domingo, 28 de febrero de 2010

Vargas Llosa habla de la literatura


..."Si me hubiera puesto a esperar la inspiración simplemente no habría escrito nada", señala el autor de origen peruano


Tomado de El Universal
Mario Vargas Llosa dejó de creer a pie juntillas en Jean Paul Sartre, pero en el fondo nunca lo abandonó la convicción de que el escritor tiene un compromiso con su tiempo. Esa idea persuasiva y exultante de que escribiendo un hombre podía actuar sobre la historia subyace aún en su obra.

Una muestra de eso es su más reciente libro, Sables y utopías (Aguilar, 2009), una selección de artículos de los últimos 30 años sobre temas diversos, "una biografía intelectual", como lo define él mismo. En casi 500 páginas se condensan los cambios en su manera de pensar pero también se revela lo que ha sido una constante: su conducta como escritor y periodista.

-Sus primeros 10 años de vida representan una especie de paraíso perdido que marcaron su existencia porque nunca como en ese tiempo se sintió tan de acuerdo con el mundo. ¿El motor para escribir es esa inconformidad con el mundo?

-Creo que sí, uno escribe en el momento en que se produce algún tipo de entredicho entre la persona y el mundo donde vive. Cuando uno vive en completo acuerdo con el mundo no tiene necesidad de inventar otros mundos. La literatura busca llenar un vacío, busca crear una realidad distinta de aquella en la que uno está inmerso, es una alternativa a la vida. Quizás por eso en los primeros 10 años de vida que viví en Cochabamba sintiéndome protegido, feliz, en la inocencia y en el cariño, literariamente no me inspiran nada, aunque lo recuerde con mucho cariño y nostalgia. Escribo desde el momento en que descubrí la realidad. Yo vivía en la irrealidad, como viven los niños que tienen el privilegio de tener una infancia feliz. Las experiencias de dolor, de frustración, son las que inspiran más a los creadores, no sólo escritores, con los artistas en general.

-Cuando leyó su cuento La Parva frente a escritores peruanos nadie lo comentó y se sintió fatal. ¿Esa escena se ha repetido alguna vez?

-Fue traumático porque era la primera vez que leía algo mío en público. Fue una frustración terrible pero me llevó a hacer una autocrítica radical. Lo que había escrito eran cuentos muy abstractos, muy poco situados en una realidad concreta y quizás eso me llevó a situar las historias en una realidad más realista y abandonar un poco esa literatura abstracta, indefinida, como eso que leí con resultados tan desastrosos&

-¿Le ha vuelto a pasar?

-No me ha vuelto a pasar. No así tan traumático. Algunas veces he leído y he recibido críticas, pero es distinto porque era la primera. Y la primera vez que uno lee es como la primera vez que uno ve un libro suyo impreso o cuando ve una obra de teatro sobre un escenario, son momentos cruciales que la imaginación atesora para bien o para mal.

-Ha dicho que su disciplina para escribir nació de la comprobación de que no tenía inspiración y de que el talento podía provocarse a base de trabajo. ¿Qué hay más, talento o trabajo?

-En mi caso hay sobre todo trabajo. El talento, en el mayor número de escritores, resulta del trabajo. Puede haber algunos casos excepcionales en los que hay la famosa inspiración, ese estado de trance, que permite escribir con gran creatividad de un tirón, prácticamente sin corregir. Pero yo creo que esos son casos, si es que existen, son excepcionales. En la mayor parte de los casos lo que hay es enorme trabajo, disciplina, autocrítica, un deseo de perfección que lo lleva a corregir. Mi caso es ese, tengo que trabajar mucho, insistir para que, vaya, salga la historia. Estoy seguro de que si me hubiera puesto a esperar la inspiración simplemente no hubiera escrito nada. Creo que con el trabajo uno llega a crearse unos ciertos estados de excitación intelectual, ese trance tan ansiado por los artistas, pero para mí eso resulta del esfuerzo, de la disciplina, no viene naturalmente.

-Borges renegaba de sus inicios como periodista... Usted, en cambio...

-El periodismo ha sido para mi una fuente riquísima de experiencias. Buena parte de mi obra no la hubiera podido escribir sin las vivencias que tuve gracias al periodismo. Por otra parte el periodismo ha sido mi manera de estar siempre involucrado en la vida cotidiana, en la historia que se va haciendo. Nunca me ha gustado la idea del escritor completamente aislado, encerrado en un mundo de fantasía. Siempre he entendido la literatura como parte de la vida vivida, no sólo de la vida soñada y eso es lo que significa para mi el periodismo, una manera de estar participando activamente en lo que está ocurriendo, opinando, criticando, participando en el debate.

-Ha estado ligado al teatro no sólo como escritor sino como actor y eso está emparentado con su habilidad para crear personajes. ¿Cómo fue la experiencia de actuar en España?

-(Risas) Fascinante porque para alguien que se ha pasado la vida escribiendo ficciones, vivir la ficción como personaje es algo impagable. Fue una temeridad de mi parte porque nunca pensé hacerlo. La pasé con mucho susto y al mismo tiempo con un placer extraordinario. Es la sensación de desdoblarse, de ser otro, de vivir la ficción uno mismo, una experiencia fantástica y confieso que tengo una gran admiración por los actores y los envidio.

-¿Repetiría?

-Quién sabe. Estoy un poco viejo para esas aventuras, pero quién sabe. Ya no me atrevo a decir "de esta agua no beberé" porque tantas veces lo he dicho y he inclumplido.

sábado, 27 de febrero de 2010

Acerca del libro electrónico


Tomado de Revista Ñ
Cualquier cambio supone una detracción. Quizás porque al mutar, hechos y objetos parecen cobrar vida, y desde ese nuevo estado amenazan con alterar la propia. Ocurre con una mudanza: el espacio que queda atrás estaba interiorizado, y moverse por él era como hacer un recorrido por el interior de uno mismo; circular por un ámbito nuevo obliga a escarbar sobre la propia historia, donde todo hasta ahí conservaba un orden conveniente.

Por la contundencia de su alcance, en la escritura el primer golpe de gracia quizás corresponda a Johannes Gutenberg (1398-1468), quien al crear la imprenta de tipos móviles arrebató sin proponérselo la tarea exclusiva de monjes copistas que trabajaban en conventos; el conocimiento dejaba ya de ser un bien reservado a unos pocos.

Cinco siglos más tarde, al transformar la forma conocida de lectura, la tecnología inspiró profecías sobre la muerte del libro tal como hasta hoy se lo conocía. Fue un presagio que alcanzó también al diario, cuando durante los noventa los periódicos comenzaron a gestar sus versiones digitales.
Ahora le toca al e-book o libro digital, cuya penetración en el mercado crece de modo acelerado, sobre todo en EE.UU., donde hay quienes ven un punto de no retorno en su avance. Un dato de la Association of American Publishers parece convalidar esa idea: la venta de libros digitales durante los primeros ocho meses de 2009 creció un 177,3%, frente al 68,4% de igual período del año anterior.

Con el tiempo, es probable que 2009 no quede en la historia como el año en que el impreso murió, pero sí como aquél en el que la literatura digital se volvió imposible de ignorar. Así lo resumió la revista bimensual estadounidense Poets & Writers en su última edición.

Es comprensible entonces que sobre el e-book apunten miradas de recelo, ante la promesa de que con el tiempo ya no habrá necesidad de contar con bibliotecas caseras. Esa idea es la que anima a los directivos de www.leer-e.es, empresa española que se dedica a comercializar y distribuir dispositivos de lectura en Europa. Su portal ofrece la venta directa de libros en formato electrónico y, según su director Ignacio Latasa, allí "se puede y podrán encontrar todos los títulos disponibles en los próximos años".

Nacida a finales de 2005, la empresa ofreció al momento más de 100.000 descargas. Algunas de ellas son gratuitas –leer-e regala libros con la adquisición de un dispositivo de lectura– y las que son fruto de ventas representan entre 250 y 300 libros mensuales, con precios de dos euros para títulos "clásicos" y de unos 20 para los diccionarios. Uno de los proyectos que más entusiasma a Latasa es "Palabras Mayores", en alianza con la agencia de Carmen Balcells, presentado en la última Feria del Libro de Guadalajara, que "comprende a los más importantes autores en lengua española del siglo XX, como Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Julio Cortázar o Rosa Montero".
Al principio, admite Latasa, el proyecto se encontró con la reticencia de algunos autores o titulares de los derechos de las obras para "subirlas" al sitio, por el temor de que la versión digital pudiera conspirar contra la versión impresa. "Pero autores y editores empiezan a ver más las posibilidades que brindan los nuevos formatos que los peligros que ofrecen", asegura. El directivo de uno de los mayores distribuidores de dispositivos de lectura electrónica en Europa cree además que existen cuestiones por definir en este "nuevo modelo de negocios", como lo es el precio del ejemplar electrónico ("debería ser más atractivo para el usuario") y la limitación en cuanto a la lectura simultánea de textos. Lo que no representa un problema para Latasa es la cuestión del almacenamiento: "el sistema crea bibliotecas personalizadas" para guardar los libros adquiridos y a la vez impide regalar copias.
Quizás sea cierto: todos los libros estarán al alcance de la mano, pues, como dicen los proveedores de dispositivos, los formatos electrónicos van a posibilitar tanto a las librerías que los ofrezcan como a sus clientes el hecho de tener todos los títulos sin limitaciones.
Pero antes deberán llegar respuestas sobre cómo se alcanzará el acceso democrático a Internet, algo que los ejecutivos y defensores del e-book parecen no registrar. En América Latina, de los casi 570 millones de habitantes (8,4% de la población mundial), unos 170 millones tienen acceso a la Red (10,3% de los usuarios en el mundo), de acuerdo a un estudio de diciembre de 2008 sobre la penetración de la web por parte de Internet World Stats.

En la Argentina, aunque desde el año 2000 a la actualidad el crecimiento de la penetración de Internet fue del 700%, cerca de un 48% de la población es usuaria de la Red, según ese mismo estudio. De ser hoy el e-book una realidad firme, sólo la mitad de la población podría tener "todos" los libros a la distancia de un "clic". ¿Qué tan democrático puede ser el libro electrónico, cuando menos de la mitad del planeta puede acceder a él?

Los costos de los lectores digitales tampoco parecen ayudar a la democratización del acceso y consumo. Hacia fines del año pasado, la marca Asus, inventora de las netbooks, anunció que tiene listo un lector a doble pantalla color para que se asemeje a un libro tradicional. Con el tacto será posible gestionar las páginas y tendrá dos caras, una para navegar y la otra para visualizar el texto. El precio será de unos 150 dólares, contra los 380 a los que Sony Reader comercializa su PRS-505 (aunque ya se consiguen usados, a 199). El líder Kindle, que comercializaba su lector DX a 500 dólares y se vendía sólo en Estados Unidos, anunció en octubre pasado que tendría su libro electrónico en el resto del mundo a 279 dólares. En Amazon está disponible, aunque todavía a 489 dólares; puede descargar –sin cables– libros, revistas, diarios y documentos personales en una pantalla de seis pulgadas. Sigue siendo más accesible que los 499 euros a los que Leer-e comercializa su Irex Digital Reader 800S.

¿Cuál será la masa de individuos a los que el mercado editorial del presente y futuro apuntará a ofrecer todos los títulos "sin limitaciones"? ¿Qué lector imaginarán directivos editoriales y creadores de e-readers? Quizás los incentivos provengan de otra carencia, aunque también dependiente de los intereses económicos y las voluntades políticas y de gestión cultural de los estados: el cambio climático. Una preocupación real –y no sólo a nivel de las tibias intenciones declaradas en la Cumbre de Copenhague , en diciembre pasado– quizás empuje a la democratización de ese acceso, si en el futuro existe menos indolencia en talar quince árboles para obtener una tonelada de papel.

Son impulsos, claro, que vienen de la mano de especulaciones. En octubre pasado, el magnate australiano Rupert Murdoch anunció que en el plazo de un año los medios de prensa de su propiedad harán pagar la información en la Red. Esa restricción parcial al acceso de noticias digitales, ¿provocará un regreso a la prensa escrita como preferencia? ¿Se redistribuirá en la balanza el peso de la pulseada entre esos dos universos, el impreso y el digital?

Para el semiólogo italiano Umberto Eco, el libro impreso no desaparecerá a causa del electrónico: "No sabemos cuánto tiempo puede durar un disquete y los discos flexibles han muerto antes de agotar su capacidad de almacenamiento de datos", reflexionó en mayo de 2009 en Madrid, al recibir la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes. Y es cierto aquello que recordó, de que los nuevos medios de expresión que surgieron a lo largo de la historia no mataron a los anteriores.Y mientras Occidente fluye en esos cambios, y las dudas sobre si lo digital convivirá o reemplazará a lo impreso, Oriente parece en cierta medida estar fuera de esa cuestión. A la vez que el e-book avanza, su cultura preserva una de las mayores expresiones del arte islámico, la caligrafía árabe.
Aun la tecnología, y transcurridos 1.400 años, artistas calígrafos árabes siguen en el presente consagrando su arte a la escritura manuscrita, la cual es más que un medio de comunicación: trasciende esa condición para elevarse a la transmisión del mensaje divino revelado en el Corán.
La caligrafía resuelve de alguna manera la prohibición del islam a adorar representaciones figurativas, y por ende la tensión entre representación y abstracción. En esa sutileza –la de no poder asociar una figura a la idea de Dios– la caligrafía es un medio gráfico que expresa la palabra divina.


Ejemplos como ése, de la pervivencia de la palabra escrita, hacen difícil imaginar la desaparición del papel, menos todavía su reemplazo. Pasará tiempo, seguro, para que exista una perspectiva clara sobre si el libro electrónico y el libro impreso son posibilidades antagónicas o que pueden armonizar.

Entre la expectativa de los que saludan los progresos y la desconfianza de quienes los rechazan, existen otros, conciliadores, que deciden aceptar la convivencia del pasado y el futuro, rescatando del primero aquello que parece importante preservar para el segundo.

Es el caso de los lingüistas, que salen a rescatar idiomas con herramientas digitales: con ayuda de grabadores y software, salvan de su peligro de extinción a algunas de las 6.000 lenguas que arriesgan su desaparición, y recuperan para ellas sus fonemas originales. ¿Cómo lo hacen? En forma manuscrita.

Tal vez entonces no se trate ya de una cuestión de elección, entre el papel y el soporte electrónico, sino de esa extraña fascinación que ejercen algunos objetos, tan poderosa como su capacidad para sobrevivir al tiempo y a las ideas de progreso. Como las libretas (¿fetiche o atracción?), que escritores como Ernest Hemingway o Truman Capote llevaban siempre consigo. En la mayoría de los textos que integran París era una fiesta, Hemingway reproduce el acto de escritura al mencionar que el primer borrador es su cuaderno de notas. Lo hace, por ejemplo, en el relato "El hambre era una buena disciplina", al revelar además el lugar en que registró esa primera versión, la Closerie des Lilas, sobre la rue Notre-Dame.
Los extensos días de entrevistas de Capote para reconstruir el crimen de la familia en Holcomb que lo llevaron a escribir A sangre fría, su novela más famosa, también conocieron una primera versión en libretas, que trasladaba a máquina al regresar a su hotel.

Para reforzar la legitimidad de lo dicho, en Moise y el mundo de la razón, Tennessee Williams revela que lo que su narrador-protagonista cuenta fue registrado en un Blue Jay, tal la marca del cuaderno del narrador.

Todavía hoy, y a este lado del Atlántico, la forma manuscrita sigue gozando de adeptos. Para Andrés Rivera, el papel es la primera y única forma que conocen sus novelas antes de que lleguen al lector: al terminarlas, entrega un manuscrito de puño y letra. Martín Kohan lleva un registro completo de lo que aconteció en el día en su agenda. Esa costumbre de anotarlo todo obedece a una "urgencia". "Al hacer listas de cosas (registros un poco maniáticos de lo que hago), me alivio del agobio peor de registrarlo todo mentalmente". Ponerlas por escrito y convertirlas en lista le permite objetivar algunos temas. "Los vuelvo más manejables, al menos en apariencia", dice. Los ejemplos siguen. A Mariana Enríquez la primera versión en cuaderno se le "impone" y la costumbre del teclado le imprime un esfuerzo: "Mi letra manuscrita cada vez se entiende menos por falta de gimnasia". Pero sigue usando el método de la primera versión en papel para lograr "una distancia" de la escritura laboral, para salir del tono periodístico y encontrar la voz literaria.

Después de todo, puede que nadie tenga que elegir entre el papel y la letra digital, y cada quien pueda leer y escribir donde le plazca. Como el novelista japonés Koji Suzuki, autor de The Ring, quien creó la primera obra de ficción en papel higiénico, titulada Drop. Es una novela de dos mil palabras. Fue impresa por la papelera Hayashi y puesta a la venta en librerías y secciones de artículos de limpieza de los supermercados, a 2,2 dólares. Es cierto que nada aclara el panorama sobre el futuro del papel, pero es una pista para el porvenir: al momento de valorar un texto, el contenido en sí mismo a veces representa un aspecto más –y no el principal– para definir si aquél es o no una buena idea.

Pero siempre ronda la misma feliz sospecha: las buenas historias, cuando genuinas y surgidas de la necesidad de contar, resisten siempre los ripios de su tiempo; al navegar por otras aguas, desconocen las anclas de cualquier soporte.

miércoles, 24 de febrero de 2010

Dos poemas de Sylvia Plath

Hongos

De noche, muy
blancos, discretos,
muy silenciosos
nuestros pies, nuestras
narices captan
la tierra, el aire.
Nadie nos ve,
para, traiciona;
los granos abren
paso, los puños
púas apartan
y hojas tupidas,
incluso alfombras.
Mallos, arrietes,
sordos y ciegos,
del todo mudos,
agrandan grietas,
sondean huecos.
De agua vivimos,
de migas de aire,
suaves pedimos:
o todo o nada.
¡Somos tantísimos!
¡Somos tantísimos!
Somos estantes,
mesas, muy dóciles
y comestibles,
entrometidos
involuntarios.
Somos fecundos:
mañana el mundo
será ya nuestro:
ya os avisamos.

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Últimas palabras

No quiero una caja sencilla, quiero un sarcófago
de atigradas listas y un rostro pintado, redondo
como la luna, que mire, quiero
estar mirándolo cuando lleguen, escogiendo
entre minerales mudos, raíces. Véolos
ya: los pálidos, astralmente distantes rostros.
Ahora no son nada, no son siquiera criaturas.
Imagínolos huérfanos, como los primeros dioses,
de padre y madre, se preguntarán si tuve importancia
¡Debí haber preservado mis días, como frutos, en azúcar!
Mi espejo se empaña:
unos pocos hálitos, y no reflejará ya nada.
Las flores y los rostros blanqueantes cual sábanas.
No confío en el espíritu. Huye como vapor en mis sueños,
por la boca o los ojos. No puedo impedírselo.
Un día se irá para no volver. Así no son las cosas.
Permanecen, sus luces idóneas se calientan
en mis manos frecuentes. Ronronean casi.
Cuando se enfrían las suelas de mis pies, los ojos azules,
mi turquesa, me darán solaz. Déjame
mis cacharros de cobre, déjame los cacharros de afeites,
que florezcan en torno a mí como flores nocturnas, aulentes.
Me envolverán en vendas, almacenarán mi corazón
bajo mis pies, bien envuelto.
Conoceréme a mí misma. Seré noche
y el relucir de tantas cosas será más dulce que el rostro de Istar.

lunes, 15 de febrero de 2010

Acerca de Herta Müller


Tomado de El País
Herta Müller, delgada, huesuda, rodeada de vibraciones eléctricas, nerviosa, expansiva y al mismo tiempo contenida, es fuente perpetua de encandilamiento y asombro tanto para sus amigos y admiradores como para sus enemigos. Enemigos de verdad, y bastantes, porque su terca y mordaz franqueza siempre les ha resultado enormemente incómoda a los sumisos y a los ineptos. En la Rumania de la década de los ochenta, se convirtió en la pesadilla de la policía política de Nicolae Ceausescu, la cual, a pesar de las brutales presiones psíquicas y las amenazas, se vio incapaz de quebrar la voluntad y el espíritu desafiante de este ser humano pequeño y frágil.

Herta Müller nació en Nytzkydord, provincia de Banat, hoy parte de Rumania, un área multiétnica que cayó bajo el dominio austriaco a finales del siglo XVII. Hija de campesinos alemanes, Müller siempre denunció el fuerte conservadurismo de su entorno (y especialmente el entusiasmo nazi en la década de 1940, cuando, de acuerdo con su propio testimonio, su padre se encontraba en la Waffen-SS), pero también deploró las privaciones inhumanas a las que el régimen comunista sometió a los alemanes de Banat (su madre fue enviada a un campo de trabajo de la Unión Soviética).

En la década de 1970 estudió literatura alemana y rumana en la Universidad de Timisoara y se introdujo en la escena literaria clandestina de la ciudad. En aquella época formó parte de un osado experimento: el denominado Aktionsgruppe Banat, una reunión de jóvenes escritores rumanos en alemán (Richard Wagner, William Totok, Rolf Bossert), que aprovechó la denominada desestalinización para lanzar un programa de conferencias artística y políticamente radicales. Pronto un neoestalinismo nacionalista y brutal sustituyó al fingido liberalismo del régimen y los jóvenes escritores fueron sometidos a las presiones de la policía política.

Tras licenciarse, en 1976, sobrevivió como traductora de una industria socialista local y probó otros trabajos menores (como profesora de guardería) mientras trataba de resistir las amenazas cada vez más obscenas de la Securitate, que pretendía convertirla en informadora. Rechazó categóricamente esa complicidad y en 1982 y 1984 consiguió publicar dos volúmenes de relatos cortos en los que el hiperrealismo rayaba con lo onírico, en una silenciosa denuncia de la locura del régimen de Ceausescu.

Tras el agotador acoso de la Securitate, a Müller se le permitió emigrar a Alemania Occidental en 1987, junto con Richard Wagner, su esposo de entonces. El talento de Müller, liberado de la presión y la humillación de la vida en Rumania, atravesó una fase creativa floreciente y esplendorosa. Escribió al menos 18 libros.

Su trayectoria literaria también se disparó: ha recibido hasta hoy más de 20 grandes premios literarios alemanes. Sus libros fascinaban constantemente a los críticos alemanes, con su lenguaje sofisticado, profundamente alemán y sin embargo “extranjero”, un idioma muy personal, impregnado de refinados giros semánticos que recordaban voluntariamente su dialecto alemán nativo o incluso el rumano. El rumano, es para ella una lengua aborrecida por ser la de un poder represivo, criminal e inhumano, pero a la vez apreciada por ser una forma de nostalgia privada, de reminiscencia cultural y de diferencia personal (en 2005 publicó un libro en rumano como expresión de su ambigüedad, se componía de collages con palabras y titulares de periódicos).

Aunque su sentido de la claridad moral podría recordarnos a Camus, su sentido de las complejidades y los enigmas de la experiencia ética posiblemente nos recuerde a Coetzee (curiosamente, dos descendientes, como ella, de culturas de colonos). Pero por encima de todo, Herta Müller es Herta Müller, un torrente de energía y resistencia moral, pero también una fuente de invención lingüística.

Hay un poco de circo inevitable en torno a la concesión del Premio Nobel de Literatura. El rito anual repercute en la prensa de los países más o menos cultos de manera parecida: los vaticinios, el anuncio, con sorpresa o sin ella, del ganador, y las carreras de los fotógrafos y equipos de televisión en busca de las primeras imágenes del afortunado.

Es un juego con la cara de una noticia. Así y todo, para los aficionados a la lectura un acontecimiento de dicha naturaleza tiene a veces la utilidad de darles a conocer autores valiosos.

Y en este sentido la elección última de la Academia Sueca ha sido considerada justamente por muchos un acierto. La ganadora, Herta Müller, mujer renuente a la frivolidad y a los focos, se apresuraría a contradecirnos con razón, por cuanto no fue ella la premiada sino sus obras. Puesto que escribe de costumbre en idioma alemán, se declara escritora alemana.

Uno percibe, sin embargo, que en Alemania este último Premio Nobel ha sido como una sortija que no termina de ajustarse al dedo, mientras que en Rumania la sortija, ni empujándola con fuerza, va más allá de la uña.

Las rápidas manifestaciones de orgullo de la prensa rumana no ocultaron la incomodidad que sienten algunos para entusiasmarse con el contenido abiertamente acusatorio de los libros de la galardonada, ni las dificultades que aprietan a otros para encajar en la cultura nacional una obra literaria cuyo conocimiento pasa por el trámite forzoso de leerla traducida.

En el discurso que pronunció con ocasión de la entrega del premio, Herta Müller habló seriamente de pañuelos, prendas de su niñez y juventud provistas de un componente simbólico que le sirvió para ejemplificar la capacidad que posee la literatura tanto para retener en forma testimonial, para explicar y dar sentido al pasado propio o colectivo, como para brindar protección, aunque precaria, a los individuos y poner a buen recaudo jirones de dignidad humana.

Mencionó el pañuelo por el que todas las mañanas le preguntaba su madre al salir de casa, pañuelo que terminaría convirtiéndose para la futura escritora en la madre misma. Y mencionó aquel otro de sus veintitantos años, cuando, por negarse a colaborar con la policía política de Rumania, fue despojada de su despacho en la fábrica donde trabajaba de traductora y donde, antes de ser despedida, se construyó una oficina imaginaria extendiendo a diario su pañuelo sobre un peldaño de las escaleras.

No se mordió la lengua Herta Müller al enumerar en su discurso, partiendo de su experiencia personal, el sufrimiento, las humillaciones y la degradación moral que sufren los ciudadanos en los países regidos con mano opresora.

Por más que en 1987 la República Federal de Alemania compró su libertad, nunca logró Herta Müller abandonar ni perder de vista su pasado, materia con que ha sido modelada la mayor parte de su obra. Sin renunciar a la belleza, la literatura testimonial de Herta Müller comporta un serio aviso para las actuales generaciones que se formaron en el hueco ideológico ocasionado por las tragedias colectivas del siglo XX, pero también para las generaciones futuras acaso tentadas de llenar dicho hueco con nuevas y sangrientas utopías.

Terminó la escritora su intervención formulando con voluntad solidaria, más allá del público elegante que la escuchaba, una sencilla pregunta que a un tiempo entrañaba un acto de comprensión y de protesta por la soledad que padecen los seres humanos en los regímenes totalitarios.

Levantada la mirada al frente, preguntó a los oprimidos de hoy, aunque estuvieran lejos, aunque en ese instante no la pudieran oír: ¿tenéis un pañuelo?

jueves, 11 de febrero de 2010

Poemas de Miyó Vestrini


La tristeza
amanece
en la puerta de la calle.
No en vano
he sido tan cruel,
no en vano
deseo
cada tarde,
que la muerte sea simple y limpia
como un trago de anís caliente
o una palmada cuyo eco se pierde en el monte.


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A causa del invierno próximo,
tiemblo detrás de ti.
Huelo,
me asombro,
y viene de nuevo
la transparente pesadumbre.


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El primer suicidio es único.
Siempre te preguntan si fue un accidente
o un firme propósito de morir.
Te pasan un tubo por la nariz,
con fuerza,
para que duela
y aprendas a no perturbar al prójimo.
Cuando comienzas a explicar que
la-muerte-en-realidad-te parecía-la-única-salida
o que lo haces
para-joder-a-tu-marido-y-a-tu-familia,
ya te han dado la espalda
y están mirando el tubo transparente
por el que desfila tu última cena.
Apuestan si son fideos o arroz chino.
El médico de guardia se muestra intransigente:
es zanahoria rallada.
Asco, dice la enfermera bembona.
Me despacharon furiosos,
porque ninguno ganó la apuesta.
El suero bajó aprisa
y en diez minutos,
ya estaba de vuelta a casa.
No hubo espacio donde llorar,
ni tiempo para sentir frío y temor.
La gente no se ocupa de la muerte por exceso de amor.
Cosas de niños,
dicen,
como si los niños se suicidaran a diario.
Busqué a Hammett en la página precisa:
nunca diré una palabra sobre tu vida
en ningún libro,
si puedo evitarlo.

sábado, 6 de febrero de 2010

"Vocación de la muerte" de César Vallejo


El hijo de María inclinóse a preguntar:
-¿Qué lees?
El doctor alzó los ojos y lanzó una mirada de extrañeza sobre su interlocutor. Otros escribas se volvieron al hijo de María y al sabio rabino.
La asistencia al templo, aquel día era escasa. Se juzgaba a un griego por deuda. El acreedor, un joven sirio del país del Hernón, aparecía sentado en el plinto de una columna del pórtico y, por todo alegato ante sus jueces, lloraba en silencio,
-Leo a Lenin, -respondió el doctor, abriendo ante el hijo de María un infolio, escrito en caracteres desconocidos.
El hijo de María leyó mentalmente en el libro y ambos cambiaron miradas, separándose luego y desapareciendo entre la multitud. Al volver a Nazareth, el hijo de María encontró a su cuñado, Armani, disputando por celos con su mujer, Zabadé, hermana menor del hijo de María. Ambos esposos, al verle, se irritaron más, porque le odiaban mucho.
-¿Qué quieres?
El hijo de María estaba muy abstraído y se estremeció. Volviendo en sí, tomó a la calle, sin pronunciar palabra. Tuvo hambre y se acordó de sus primos, los buenos hijos de Cleofas.
-Jacobo, ¡tengo hambre!
-Me llaman por teléfono. Volveré, -respondiole Jacobo, en el hebreo dulce y axilado de la antigua Galilea.
Vino la tarde y hacía tres días que el hijo de María no tomaban ningún alimento. Fue a ver pasar a los obreros que solían volver de Diocesarea en las tardes y se dispersaban en las encrucijadas de Nazareth, unos hacia el Oeste, por las faldas apacibles del Carmelo, cuyo último pico abrupto parece hundirse en el mar; otros hacia las montañas de Samaria, más allá de las cuales se extiende la triste Judea, seca y árida. Se acercó a un muro y se acodó en la rasante. Estaba fatigado y sentía el corazón más vacío que nunca de odios y amores y más incierto que nunca el pensamiento.
El hijo de María cumplía aquel día treinta años. Durante toda su vida había viajado, leído y meditado mucho. Su familia le odiaba, a causa de su extraña manera de ser, según la cual desechaba todo oficio y toda preocupación de la realidad. Rebelde a las prácticas gentilicias y aldeanas, llegó a abandonar su oficio de carpintero y no tenía ninguna vocación ni orientación concreta. En su casa le llamaban "idiota", porque, en realidad, parecía acéfalo. Varias veces estuvo a punto de perecer de hambre y de intemperie. Su madre le quería por "pobre de espíritu" más que a los otros vástagos. Con frecuencia desaparecía sin que se supiese su paradero. Volvía con una hiena salvaje en los brazos, desgarrada la veste, mirando en el vacío y llorando en ocasiones. Acostumbraba también traer una rama de la higuera de los lugares santos de la edad patriarcal, con cuyas flores frotaban sus hábitos los finos y espirituales terapeutas de la vida devota.
El hijo de María alcanzó a ver una gran piedra, cerca de él, y fue a sentarse en ella. Anochecía.
Entonces, salió de Nazareth, por la rúa desierta y pedregosa, un grupo de personas de extraño aire vagabundo. Venía allí el barquero Cefas, de Cafarnaúm y su suegra Juana; Susana, mujer de Khousa, intendente de Antipas, e Hillel, el de los aforismos austeros, maestro que fue del hijo de María. En medio de todos, avanzaba un joven de gran hermosura y maneras suaves. Hillel decía preocupado:
-El reposo en Dios, he aquí la idea fundamental de Philon de Alejandría. Además, para él, como para Isaías y aún para el mismo Enoch, el curso de las cosas es el resultado de la voluntad libre de Dios.
Al advertir al hijo de María, sentado en una piedra, Susana se le acercó y le habló. Pero el hijo de María no respondió: justamente, en ese instante, acababa de morir. Hillel siempre engolfado en sus cavilaciones, tuvo una repentina exaltación visionaria y, dirigiéndose al joven de gran hermosura, que iba con ellos, le dijo, en el dialecto siríaco, estas palabras inesperadas:
-¡Ya eres, Señor, el Hijo del Hombre! ¡En este momento, Señor, empiezas a ser el hijo del hombre! En este momento, Señor, empiezas a ser el Mesías, anunciado por Daniel y esperado por la humanidad durante siglos.
-Ya soy el Hijo del Hombre, el enviado de mi Padre- respondió el joven de las maneras suaves y la gran hermosura, como si acabase de tener una revelación por espacio de treinta arios esperada.
En torno de su cabeza judía, empezó a diseñarse un azulado resplandor.

martes, 2 de febrero de 2010

Jorge Luis Borges de foto


Tomado de Milenio
María Kodama es menudita y camina ligera. Aunque habla en susurro, se le ve contenta y siempre busca sonreír. Como presidenta de la Fundación Borges, su vida sigue girando en torno a él a veintitres años de la muerte del escritor. Dicha encomienda la obliga a viajar con la maleta llena de recuerdos de la vida y obra de su profesor 45 años mayor. Kodama acepta que las fotos de la exposición fueron tomadas por ella, ya que a “él le gustaba que le tomaran fotos, se relajaba”.

En sus viajes, preferían los sitios ya visitados o lugares nuevos.

Viajábamos porque Borges tenía que dar conferencias en distintos lugares. A veces eran largas temporadas y cuando teníamos tiempo “nos escapábamos”, como él decía, a explorar nuevos lugares. Él ya conocía Europa y le gustaba volver a lugares donde había estado, pero buscaba ir a sitios nuevos, como Turquía, Egipto o Marruecos.


¿Cómo influyen los viajes en la obra de Borges?

Su primer viaje es el de la imaginación con los libros. Luego, a sus 16 años, cuando comenzó a viajar con sus padres, los sorprende la Primera Guerra Mundial y se tiene que quedar en Europa. Entonces queda fascinado al entender las diferencias culturales y todo ese mundo nuevo le deparó una caja de sorpresas y conocimientos que seguro amplió su percepción. Me decía que ver el trato dado a los refugiados en la Primera Guerra Mundial implicó un aprendizaje de tolerancia para toda su vida.

Desde su percepción, ¿cuál fue el viaje que más lo impactó a él?

De los mundos que descubrimos juntos, creo que Islandia. Y es que aprendimos la lengua, incluso hicimos traducciones al español. Otro lugar que lo cautivó fue Japón. Decía que era “el único país civilizado que existía” (al evocar esta cita María Kodama suelta una carcajada). Porque claro, invitado por la Japan Fundation, todo el tiempo lo llenaron de atenciones.

Ya me dijo que usted no, pero ¿el maestro sí disfrutaba de la comida?

No mucho. Tenía sus preferencias, le gustaban las empanadas con azúcar y el arroz. Carne al principio comía, después no tanto. Le encantaba la comida japonesa porque era simple.

Con tantos viajes que realizó al lado del maestro Borges y ahora en su condición de presidenta de la Fundación, ¿de algún modo cumplió el sueño juvenil de enrolarse en la marina?

No lo sé. Porque cuando era niña fantaseaba con la vastedad del mar y del desierto, que se parecen mucho, es decir, son cambiantes, en cuanto a las formas y el color, además de altamente peligrosos y maravillosos.
Un bosque también puede ser peligroso.

Mmmm, no tanto. El bosque es peligroso, pero a mí no me atrae, pues prefiero las cosas que me remiten al infinito. Que no se acaban y que están vivas.
¿Por qué se critica tanto a María Kodama?

No sé, la envidia, la frustración. Las señoras que aseguraban haber sido dejadas por Borges. Los señores que están desesperados e histéricos porque hablan de una posesión diabólica mía… ji, ji, ji, es muy divertido. Es una novela, pero la verdad es que yo no le he sacado nada a nadie, trabajé como una loca y vivimos una vida maravillosa, pero además pública y notoria. Y la gente que me critica me provoca compasión porque en el fondo deben de ser muy desdichados para lanzarse así contra una persona que no les ha hecho nada.
Es imposible no trazar un paralelismo con la viuda de John Lennon, ¿se siente como la Yoko Ono del sur?

Eso es racismo, xenofobia. Si dijéramos lo mismo de un judío eso es xenofobia, atención, ¿eh? Quienes hacen dicha comparación en Argentina es por lo de la nacionalidad japonesa.
Usted es argentina, de cualquier modo.
La mitad de mi sangre es japonesa. Pero en todo caso yo no rompí nada (como Yoko Ono), Borges no tenía una banda. Allí hay una diferencia: él era un hombre libre, yo una mujer libre e hicimos nuestra vida. No hay nada por qué escandalizarse, menos en estos tiempos en que está permitido hasta casarse con un elefante del zoológico.

¿Sigue sin creer en el matrimonio?

Totalmente. El matrimonio tendría qué ser como un certificado de fin de estudios. Si yo logro sobrellevar los sinsabores, alegrías y esperanzas durante una vida con un hombre, entonces me entregan el diploma. Con el matrimonio moderno se hace al revés. Usted firma algo y se compromete a cosas que no sabe si va a poder cumplir. Eso es un delirio atómico que nunca acepté.

¿Ya encontró las palabras para describir el amor que la unió con Borges?

No he querido hacerlo con mis palabras, pues está perfectamente descrito en el que fue el primer libro de la literatura occidental, La Iliada. Cuando Héctor va a luchar en la guerra de Troya y su mujer trata de retenerlo. Ella le dice (María Kodama primero lo recita en griego en honor a su maestro de ese idioma): “Héctor, tú eres para mí un padre, mi señora madre, y mis hermanos, pero por sobre todas las cosas eres el amor que florece”. La mejor definición del amor, sin duda.
¿Le molesta que la identifiquen como la viuda de Borges?

En realidad es lo que soy. No me puede molestar.

¿Sueña con él?

A veces sí. Viajamos, nos reímos o charlamos. En sueños que no tienen la menor importancia más que el hecho de verlo. A veces sólo lo veo a él, aunque sé que camino a su lado.
Jorge Luis Borges se jactaba de los libros que había leído, más de los que había escrito, ¿había qué creerle?

Sí, sí, es verdad. En su biblioteca no tenía ni un libro suyo. Y cuando le dedicó las obras completas a la madre, le dijo: “Madre, acá tiene esto, si algún día lo veo fuera de su cuarto irá a la basura”.
Y la madre casi lo encadena como libro de la Edad Media para que nadie se lo llevara de su lado.

¿Merecía Jorge Luis Borges el Premio Nobel de Literatura?

Yo no sé si es tan importante eso, merecerlo o no. Creo que él estaba por encima de eso. Su vida y obra quedó para la eternidad, más que cualquier premio. Le aseguro que nunca lo inquietó.
¿Qué sintió cuando el entonces presidente mexicano Vicente Fox habló de un tal “José Luis Borgues”?

Es una cosa muy divertida que el mismo Borges fomentó. Decía que “quizás en una enciclopedia años adelante se hable del gran escritor José Luis Borges”. A lo mejor este señor (Fox) quería seguir la broma que el propio Borges hacía sobre su nombre. Y de hecho había un mozo en un restaurante de Buenos Aires a donde íbamos a comer que le llamaba “don José”. Él decía que Jorge era un nombre muy fuerte y que en cambio José “es como si se perdiera en un suspiro”.
Jorge Luis Borges disfrutando de Grecia, feliz por abrazar a un tigre, su animal favorito, sorprendido por la arquitectura de las pirámides de Teotihuacán, fascinado con el misticismo de Egipto. Un escritor que vivió más en la alegría que en la tristeza, es lo que refleja la exposición fotográfica El atlas de Borges.
Lejos del concepto desdichado que se ha creado del escritor argentino, la muestra, compuesta por 130 imágenes, pretende desmitificar el infortunio en que dicen vivió, explica su esposa María Kodama, creadora de varios proyectos culturales en Argentina para promover la literatura de su esposo.
Fotografías y videos de sus travesías por Estambul, Venecia, Creta, Atenas, México, Londres y otros lugares “ortodoxos” componen la muestra que se presenta en la galería ARTeria México, donde se verá un Borges relajado, sonriente, tranquilo en sus emociones, como lo recuerda Kodama a 23 años de su muerte.
“No soy fotógrafa profesional, son fotos como cuando vas con tu familia de vacaciones y tomas para guardar en la memoria los momentos; son íntimas en el sentido de que no son oficiales, son más personales de cuando se divertía”, detalla la también profesora de literatura.
Convencida de que la literatura de Borges abre caminos al conocimiento, Kodama concibe la exposición como un impulso para desengañar al lector común de la desventura del literato, pues asegura que su esposo vivió, como cualquier persona, momentos felices y tristes, con problemas y éxitos.
“Él era una persona alegre, pero a través de la mala intención de mucha gente y de esa vocación, como decía Borges, que tiene la gente de ser desdichada, entonces vuelcan todo eso negativo sobre nosotros y la gente no puede soportar la felicidad porque se vuelve loca”, dice.
Pero Kodama se regocija de haber compartido la alegría de su marido. Asegura que es una satisfacción saber que ella sí pudo sentir la felicidad del escritor, quien a pesar de perder la vista supo crear “obras de arte”.
Kodama también prepara un libro histórico documental en el que explicará con “pruebas oficiales, documentos legales”, que los últimos años del escritor fueron de triunfo y júbilo.
Tomado del Excelsior