sábado, 6 de febrero de 2010

"Vocación de la muerte" de César Vallejo


El hijo de María inclinóse a preguntar:
-¿Qué lees?
El doctor alzó los ojos y lanzó una mirada de extrañeza sobre su interlocutor. Otros escribas se volvieron al hijo de María y al sabio rabino.
La asistencia al templo, aquel día era escasa. Se juzgaba a un griego por deuda. El acreedor, un joven sirio del país del Hernón, aparecía sentado en el plinto de una columna del pórtico y, por todo alegato ante sus jueces, lloraba en silencio,
-Leo a Lenin, -respondió el doctor, abriendo ante el hijo de María un infolio, escrito en caracteres desconocidos.
El hijo de María leyó mentalmente en el libro y ambos cambiaron miradas, separándose luego y desapareciendo entre la multitud. Al volver a Nazareth, el hijo de María encontró a su cuñado, Armani, disputando por celos con su mujer, Zabadé, hermana menor del hijo de María. Ambos esposos, al verle, se irritaron más, porque le odiaban mucho.
-¿Qué quieres?
El hijo de María estaba muy abstraído y se estremeció. Volviendo en sí, tomó a la calle, sin pronunciar palabra. Tuvo hambre y se acordó de sus primos, los buenos hijos de Cleofas.
-Jacobo, ¡tengo hambre!
-Me llaman por teléfono. Volveré, -respondiole Jacobo, en el hebreo dulce y axilado de la antigua Galilea.
Vino la tarde y hacía tres días que el hijo de María no tomaban ningún alimento. Fue a ver pasar a los obreros que solían volver de Diocesarea en las tardes y se dispersaban en las encrucijadas de Nazareth, unos hacia el Oeste, por las faldas apacibles del Carmelo, cuyo último pico abrupto parece hundirse en el mar; otros hacia las montañas de Samaria, más allá de las cuales se extiende la triste Judea, seca y árida. Se acercó a un muro y se acodó en la rasante. Estaba fatigado y sentía el corazón más vacío que nunca de odios y amores y más incierto que nunca el pensamiento.
El hijo de María cumplía aquel día treinta años. Durante toda su vida había viajado, leído y meditado mucho. Su familia le odiaba, a causa de su extraña manera de ser, según la cual desechaba todo oficio y toda preocupación de la realidad. Rebelde a las prácticas gentilicias y aldeanas, llegó a abandonar su oficio de carpintero y no tenía ninguna vocación ni orientación concreta. En su casa le llamaban "idiota", porque, en realidad, parecía acéfalo. Varias veces estuvo a punto de perecer de hambre y de intemperie. Su madre le quería por "pobre de espíritu" más que a los otros vástagos. Con frecuencia desaparecía sin que se supiese su paradero. Volvía con una hiena salvaje en los brazos, desgarrada la veste, mirando en el vacío y llorando en ocasiones. Acostumbraba también traer una rama de la higuera de los lugares santos de la edad patriarcal, con cuyas flores frotaban sus hábitos los finos y espirituales terapeutas de la vida devota.
El hijo de María alcanzó a ver una gran piedra, cerca de él, y fue a sentarse en ella. Anochecía.
Entonces, salió de Nazareth, por la rúa desierta y pedregosa, un grupo de personas de extraño aire vagabundo. Venía allí el barquero Cefas, de Cafarnaúm y su suegra Juana; Susana, mujer de Khousa, intendente de Antipas, e Hillel, el de los aforismos austeros, maestro que fue del hijo de María. En medio de todos, avanzaba un joven de gran hermosura y maneras suaves. Hillel decía preocupado:
-El reposo en Dios, he aquí la idea fundamental de Philon de Alejandría. Además, para él, como para Isaías y aún para el mismo Enoch, el curso de las cosas es el resultado de la voluntad libre de Dios.
Al advertir al hijo de María, sentado en una piedra, Susana se le acercó y le habló. Pero el hijo de María no respondió: justamente, en ese instante, acababa de morir. Hillel siempre engolfado en sus cavilaciones, tuvo una repentina exaltación visionaria y, dirigiéndose al joven de gran hermosura, que iba con ellos, le dijo, en el dialecto siríaco, estas palabras inesperadas:
-¡Ya eres, Señor, el Hijo del Hombre! ¡En este momento, Señor, empiezas a ser el hijo del hombre! En este momento, Señor, empiezas a ser el Mesías, anunciado por Daniel y esperado por la humanidad durante siglos.
-Ya soy el Hijo del Hombre, el enviado de mi Padre- respondió el joven de las maneras suaves y la gran hermosura, como si acabase de tener una revelación por espacio de treinta arios esperada.
En torno de su cabeza judía, empezó a diseñarse un azulado resplandor.

No hay comentarios: