domingo, 23 de mayo de 2010

Para volver a Alda Merini


Tomado de nortecastilla.es
Cómo habría sido la consideración de la obra de Alda Merini si en el trabajo de esta excepcional mujer -dicho sea en el sentido más estricto del adjetivo- no se hubiera mezclado con tanta fuerza su biografía? La pregunta puede que sea ociosa y, en todo caso, muy difícil de responder. Vida y poesía, siempre irremediablemente unidas, aparecen aquí entremezcladas en un punto de fusión de alta temperatura. La oportunidad de preguntarnos ahora por esta mujer que nació en Milán el 21 de marzo de 1931 y murió en esta misma ciudad el 1 de noviembre del 2009, se materializa en la publicación por la editorial palentina Cálamo del libro 'Vacío de amor', un ejemplo más de esa poesía descarnada, a flor de piel, extrema, como fue su propia vida.


A Merini le rondaron las sombras de la locura desde muy joven. De 1947 data su primer internamiento en un psiquiátrico de su ciudad. El talento de la poesía también apareció muy pronto. Y ambas, poesía y locura, correrán parejas toda su vida. Intermitentes, exageradas, doloridas. Entre 'Tu sei Pietro' (Tú eres Pedro), publicado en 1961 y la reanudación de la escritura en 1979 con 'La Tierra Santa' (publicado en 1984) pasa un largo periodo de silencio marcado por sus constantes entradas y salidas del manicomio. Y utilizo esta palabra en desuso porque es la que ella consagra en sus poemas. Entre medias, un matrimonio, varios hijos, la viudez... El retorno a la literatura que marca 'La Tierra Santa' fue definitivo. Los libros se suceden: 'La urraca ladrona', 'La otra verdad. Diario de una distinta'. 'Fogli bianchi', 'Testamento', 'Delirio amoroso', 'El tormento de las figuras', 'Vacío de amor', 'La ciénaga de Manganelli o el monarca del Rey', 'Aforismos y magias'...


Tras la muerte de su primer marido, Merini había iniciado una relación telefónica con el poeta Michele Pierri, al que están dedicados muchos de sus textos y con el que se casaría en 1983. De esta época es su traslado a Tarento, donde vive los tres únicos años de su vida que no pasó en Milán, ciudad a la que regresa en 1986. Las sucesivas publicaciones y varios premios en la década de los noventa consagran su figura literaria, un reconocimiento que tuvo su punto culminante cuando en 1996 se propuso su candidatura al Nobel, propuesta que firmaba entre otros Darío Fo. El hecho de que en el último tramo de su vida la obra tuviera un fuerte sentimiento religioso (que ya había aparecido con anterioridad, aunque no con tanta fuerza) le valió el calificativo de 'poeta mística'.


Este 'Vacío de amor' que vuelve a llevar a las librerías la poesía de Merini en castellano, gracias a la traducción de Jenaro Talens y Mercedes Arriaga, sigue la selección realizada por la crítica literaria y semiólogoa italiana María Corti para la edición de Eunadi de 1991 y es la primera vez que aparece en castellano.


Como si fuera una parábola de su propia vida, el libro, que selecciona textos de diversa procedencia y calidad literaria, va cogiendo vuelo e intensidad a media que avanza su lectura para culminar en la última parte, 'La Tierra Santa', compuesta por un conjunto de poemas brillantes, heridos, apasionados (mas aún de lo que en ella es normal) que vislumbran un final de viaje en el que se mantienen, aunque veladas y algo arrugadas, ciertas esperanzas, como si fueran un inevitable rasgo de su personalidad. La Tierra Santa es el manicomio, el lugar de los marginados, de esos seres distintos a los que la sociedad no quiere ver, pero también es un trasunto de su propio cuerpo, del que en la vejez hizo bandera -son célebres sus fotos leyendo desnuda- como una reivindicación más de la diferencia, como un grito contra las imposiciones estéticas, que ocupó buena parte de su vida.


Hay en el libro, y no sólo en su parte final, algunas de las constantes de Alda Merini, para quien la poesía es a la vez sanación y locura, campo de batalla y refugio. Una inevitable presencia («¿Hasta cuándo tendré, mente maldita,/ que parir tu rima y tu fuerza/ donde como en un juego me la jugó el amor?») y una amenaza («Oh poema, no te me eches encima, eres como un monte pesado,/ me aplastas como a un mosquito (…) poema, tengo tanto miedo,/ te lo ruego, no te me eches encima»).


Merini fue consciente de la mezcla de admiración y distancia que provocaba su verbo desnudo, descarnado, la pasión que ligaba sus versos y sombreaba su personalidad y esa consciencia queda patente en el autorretrato que incluyó en 'La garza ladrona' junto con otros diecinueve perfiles, entre los que están los de escritoras como Emily Dickinson o Silvia Plath y los de autores que, como Quasimodo, habían tenido un papel relevante en su carrera de escritora: «En mí moraba el alma de la meretriz/ de la santa de la sanguinaria y de la farisea./ Muchos le dieron nombre a mi modo de ser/ y sólo fui una histérica».


El amor, o su vacío al que alude el título del libro, es, junto con la muerte y la locura, el gran tema de su poesía. Lo esperará hasta el final aunque sepa de sus perfiles más sombríos: («no sabéis las terribles consecuencias del amor/ que os harán caer en desgracia») escribe en las 'odas a Marina y a Clara'. Y lo cantará hasta el límite de la autodestrucción («Pero aunque aplastada sobre el suelo/ para ti canto ahora/ mis canciones de amor»).


En La Tierra Santa abundas las metáforas bíblicas pero este conjunto de poemas es, sobre todo, un lúcido retrato de la corriente subterránea del mundo, de esos ríos oscuros que arrastran sus aguas al margen de la 'normalidad', de esas vidas extirpadas del mundo «como una inmunda hierba mala». Y nos llevan a la mejor versión de sí misma, a la Merini capaz de hacernos sentir su desaliento y, al mismo tiempo, mantenernos a distancia, de llamarnos casi desesperadamente («he encendido una lumbre/ en mis noches de luna/ para llamar la atención de los que pasan») y de ahuyentarnos con el frío cuchillo con el que desbrozaba la selva de su mente. Poeta insomne e indefensa, sabedora de la improbable capacidad salvadora de la poesía: «Poseen un único cuerpo para todos/ y una memoria universal, / ¿por qué tenemos que extirparlos/ como se arranca una hierba impura?». Su obra misma es su única respuesta.

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