martes, 2 de febrero de 2010

Jorge Luis Borges de foto


Tomado de Milenio
María Kodama es menudita y camina ligera. Aunque habla en susurro, se le ve contenta y siempre busca sonreír. Como presidenta de la Fundación Borges, su vida sigue girando en torno a él a veintitres años de la muerte del escritor. Dicha encomienda la obliga a viajar con la maleta llena de recuerdos de la vida y obra de su profesor 45 años mayor. Kodama acepta que las fotos de la exposición fueron tomadas por ella, ya que a “él le gustaba que le tomaran fotos, se relajaba”.

En sus viajes, preferían los sitios ya visitados o lugares nuevos.

Viajábamos porque Borges tenía que dar conferencias en distintos lugares. A veces eran largas temporadas y cuando teníamos tiempo “nos escapábamos”, como él decía, a explorar nuevos lugares. Él ya conocía Europa y le gustaba volver a lugares donde había estado, pero buscaba ir a sitios nuevos, como Turquía, Egipto o Marruecos.


¿Cómo influyen los viajes en la obra de Borges?

Su primer viaje es el de la imaginación con los libros. Luego, a sus 16 años, cuando comenzó a viajar con sus padres, los sorprende la Primera Guerra Mundial y se tiene que quedar en Europa. Entonces queda fascinado al entender las diferencias culturales y todo ese mundo nuevo le deparó una caja de sorpresas y conocimientos que seguro amplió su percepción. Me decía que ver el trato dado a los refugiados en la Primera Guerra Mundial implicó un aprendizaje de tolerancia para toda su vida.

Desde su percepción, ¿cuál fue el viaje que más lo impactó a él?

De los mundos que descubrimos juntos, creo que Islandia. Y es que aprendimos la lengua, incluso hicimos traducciones al español. Otro lugar que lo cautivó fue Japón. Decía que era “el único país civilizado que existía” (al evocar esta cita María Kodama suelta una carcajada). Porque claro, invitado por la Japan Fundation, todo el tiempo lo llenaron de atenciones.

Ya me dijo que usted no, pero ¿el maestro sí disfrutaba de la comida?

No mucho. Tenía sus preferencias, le gustaban las empanadas con azúcar y el arroz. Carne al principio comía, después no tanto. Le encantaba la comida japonesa porque era simple.

Con tantos viajes que realizó al lado del maestro Borges y ahora en su condición de presidenta de la Fundación, ¿de algún modo cumplió el sueño juvenil de enrolarse en la marina?

No lo sé. Porque cuando era niña fantaseaba con la vastedad del mar y del desierto, que se parecen mucho, es decir, son cambiantes, en cuanto a las formas y el color, además de altamente peligrosos y maravillosos.
Un bosque también puede ser peligroso.

Mmmm, no tanto. El bosque es peligroso, pero a mí no me atrae, pues prefiero las cosas que me remiten al infinito. Que no se acaban y que están vivas.
¿Por qué se critica tanto a María Kodama?

No sé, la envidia, la frustración. Las señoras que aseguraban haber sido dejadas por Borges. Los señores que están desesperados e histéricos porque hablan de una posesión diabólica mía… ji, ji, ji, es muy divertido. Es una novela, pero la verdad es que yo no le he sacado nada a nadie, trabajé como una loca y vivimos una vida maravillosa, pero además pública y notoria. Y la gente que me critica me provoca compasión porque en el fondo deben de ser muy desdichados para lanzarse así contra una persona que no les ha hecho nada.
Es imposible no trazar un paralelismo con la viuda de John Lennon, ¿se siente como la Yoko Ono del sur?

Eso es racismo, xenofobia. Si dijéramos lo mismo de un judío eso es xenofobia, atención, ¿eh? Quienes hacen dicha comparación en Argentina es por lo de la nacionalidad japonesa.
Usted es argentina, de cualquier modo.
La mitad de mi sangre es japonesa. Pero en todo caso yo no rompí nada (como Yoko Ono), Borges no tenía una banda. Allí hay una diferencia: él era un hombre libre, yo una mujer libre e hicimos nuestra vida. No hay nada por qué escandalizarse, menos en estos tiempos en que está permitido hasta casarse con un elefante del zoológico.

¿Sigue sin creer en el matrimonio?

Totalmente. El matrimonio tendría qué ser como un certificado de fin de estudios. Si yo logro sobrellevar los sinsabores, alegrías y esperanzas durante una vida con un hombre, entonces me entregan el diploma. Con el matrimonio moderno se hace al revés. Usted firma algo y se compromete a cosas que no sabe si va a poder cumplir. Eso es un delirio atómico que nunca acepté.

¿Ya encontró las palabras para describir el amor que la unió con Borges?

No he querido hacerlo con mis palabras, pues está perfectamente descrito en el que fue el primer libro de la literatura occidental, La Iliada. Cuando Héctor va a luchar en la guerra de Troya y su mujer trata de retenerlo. Ella le dice (María Kodama primero lo recita en griego en honor a su maestro de ese idioma): “Héctor, tú eres para mí un padre, mi señora madre, y mis hermanos, pero por sobre todas las cosas eres el amor que florece”. La mejor definición del amor, sin duda.
¿Le molesta que la identifiquen como la viuda de Borges?

En realidad es lo que soy. No me puede molestar.

¿Sueña con él?

A veces sí. Viajamos, nos reímos o charlamos. En sueños que no tienen la menor importancia más que el hecho de verlo. A veces sólo lo veo a él, aunque sé que camino a su lado.
Jorge Luis Borges se jactaba de los libros que había leído, más de los que había escrito, ¿había qué creerle?

Sí, sí, es verdad. En su biblioteca no tenía ni un libro suyo. Y cuando le dedicó las obras completas a la madre, le dijo: “Madre, acá tiene esto, si algún día lo veo fuera de su cuarto irá a la basura”.
Y la madre casi lo encadena como libro de la Edad Media para que nadie se lo llevara de su lado.

¿Merecía Jorge Luis Borges el Premio Nobel de Literatura?

Yo no sé si es tan importante eso, merecerlo o no. Creo que él estaba por encima de eso. Su vida y obra quedó para la eternidad, más que cualquier premio. Le aseguro que nunca lo inquietó.
¿Qué sintió cuando el entonces presidente mexicano Vicente Fox habló de un tal “José Luis Borgues”?

Es una cosa muy divertida que el mismo Borges fomentó. Decía que “quizás en una enciclopedia años adelante se hable del gran escritor José Luis Borges”. A lo mejor este señor (Fox) quería seguir la broma que el propio Borges hacía sobre su nombre. Y de hecho había un mozo en un restaurante de Buenos Aires a donde íbamos a comer que le llamaba “don José”. Él decía que Jorge era un nombre muy fuerte y que en cambio José “es como si se perdiera en un suspiro”.
Jorge Luis Borges disfrutando de Grecia, feliz por abrazar a un tigre, su animal favorito, sorprendido por la arquitectura de las pirámides de Teotihuacán, fascinado con el misticismo de Egipto. Un escritor que vivió más en la alegría que en la tristeza, es lo que refleja la exposición fotográfica El atlas de Borges.
Lejos del concepto desdichado que se ha creado del escritor argentino, la muestra, compuesta por 130 imágenes, pretende desmitificar el infortunio en que dicen vivió, explica su esposa María Kodama, creadora de varios proyectos culturales en Argentina para promover la literatura de su esposo.
Fotografías y videos de sus travesías por Estambul, Venecia, Creta, Atenas, México, Londres y otros lugares “ortodoxos” componen la muestra que se presenta en la galería ARTeria México, donde se verá un Borges relajado, sonriente, tranquilo en sus emociones, como lo recuerda Kodama a 23 años de su muerte.
“No soy fotógrafa profesional, son fotos como cuando vas con tu familia de vacaciones y tomas para guardar en la memoria los momentos; son íntimas en el sentido de que no son oficiales, son más personales de cuando se divertía”, detalla la también profesora de literatura.
Convencida de que la literatura de Borges abre caminos al conocimiento, Kodama concibe la exposición como un impulso para desengañar al lector común de la desventura del literato, pues asegura que su esposo vivió, como cualquier persona, momentos felices y tristes, con problemas y éxitos.
“Él era una persona alegre, pero a través de la mala intención de mucha gente y de esa vocación, como decía Borges, que tiene la gente de ser desdichada, entonces vuelcan todo eso negativo sobre nosotros y la gente no puede soportar la felicidad porque se vuelve loca”, dice.
Pero Kodama se regocija de haber compartido la alegría de su marido. Asegura que es una satisfacción saber que ella sí pudo sentir la felicidad del escritor, quien a pesar de perder la vista supo crear “obras de arte”.
Kodama también prepara un libro histórico documental en el que explicará con “pruebas oficiales, documentos legales”, que los últimos años del escritor fueron de triunfo y júbilo.
Tomado del Excelsior

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