sábado, 29 de agosto de 2009

Leer a José Balza es siempre recomenzar


Tomado de El Mundo
José Balza es el único escritor que ha vivido 38 años de adolescencia. Cerró esa etapa una mañana, en Samarcanda, cuando comenzó a escribir su novela Percusión, aturdido todavía por el saludo de los poetas de esa ciudad, que llegó a ser capital de una satrapía y una estación noble y de lujo en la Ruta de la Seda.

La frase de bienvenida que eligieron los escritores es esta: «El hombre más bello es el que llega del lugar más lejano.»

Balza (Delta del Orinoco, Venezuela, 1939), dice que enseguida comenzó a trabajar en la novela. La historia de un hombre muy viejo que decide hacer el camino de regreso a su tierra natal y, en la medida que se acerca a sus orígenes, comienza a rejuvenecer y vuelve a ser la misma persona que era antes. El libro traza un círculo de tres circunferencias, en la memoria, el tiempo y el espacio.

Sí. Percusión (l982) es su novela más difundida, elogiada y reconocida.
A lo mejor, es también la que Balza prefiere y relee cuando pierde confianza en el poder real de la literatura. Cuando siente miedo de quedarse abandonado en los catálogos, en la letra B de las antologías, en la humedad de la selva casi deshabitada donde nació y en el viaje de 3.000 kilómetros del Orinoco, un rió inconsciente, con alma de gigante, que por poco se lo traga cuando era niño.

El episodio de la caída al agua y su salvamento al borde de la muerte le quitaron a Balza el miedo congénito que le tenía a las corrientes oscuras y las distancias y le hizo entender mejor su pertenencia definitiva a esa geografía deslumbrante y peligrosa.

En 1965, con su novela Marzo anterior, inauguró las jornadas de lo que él llama «ejercicios narrativos». Cree que su escritura es eso, puros ejercicios que le han permitido publicar, hasta estas fechas, ocho novelas, dos decenas de libros de relatos y más de 20 ensayos sobre literatura, cine, música y artes plásticas, entre otros temas.

Balza utiliza un lenguaje riguroso, cuidado, que trata de entrar a describir lo que pueda estar disimulado por velos y distracciones exteriores. En sus obras hay personas que buscan identidades, tiempos idos, sitios que ya no existen o que son piezas de otros paisaje.

Su literatura se hace del encuentro de un niño que aprendió a leer gracias a una tía que, al mismo tiempo, le cantaba canciones en una región casi deshabitada y virgen, con la de un hombre culto que lo ha leído todo y no abandona su raíz popular porque todavía escucha las rancheras de José Alfredo Jiménez y cree que es el novio de María Félix, muchacha alta y distante de Hermosillo.
El interés de Balza no tiene límites. Nadie le puede poner un narigón a su curiosidad. Va de un ensayo sobre rock and roll a una indagación del bolero, de Jesús Soto a Marcel Proust. A una entrada, con el puñal por delante, a ciertos asuntos de la vida nacional y a la obra de autores venezolanos considerados clásicos y animales sagrados a los que desacraliza y deja en el esqueleto sustantivo.

El poeta y critico peruano Julio Ortega, ha resumido así su visión del novelista deltano: «Leer a Balza es recomenzar: ha construido una fábula del recomienzo de la escritura, lo que en sus libros presupone el inicio de la vida adulta, la recurrencia de la juventud legendaria, el asombro de la aventura emotiva y el descubrimiento de un mundo siempre nuevo gracias al espacio del viaje. Cada novela de Balza es un mapa de los sentidos»,

Otro Julio, que también vivió cerca, Julio Cortázar, escribió que leer a Balza «es a la vez una experiencia honda y fascinante».

Para terminar, quiero compartir con los lectores de EL MUNDO estas consideraciones de Balza sobre lo que él llama el carácter parlanchín del venezolano. No se refiere a nadie directamente.Ni menciona santo: «La oralidad impenitente del venezolano no es mala. Vivimos en el trópico, un trópico lleno de sensualidad, de alegría, de luz, ¿por qué no vamos a expresar eso? Lo que ocurre es que esa oralidad exagerada puede convertirnos en un poco falsos...Nuestra oralidad, que es muy hermosa, se transforma así en una patología del sonido que nos convierte en inhumanos. Nos hace falta un poco de silencio».




Del día hacia la madrugada
La experiencia ha sido nítida y sencilla, lo que me confunde es por qué ocurre conmigo. Amanecía y fui lanzado violentamente contra una pared, que está hecha con cáscaras de huevo o es una inmensa cáscara de huevo, aunque al comienzo me pareció vertical. El impacto hace que en ella queden atrapadas mis manos, trato de separarlas, gesticular, y entonces también los brazos van quedando adentro. Sin advertirlo, penetro. La piel circular impone una sensación de viscosa humedad. Es mediodía. Lentamente vuelvo del aturdimiento y descubro que estoy en una especie de sala inmensa: en ella se acumulan —por momentos en orden, como capas gaseosas— los materiales del sueño. Estoy en el depósito de sueños de los demás.

Diálogo
Si te levanto un poco con la mano izquierda tu único ojo se fijará directamente en mí. Alrededor está la felpa oscura y los emblemas colgantes. Has sido mi testigo desde un tiempo imprecisable. Testigo, ofrenda y arma: lo único que entregué siempre absolutamente. Te dejo descansar: un tubo vibrante que se inclina. Perteneces al silencio de lo recibido: piel entreabriéndose, piel absorbente, piel cálida. Me has representado como un dios. En tus erupciones era yo mismo quien saltaba en el disparo: hacia el punto magnético del deseo, ese centro insatisfecho, naciente, obsesivo. Desde tu ojo que es una boca rosada, has percibido la profundidad mayor que sea posible otorgar por alguien, has entrado a lo mejor del mundo. Nada ignoramos: adelante, me conducías, detrás, dominas, adelante, mueves y conmueves, detrás, nada hay antes ni después, adelante... Qué animal había en ti? Lo macho? De qué sustancia demoníaca se levanta tu subjetividad? Cómo pudiste saber dónde estaba el secreto del placer antes del placer? Tú eres mi eterna respuesta. Por eso te alzas y me conduces. Presientes, ves el torbellino más íntimo al crecer y sólo al dar vas matizando, dulcificas, poseyendo. Poseer es nuestro sino, te entregas como posesión. La humedad hace mayor tu cabeza. Un tótem, una llama dura, que en este instante espera y va a recibir: la ondulación, la tersura, la pasión: el otro cuerpo donde se crea el milagro. Asciendo, tenemos el todo. Veo a través de tu ojo único.


Los superiores
Se reunieron en la alta sala del edificio, siempre impecable y refrescante. Debía ser el hogar de alguno de ellos, informal, acogedor. Se ha dicho que la ciudad guarda un aire de eterna primavera, y una vez más es cierto: por los amplios ventanales corren las lejanas montañas, los árboles, el soplo azul. Una de las parejas trajo café, té y cerveza. En los sofás del fondo hay dos hombres muy viejos y una anciana con comicidad de conejo. Junto a la mesa central, varios niños. El resto son hombres y mujeres próximos a los cuarenta. Alguno, humilde en su traje, otros levemente ostentosos. Han bromeado y reído durante la primera parte de la reunión, pero cuando la pareja termina de colocar vasos y tazas saben que —como lo habían preparado en sesiones anteriores— ha llegado el momento de hablar con decisiones. —...y esto es lo que acordamos. Una ciudad tan grande y actual, sin nosotros —imposible! Los meses y hasta años de encuentros casuales —según hemos confesado otras veces- concluyeron. Hoy iniciamos las reuniones superiores. —Ya todos conocemos el motivo: vamos a hablar directamente acerca de cómo nos gustaría morir. Por qué acallar, ocultar que la idea de muerte nos aterrorizaba? Por qué pensar que morir no puede ser el efecto de un sano deseo? Vivíamos huyendo de esa certeza. Ahora debemos aprender otro tipo de deseo. —Hemos visto cómo en grupo el tema cambia. Y si al estar solos vuelve el temor, podemos llamarnos, consultarnos. —Es un lugar común que para eso nacemos. Hablemos entonces y digamos cuál sería nuestra muerte predilecta. Saber desear es lograr el deseo. —A mí me gustaría... Nadie tenía una inmediata razón para pensar en el final. Y uno tras otro larga, detallada, lúcidamente expusieron su ensoñación, la que nunca antes había sido convertida en palabras. Entonces alguno de ellos pensó —sólo pensó: —Pero no es ésta una manera de arruinar aquello realmente único que poseemos, no es un modo de vulgarizar la muerte? Y sonrió.

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