salmón, aseguró, habiendo entrado a un trance de muerte, haber visto a los amos del universo.
PENSADORES DE OCCIDENTE
Occidente ha resaltado las reflexiones de muchos de estos grandes pensadores sin reparar (o desentendiéndose) de ciertos episodios de sus vidas. Diógenes vivía en un tonel, en verano caminaba sin sandalias sobre la arena caliente y en invierno se abrazaba a estatuas cubiertas de nieve. Hiparquia, una de las primeras filósofas mujeres de la antigüedad, gustaba hacer el amor en público. Durante un banquete, Anaxarco, seguidor de Demócrito, insultó a Nicocreonte, tirano de Chipre. Fue detenido ordenándose su muerte con mazos de hierro pero el autócrata quiso cortarle la lengua; Anaxarco prefirió arrancársela a mordiscos escupiéndosela al déspota. ¿Alguien podrá pensar que estos son actos de cordura?
LA DELGADA LÍNEA
En los creadores, la línea entre cordura e insensatez es muy fina. Hay una larga lista de escritores tenidos como dementes: Hölderlin, Virginia Woolf, Silvia Plath, Artaud, Verlaine, Camille Claudel, Alejandra Pizarnik o Robert Walser (este último se encerró voluntariamente en un manicomio alemán y allí escribió una de sus grandes obras, “Microgramas”, en pequeños papeles y con letra minúscula, donde se puede observar los destellos de la sinrazón, al fin y al cabo sublime). Lo mismo puede decirse de la obra de Salvador Dalí, del propio Van Gogh o de personalidades obsesivas como el compositor Erik Satie, o excéntricos excelsos como Byron, Miguel Ángel, Voltaire o Rousseau.