martes, 31 de marzo de 2009

El fuerte lazo entre Pablo Neruda y Jorge Edwards



46 cartas de ambos, fechadas entre agosto de 1962 y junio de 1973, se hacen públicas en una edición presentada en Quito

Agencia EFE
El chileno Abraham Quezada presentó en Quito el libro "Correspondencia entre Pablo Neruda y Jorge Edwards. Cartas que romperemos de inmediato y recordaremos siempre", una colección epistolar entre ambos escritores que "refleja una amistad alegre, sincera y a ratos íntima".

Quezada, que hizo la labor de recopilación y que explica con unas 300 notas a pie de página el código de comunicación que comparten ambos escritores, declaró a Efe que el libro reúne el 90 por ciento de las cartas que se enviaron Neruda y Edwards, textos que según él, transmiten una "amistad muy compenetrada".

Explicó que, debido a su militancia política y a su compromiso social, Neruda ha suscitado cientos de libros y miles de artículos "en los que se tiende a hablar bien de él o a denostarlo, por lo tanto es difícil encontrar al verdadero Neruda".

"Yo tengo la convicción de que el verdadero Neruda reside en sus cartas", dijo el chileno y recordó que tanto Neruda como Edwards son dos escritores que a la vez también fueron miembros del servicio diplomático de su país.

El libro recoge en total 46 cartas de ambos, fechadas entre agosto de 1962 y junio de 1973, poco tiempo antes de que falleciera Neruda, por lo que el Neruda que escribe es el poeta "otoñal, que viene de vuelta de muchas cosas", señaló Quezada que también es diplomático de carrera.

La colección supone, en palabras del investigador, un "epistolario a dos manos, cartas que Neruda envió y de las que recibió respuesta, un caso bastante escaso en el género epistolar".

Quezada señaló que los textos que ha recopilado, por la temática y por los datos implícitos que contienen, "permiten comprender mejor la autobiografía nerudiana 'Confieso que he vivido' y las obras de Edwards 'Adiós Poeta' y 'Persona Non Grata'".

Los temas que tratan ambos escritores en las misivas son diversos, y para Quezada, quizá lo más llamativo "es la intensa concepción de la amistad de Neruda, que es antes que nada amigo de sus amigos".

"Es una relación asimétrica, donde está un Neruda que es un gigante poético y está Jorge Edwards que es un escritor desconocido en ese tiempo. Pero rápidamente el personaje Neruda va dando paso a la persona, va dando cuenta de un hombre normal y derrama su amistad como derrama sus versos", dijo el investigador.

Quezada, profesor de historia y de geografía y diplomático de carrera, acaba de finalizar su servicio en Naciones Unidas, en Nueva York y estas "Cartas que romperemos de inmediato y recordaremos siempre" suponen su segundo libro de correspondencia de Neruda.

El verdadero cartero
Jorge Edwards en 2008, en declaraciones a la agencia EFE, confesó que él fue el "verdadero" cartero de Pablo Neruda, porque era él al que iban dirigidas las cartas de un "amor secreto" que tenían como destino realmente al poeta cuando trabajaban juntos en la embajada de París.

Aunque sólo estuvo en Cuba tres meses como diplomático por sus discrepancias con el líder cubano, Fidel Castro, explicó que su imagen del país caribeño "no ha cambiado demasiado porque una cosa es la vida de la calle, muy atractiva, y otra la oficial que sí que ha cambiado", pero sobre la que descartó opinar.

Sin embargo, sí que habló con satisfacción de su relación con Pablo Neruda, a quien conoció a raíz del primer libro que publicó Edwards con 20 años y tras lo que vendrían "diferentes formas de relación", durante veintiún años hasta la muerte del poeta.

Relató cómo, cuando trabajaba a las órdenes de Neruda en la embajada de Chile en París, un día abriendo juntos el correo apareció una carta caligrafiada a mano de manera "un poco torpe; infantiloide", que no iba dirigida a la sede diplomática sino a nombre de Edwards y, con la dirección de la calle, fue el poeta quien le dijo que eran para él.

Se trataba de una serie de cartas que comenzó a recibir Neruda y de cuya respuesta Edwards nunca supo y sobre la que siente gran curiosidad.

Por ello, considera que fue él el "verdadero cartero" de Pablo Neruda, que entonces era "casi tan viejo como yo", añadió el escritor, de 77 años.

En su encuentro con los medios también habló de la Exposición Internacional que organiza Zaragoza para el próximo verano, pero en la que Chile no participa porque "los chilenos somos así, un poco distraídos".

Una posición
En Julio de 2000, la publicación Babad divulgó una entrevista en la cual Edwards hablada de su relación con Neruda. Acaba de recibir el Premio Cervantes y promocionaba su última novela, "El sueño de la historia", donde repasa en clave autobiográfica los años más difíciles de la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990).

Los siguientes son algunos extractos de esa entrevista: A sus 69 años, Edwards es un hombre activo y dinámico, con buen sentido del humor, modales elegantes, educación refinada y memoria histórica, ese bien común en ocasiones tan poco valorado. El escritor se lamenta de que muchos lectores lo conozcan solamente por su polémico libro "Persona non grata", que desliza en clave narrativa duras críticas a la revolución cubana, lo que provocó que Fidel Castro lo expulsara de la isla, donde vivió tres meses y medio en 1971 como Embajador del gobierno socialista de Salvador Allende.

"Lo que le voy a decir, no se lo he dicho a ningún periodista. Es una primicia", comenta al iniciar la entrevista y recordar que su reciente premio se lo dedicó a Pablo Neruda.

"Yo tuve un gran defensor en ese asunto. Fue Pablo Neruda que le mandó decir a Salvador Allende que si él me sacaba a mí de la Embajada en París, él también se iba.
-¿Neruda estaba dispuesto a dejar de ser embajador por su amistad con usted?
-No. Porque él consideraba que eso era una persecución política y no estaba de acuerdo. Había amistad, pero también había una toma de posición."
-Se ha escrito que le dieron el Premio Cervantes por su posición anticastrista y por el "caso Pinochet" que tanto había afectado las relaciones entre Chile y España.
-El año anterior había sacado cuatro votos para el premio Cervantes y todavía no se había producido el "caso Pinochet". Y hace siete años que yo figuraba entre las personas para darle el premio. Sin embargo, reconoce: "Claro, que los premios también tienen sus circunstancias. Neruda era candidato al Premio Nobel y cuando era de la oposición comunista con Frei no se lo sacaba y cuando era Embajador se lo dieron. Se podría decir que se lo dieron porque era Embajador. No, se lo dieron porque tenía una obra literaria. Supongo que en mi caso ha pasado algo parecido. Hay una obra, hay un trabajo de años, hay muchos libros."

Para más información sobre los contenidos de las cartas entre Edwards y Neruda consulte http://www.letras.s5.com/pn210304.htm


El misterio de Milan Kundera

AGENCIA DPA
París. - Milan Kundera quiere que lo vean como a un escritor. El exitoso autor checo nacido en Brünn y residente en Francia prefiere que su vida privada pase desapercibida. Y tanto se esconde detrás de sus obras que hace más de 20 años que no concede entrevistas.

Incluso cuando hace unos meses se le acusó en la República Checa de traicionar a un opositor al régimen entregándolo a la policía estatal comunista de la entonces Checoslovaquia, se contentó con emitir un escueto desmentido. El prestigioso autor de "La insoportable levedad del ser", que el miércoles 1 de abril cumple 80 años, sigue siendo un misterio.

Kundera se asemeja a un fantasma. En los últimos años ha conseguido vivir casi de incógnito en París, algo que no resulta precisamente fácil. Y es que el escritor reside en el corazón de la ciudad, en el "SixiŠme Arrondissement", allí donde todavía hoy se dan cita los autores en los tradicionales cafés literarios. Pero Kundera desconfía de la opinión pública y, sobre todo, de la prensa. Un verdadero escritor huye de las portadas para no dañar su obra, reza el lema que sigue desde hace décadas.

El escritor, que adoptó la nacionalidad francesa en 1981, se considera a sí mismo un investigador de la existencia del mundo visible, un observador. Así, cuando en 1967 publicó su primera novela, "La broma", rompió literariamente con la fase estalinista de la antigua República Socialista de Checoslovaquia.

Con "La vida está en otra parte", un libro parcialmente autobiográfico que le valió el premio Médicis francés en 1974, se enfrentó al problema del genio y su pasado comunista. Como Kundera no obtuvo el permiso para viajar a Francia hasta un año después, no pudo recibir personalmente el reputado galardón literario.

La relación entre Kundera y Francia es muy especial. Mientras que en Checoslovaquia sus libros fueron prohibidos tras el violento final de la Primavera de Praga, en la que participó activamente, en Francia sus obras se convirtieron en bestsellers. "Para mi sorpresa, fui feliz ya en los primeros minutos de mi exilio", dijo el escritor, que en 1975 partió rumbo a París con su Renault 5 repleto de libros.

Pero cuando los críticos franceses comenzaron a valorar menos sus libros y calificaron su obra filosófica "La identidad" de novela seca para tiempos de escasez, esa relación se ensombreció. Como protesta, en el año 2000 publicó su novela sobre el amor y el exilio "La ignorancia" primero en español, italiano, inglés y alemán, antes de que en 2003 llegara a los mercados franceses.

También con su país natal, cuya nacionalidad le fue retirada en 1979 por sus críticas al régimen checoslovaco, el autor mantiene una relación difícil. Una y otra vez prohíbe nuevas ediciones y traducciones de su obra al checo, y su éxito "La insoportable levedad del ser" no se publicó en Praga hasta 2006, 22 años después de que llegara a las librerías de París.

Kundera sigue siendo un misterio y un hombre que se esconde tras sus libros. "Mi única arma es y seguirá siendo la novela", dijo una vez el autor, hijo de un musicólogo. Y añadió que tan peligroso es escribir novelas como depositar bombas.

lunes, 30 de marzo de 2009

Carver, antes de ser Carver


Anagrama publicará los textos restaurados de Raymond Carver sin los cortes de Gordon Lish
El editor de Carver creó el minimalismo, desoyendo las súplicas del autor // Los textos originales contienen estilos y finales distintos de los que fueron publicados


Tomado de La Vanguardia

Qué sucedería si en un olvidado desván napolitano se descubrieran las copias originales de las obras maestras de un pintor, por ejemplo Caravaggio, y se desvelara una pintura original luminosa y clara? ¿Que su famoso claroscuro, la técnica por la que es reconocido, se debiera a la mano de un desconocido tratante de cuadros, que retocó, corrigió, añadió y manipuló a su antojo la obra? Algo similar ha ocurrido con los primeros relatos de Raymond Carver, inventor de una nueva manera de narrar, breve, fría, abrupta, cruel, a veces brutal, sin una sola palabra de más y con tantas palabras de menos que sus frases tienen el impacto de un puñetazo emocional en la conciencia de sus lectores. Sólo que no fue él, sino Gordon Lish, conocido como Captain Fiction,un veterano conocedor de todos los trucos del mundo editorial, quien inventó el estilo que hizo furor en los años ochenta y cambió la manera de escribir de una generación.

Se sabía que el minimalismo se conseguía gracias a la receta de "cortar, cortar y cortar aún más", según contaba Fernanda Pivano en sus crónicas americanas para Il Corriere della Sera. En los medios literarios neoyorquinos circulaba como un secreto a voces la severa edición a la que habían sido sometidos los primeros textos de Carver, pero hasta que los publicó el The New Yorker no se ha visto su verdadero alcance. Ahora acaban de salir en Einaudi y Jorge Herralde anuncia su publicación para el año 2010, con traducción de Jesús Zulaika.

A finales de los años setenta, Carver acababa de separarse de Maryann Burk y estaba superando su alcoholismo. Gordon Lish, el editor de Knopf, recibió una colección de 17 relatos de Carver, titulados The beginners (Los principiantes).Los leyó con el mismo entusiasmo con el que en seguida se entregó a una poda drástica y contundente. No sólo suprimió entre 4.000 y 5.000 palabras y en según qué cuentos, prescindió de una tercera parte del texto, sino que también cambió nombres, atajó caminos narrativos y añadió, de su puño y letra, frases enteras. El libro pasó a llamarse De qué hablamos cuando hablamos del amor y Carver fue entronizado como un maestro de la narrativa norteamericana, con su descripción glacial del mal y sus personajes comunes, amenazados siempre por un peligro que irrumpe de forma inesperada.

Los editores anglosajones tienen como hábito asumido la edición de los textos de sus autores. Pero a diferencia de la apasionada, bellísima, defensa con la que Malcom Lowry logró que su editor respetara la integridad de su texto de Bajo el volcán,la correspondencia entre Raymond Carver y Gordon Lish - conservada en la Universidad de Indiana, como todos los manuscritos corregidos-es angustiosa. Carver no se atreve a contradecir a Lish, le halaga, le jura agradecimiento eterno, pero también le suplica, invoca graves peligros para su salud, incluso le advierte que puede volver al alcohol... Todo para conseguir que Lish respete sus relatos y detenga el libro. No lo hace, y el éxito es fulminante.

Años más tarde, cuando Carver entregó los relatos de Catedral, ya se sentía más fuerte y se vio capaz de imponer su voluntad a Lish. Acabaron rompiendo.

El escritor, que se había definido como "un cuerpo pegado a un cigarrillo", murió de cáncer de pulmón en 1998. Aquel año preparaba una nueva colección de relatos. Era su obra póstuma y quiso recuperar tres de los relatos originales íntegros. En cambio, incluyó también cuatro historias según la versión corregida por Lish. De hecho, tras la aparición de De qué hablamos cuando hablamos del amor,Carver se hizo más prolijo, algo que no pasó inadvertido a la crítica, aunque también adoptó algunas de las enseñanzas de Gordon Lish.

Tras la muerte de Carver, su viuda, Tess Gallagher, quiso recuperar los textos originales. Knopf se negó: los relatos tenían que ser publicados sólo en el formato en que aparecieron. Tess Gallagher contrató al agente Andrew Wylie y este negoció un acuerdo con Library of America, una editorial sin afán de lucro. The New Yorker publicó toda la historia y distintas editoriales europeas se prestaron a publicar The beginners tal como los escribió Carver.

La noticia del caso ha generado un amplio debate en Norteamérica y Europa sobre si la invención del minimalismo fue o no una fabricación de laboratorio editorial. Hay quien prefiere la edición de Lish. Uno de los ejemplos más llamativos es Dile a las mujeres que nos vamos,uno de los cuentos que Robert Altman adaptó para su filme Shortcuts. Una reunión familiar, de amigos normales, un domingo cualquiera, en torno a un típico almuerzo de domingo. Después de comer, los dos amigos de infancia, Bill y Jerry, dejan sus familias y dan una vuelta en coche. Ven a dos chicas que van en bicicleta y tontean con ellas. Las siguen. Bill se detiene para fumar un cigarrillo.

Y acaba el cuento. Apenas unas cuatro líneas: "No entendió nunca lo que quería Jerry. Pero todo empezó y terminó con una piedra. Jerry usó la misma piedra con las dos muchachas, primero sobre la que se llamaba Sharon y luego sobre la que debería ser de Bill". Laconismo letal, mortífero, glacial, técnicamente perfecto. ¿Cómo era la versión original? Ni más ni menos que seis folios más. Carver daba a Jerry un pasado violento y en la escena final detallaba cómo se acercaba a las chicas, las perseguía, violaba a una de ellas, se iba, regresaba por la otra y describía cómo la asesinaba cruelmente. La mayoría de lectores prefiere la versión lacónica, pero también hay defensores - Baricco-del Carver compasivo con el dolor, sentimental, que sabe ver el revés del mal y pone humanidad a seres que viven en la devastación moral.

domingo, 29 de marzo de 2009

Isaac Rosa, el escritor que quería hacer cómics


El escritor español Isaac Rosa volvió a ser noticia a mediados de marzo, cuando fue galardonado con el Premio Fundación José Manuel Lara Hernández a la mejor novela de 2008 por su libro "El país del miedo".
El premio está dotado con 150.000 euros (unos 190.000 dólares).
Rosa señaló que “El país del miedo” es la novela más personal que ha escrito hasta ahora y que refleja los distintos miedos de hoy en día, incluidos los temores que suscita la crisis económica y financiera, si bien no pretende curarlos. Se trata de la cuarta novela de este escritor.
"Es un libro de resistencia, para que los lectores con pensamiento crítico aprendamos a resistir", señaló el autor.
A propósito de este reconocimiento, vale recordar una entrevista que en su momento le hizo Monte Ávila Editores por el Premio Rómulo Gallegos que el español, nacido en 1974, obtuvo en 2005 por su segunda novela, "El vano ayer".
-¿Qué es la escritura?
-Una forma de organizar el pensamiento.
-¿Para qué sirve la escritura?
-La forma de comunicación más eficaz para temas complejos.
-¿Hay algo que le falte escribir?
-Todo prácticamente, estoy empezando.
-¿Cuál de sus libros es el más querido por usted?
-La mala memoria porque es mi primera novela.
-De no haber sido escritor, ¿qué oficio hubiese preferido?
-Dibujante de cómics.
-¿Un país que le gustaría visitar?
-Rusia y la antigua Unión Soviética.
-¿Cuál es la comida favorita de Isaac Rosa?
-Patatas fritas con huevo.
-¿Cuál es su bebida favorita?
-Vino tinto del Penedés.
-¿Cuál obra de la historia de la literatura universal le hubiese gustado escribir?
-Al faro de Virginia Wolf.
-¿Cuál personaje de la historia de la literatura universal le hubiese gustado ser?
-Meaulnes de El gran Meaulnes de Alain Fournier.
-¿A qué hora del día escribe Isaac Rosa?
-En la mañana, pero todo en función de las obligaciones.
-¿Cuál es el título del último libro que leyó?
- El viaje al fin del paraíso de Eduardo Subirats.
-¿Cuál es el título del último libro que no terminó de leer?
-Cristo no se detuvo en Éboli de Carlo Levi.
-¿Cuál es su género musical favorito?
-La música brasileña.
-¿Cuál es la película que recuerda con más cariño?
-Mi noche con Maud de Eric Rhomer.
-¿Cuál es el sueño más hermoso que ha tenido?
-Cualquiera en el que aparece mi hija Olivia. Tiene un año de edad.
-¿Cuál es su mayor debilidad?
-Mi hija.
-¿Cuál es su mayor fortaleza?
-Mi hija.
-¿Qué le gustaría hacer el día, o la noche, en que la muerte venga a buscarlo?
-Saberlo: estar consciente de ello.

viernes, 27 de marzo de 2009

Cuentos del Chaco, la primera selva de Horacio Quiroga

El autor quiso hacer fortuna allí a los 24 años. Esa dura vivencia marcó su obra posterior.

Tomado de El Clarín

Asociar el Chaco a Quiroga es una gran cosa -para el Chaco-. Aprovechar el año y medio que el escritor vivió en el monte chaqueño para señalar un punto de inflexión en su obra es sin dudas una hazaña. Una oportunidad que no se le escapó al Instituto de Cultura Chaqueño, que acaba de reunir siete relatos del cuentista en el libro Cuentos de la Llanura y del Monte Chaqueños.

Una hazaña, sí, las pesquisas de la profesora Alejandra Liñan, el escritor Aledo Meloni y la licenciada Graciela Barrios, el equipo que le siguió los pasos a este Quiroga de 24 años cuando se mandó a cazar fortuna al Chaco, cuando el Chaco aparecía en los mapas -y en las mentes- como una tierra inhóspita, oscura, impenetrable, como el sugestivo nombre de sus bosques.

Ahora ¿qué aporte le hace este recorte a la obra del autor de los Cuentos de la Selva, hasta ahora emparentado con la provincia de Misiones donde ambientó lo más grueso de su producción?

Quiroga llegó al Chaco en 1904 con la cola de una herencia que se había gastado en París. Ni bien cobró el dinero que le dejó su padre, el tipo partió a Europa como un dandy. Visitó la Exposición Universal y se codeó con la bohemia modernista que lideraba Rubén Darío. Pero la ilusión se esfumó con el dinero, y al cabo de cuatro meses Quiroga estaba de vuelta, con una mano atrás y la otra agarrando fuerte el fajo de siete mil pesos que le quedaba y que decidió invertir en una chacra en El Saladito, a 7 kilómetros de Resistencia. Su objetivo: convertir este páramo de paja y palmera en un campo de algodón.

Ya conocía el nordeste. Pero fue en el Chaco donde por primera vez se internó en la naturaleza virgen, lo que hoy llamaríamos un paraíso perdido pero que entonces resultaba un infierno.

Del registro de sus cartas y de estos relatos resulta una veta poco romántica: la del hombre de negocios. "Quería hacerse rico -sentencia Meloni-. Vino seducido por la promesa de tierras y mano de obra baratas (los indios)".

Y en dos de estos cuentos nuestro hombre repite esa palabra: "Especulación". El mármol inútil es el retrato de un escultor porteño, devenido productor algodonero. El protagonista sueña que, con siete mil pesos -la suma que invirtió Quiroga-, amasaría, al cabo de tres años, cien mil billetes grandes. Sin moralinas, se revelanlas elucubraciones de un artista urbano al que los indios quieren estafar y a quienes él también quiere estafar.

"El Chaco le dio el paisaje que después recreó en Misiones con mucha mayor riqueza", señala Meloni. Los cuentos dan cuenta del trabajo odioso de criollos e inmigrantes, del cansancio extremo y la angustia desesperada, la comida infame, los mosquitos, las víboras y un calor capaz de dejarnos ciegos.

Quiroga perdió todo. "El Chaco, un chasco", desliza en El monte negro. Pero si para algo le sirvió este período fue para consolidar ese estilo que lo puso en las bibliotecas para siempre.

Esa es la tesis de Liñan: "La experiencia de la soledad, el esfuerzo que le demandaba la autosubsistencia y el trabajo de campo le significaron un giro existencial que se corresponde con su obra", opina la compiladora. En paralelo corren las búsqueda profundas en el plano de la escritura, que se reflejan en la comunicación epistolar con sus amigos.

Liñan define: "En estos años sus preferencias cambiaron del modernismo y el simbolismo al naturalismo y el realismo".Justamente, en este rancho de mala muerte, Quiroga le escribía a su amigo José María Fernández Saldaña: "La única belleza posible en esos casos es que los personajes sientan lo que deben sentir. ¿Sincerista? No, querido. Quiero solamente que al pan se le llame pan, y al vino, vino".

jueves, 26 de marzo de 2009

Palabras para Stefania


Aunque esperada, la muerte de Stefania Mosca sorprendió este 24 de marzo a amigos y seguidores. Ante la ausencia que dejan sus palabras se levantan las de quienes le rinden tributo:

Humberto Mata, presidente de Biblioteca Ayacucho: "La muerte de Stefania es un dolor inmenso. No sólo fue una amiga extraordinaria sino una ecritora a quien siempre admiré muchísimo. Porque Stefania forma parte de ese grupo de narradoras venezolanas de las que uno nunca quisiera prescindir. Alguien que siendo muy joven se atrevió a estudiar a Borges".

Antonio López Ortega, escritor: "Es una pérdida muy triste. Stefania tiene una obra estimable como cuentista, novelista y ensayista, pero sobre todo como cuentista. Ella pertenece a lo que yo llamo autores venezolanos nacidos en los 50. Su pérdida es muy triste porque Stefania tenía un gran potencial como narradora y se podía desarrollar mucho más".

Eduardo Liendo, escritor: "Cuando la conocí era una muchacha sumamente hermosa que se incorporó al taller Calicanto en la casa de Antonia Palacios. Creo que llegó de la mano del poeta Eleazar León. Era una gran lectora y una joven muy culta e inteligente. Años después fuimos compañeros en la Biblioteca Nacional y siempre pensé que era muy grata su compañía. En los últimos años estuvimos más distantes, pero conservé siempre por ella el afecto y admiración, porque era una ensayista y narradora culta y detallista".

Israel Centeno, escritor: "Se pierde la voz de una escritora importante. ¡Es lamentable! Creo que en su momento Stefania dio obra, dio libros que de verdad nos llegaron bastante al alma, como La última cena y Mi pequeño mundo. En verdad es lamentable. Yo sentí por ella un afecto muy grande".

Luis Alberto Crespo, presidente de la Casa Nacional de Las Letras Andrés Bello: "Es un enlutamiento muy grande desde el punto de vista oral e intelectual. Stefania nos sorprendió por su inteligencia, por la brillantez de las ideas, por su capacidad creadora en sus novelas y cuentos".

Citas tomadas de El Universal y Ultimas Noticias.

martes, 24 de marzo de 2009

El adiós de Stefania Mosca

La muerte venía rondando su casa y hasta se había atrevido a tocar a su puerta, pero la pluma de Stefania Mosca seguía adelante, definiendo el perfil de una de las narradoras venezolanas de mayor proyección y con una obra literaria consolidada. Hasta que hoy volvió a tocar, insistente, y esta vez el cáncer ganó la batalla.
Stefania Mosca (1957) actualmente mantenía una columna semanal de opinión en la prensa nacional y estaba dedicada a su labor de jurado en la XVI Edición del Premio Rómulo Gallegos.
En 2008 fue la autora homenajeada en la Feria Internacional del Libro de Venezuela. A raíz de este evento dio algunas declaraciones en las cuales indicaba que era "hija de una costurera y un vendedor, inmigrantes italianos que vinieron a la América hartos de tanta guerra, hartos de horror. A pesar de la diferencia del lenguaje fueron construyendo aquí, de alguna manera, el territorio de sus sueños. Quizás nunca fueron muy exitosos pero sí elaboraron año tras año la posibilidad de serlo. Tengo un hermano catorce años mayor que yo, es médico, muy inteligente. Él tenía una gran biblioteca que, en la soledad de un apartamento muy largo con unos pasillos muy blancos, yo exploraba casi como la Justine de Durel, casi como bibliomancia, de una manera muy desordenada, pero que fue creando en mí esos espacios imaginarios que el libro me brindaba. Claro, me metía en libros que no debía leer, hasta en los libros de anatomía patológica de mi hermano, es decir, hice un gran popurrí con el que terminé de formarme, de alguna manera. Mis padres trabajaban mucho, y de algún modo la soledad y el afuera como enigma fueron como una línea vertical que atravesó mi infancia. Sin patetismos, pero sí, era un aniña sola, una niña sola que habló primero italiano que español y que tuvo que tomar decisiones con relación a dónde pertenecía. Porque aquello que yo veía por la ventana era una cosa extraña muy distinta a lo que sucedía adentro. Adentro se hablaba otro idioma, se comían otros olores; eran dos mundos. De alguna forma esa niñita aún está ahí asomada a esa ventana, con mis 51 años sigue ahí asomadita tratando de explicarse el mundo".

El Cenal registra los siguientes datos biográficos de la autora:

Desde muy temprana edad fue colaboradora de los principales periódicos del país. Asimismo, ha publicado en El Espectador de Colombia y La Jornada y El Universal de México, en las Revistas Quimera, INTI y Gatopardo, entre otros. Su escritura aborda el ensayo, la crónica, el cuento y la novela. En todos estos géneros subyace la arquitectura de una voz propia que disiente e interpela el sentido de la vida. Su escritura explora la ficción desde la parodia del mundo como teatro, apunta a lo fragmentario y utiliza el humor como crítica. En el ensayo, la reflexión lleva su escritura a un espacio de autorreconocimiento y prueba. Con persistencia ha tratado de evidenciar la preponderancia (siniestra) del estereotipo, la banalidad como tragedia cotidiana y ha cuestionado la realidad y los mecanismos de representación.

Ha sido asistente de producción editorial de Monte Ávila Editores y de la Academia Nacional de la Historia , directora de Desarrollo de Colecciones de la Biblioteca Nacional, asesora de ediciones de la Fundación Esta Tierra de Gracia, miembro de la junta directiva del CELARG, representante del área de narrativa en la Casa de Bello, presidenta de la Fundación Biblioteca Ayacucho y Ministro Consejero de la Misión Permanente de Venezuela ante la Organización de Estados Americanos.

Estudió Letras en la Universidad Central de Venezuela. Realizó trabajos de postgrado becada en la Fundación de Estudios Internacionales Ortega y Gasset y el Instituto de Cooperación Iberoamericana en Toledo con Fernando Rodríguez La Fuente y Joaquín Rubio. Cursó la maestría en Literatura Latinoamericana de la Universidad Simón Bolívar.

Obras publicadas: Jorge Luis Borges: Utopía y Realidad . (1984); La memoria y el olvido (1986); Seres Cotidianos (1990); La última cena (1991); Banales (1993); Mi Pequeño Mundo (1996); El Suplicio de los Tiempos (2000); (Ensayo); Cuadernillo No. 69 (2001); Maternidad (2004); El Circo de Ferdinand (2006).

Ha recibido Las Llaves de la Ciudad de Providence como escritor invitado a la Feria del Libro (1996) Rhode Island, EEUU; Mención publicación del Premio Internacional de Novela Miguel Otero Silva de la editorial Planeta (1996) y el Premio Municipal de Literatura en 1997 por su obra Mi pequeño mundo.

El Quijote para la depresión

Tomado de BBC Mundo

Entre otras cosas, la obra de Cervantes muestra la importancia del diálogo, dice Françoise Davoine.Miguel de Cervantes Saavedra, ¿precursor del psicoanálisis? El Quijote, ¿un manual de buen vivir? Desde su publicación en 1605 el libro del ingenioso hidalgo ha dado para miles de interpretaciones y lecturas, pero la de Françoise Davoine, psicoanalista francesa, es quizás única.

Davoine publicó a finales del 2008 el libro "Don Quijote para combatir la melancolía", donde afirma que Cervantes nos enseña como librarnos de las experiencias traumáticas y superar la depresión.
El Quijote es una de las obras literarias que Françoise Davoine utiliza frecuentemente en el marco de su trabajo.
Sus pacientes son personas que sufrieron traumas, o hijos de éstas, que heredaron la experiencia silenciosa de sus padres a la que hay que poner palabras.
Para aliviarlos y "acogerles en una tradición más amplia", para que se den cuenta de que no son víctimas aisladas, Françoise les cuentas historias. Entre ellas, las aventuras del hidalgo de la Mancha que la autora considera una lección de psicoanálisis.
El trastorno de Don Quijote ha suscitado muchas interpretaciones. Françoise Davoine, retomando las palabras del mismo Cervantes que dijo haber "engendrado" a Don Quijote, ve al hidalgo de la Mancha como el "hijo loco" de Cervantes.
Al hidalgo le tocó, al igual que a los pacientes de Françoise, verbalizar las desgracias que sufrió su padre.
"Cervantes era un antiguo combatiente, que fue esclavo y luego encarcelado durante cinco años en Argel. No escribió nada durante 20 años, hasta que llegó El Quijote. La obra le permitió revivir sus traumas y librarse de ellos".

Terapia
¿Qué tipo de terapia propone Cervantes para luchar contra el trastorno mental y superar los traumas? Entre otras cosas, muestra la importancia del diálogo, dice la especialista.
"El libro está compuesto en gran parte por las escenas de "psicoanálisis a través de la palabra" entre el hidalgo y su escudero Sancho Panza, cuando están heridos, casi en estado de coma. Al despertarse, se ponen a hablar e intentan comprender juntos qué les está pasando". Según Davoine, la presencia del otro es un elemento esencial en el análisis del trauma.
"Uno no puede superar sus traumas solo. Los que fueron a la guerra lo dicen, siempre hubo un amigo, fallecido o aún vivo, que les ayudó a sobrevivir. Necesitamos al otro, pero esto otro puede ser tanto una persona como un animal, o incluso la naturaleza".
Y agregó: "Cuando trato a pacientes que padecieron una gran soledad, siempre les pregunto con qué estuvieron en contacto. Una vez una niña me respondió que tenía su paisaje, al que regresaba de vez en cuando, y con el que hablaba y soñaba".
Asimismo, Sancho Panza es como un espejo vital para Don Quijote. Es un "terapeuta" que participa e interviene, una actitud que la psicoanalista francesa intenta seguir con sus pacientes.
"Las personas que vivieron situaciones muy difíciles o peligrosas suelen ser muy perspicaces, ya que para sobrevivir desarrollaron una gran capacidad de atención. Es una inteligencia que no es la oficial, pero, como analista, es esencial que la tenga en cuenta. A veces se intercambian los papeles. El paciente, es capaz de sentir si un día me siento mal. Entonces nos sentamos para hablarlo y es él, el psicoanalista", dijo Davoine.


Precursor del psicoanálisis
Estas interferencias son también una de las lecciones del Quijote.
"En el libro, la búsqueda interior de Don Quijote se profundiza cada vez más. Se vuelve psicoanalista, al encontrar a alguien más trastornado que él. Abraza a este hombre y dice estar dispuesto a escucharlo. Pero lo más divertido es que el "paciente" le dice que se va a tumbar en la hierba para poder hablar más libremente. ¡Un verdadero precursor del psicoanálisis!"
Pero ante todo, Davoine señala que si la novela cervantina es antidepresiva, "es porque nos enseña a renunciar a la tristeza y a rebotar. Es una novela violentamente positiva y no-determinista, que sigue el ritmo de la síncopa, frecuente en el análisis del trauma: periódicamente tropezamos contra un elemento que todavía no habíamos tratado. Tomamos un nuevo impulso. Hay una energía enorme que brota de los momentos de gran derrota."
Según Françoise Davoine, el azar y los encuentros imprevistos, las aventuras inesperadas con las que se enfrenta Don Quijote, son parte integrante del proceso.
El determinismo y el uso sistemático del pasado para comprender el futuro no funcionan.
En los momentos de grandes traumas no estamos en una dimensión temporal, porque nada tiene sentido y entonces se rompe la cadena de causa-consecuencia.
"Las personas que sufrieron traumas fueron a menudo víctimas de manipulación o perversión y le tienen mucho miedo a todo tipo de discurso que podría encerrarlos. Te dicen que no sirve de nada buscar una causa en el pasado y en parte tienen razón. A la inversa, el encuentro imprevisto les permite tejer lazos allí donde era imposible", concluye Françoise Davoine.

domingo, 15 de marzo de 2009

"La puerta condenada" de Julio Cortázar


A Petrone le gustó el hotel Cervantes por razones que hubieran desagradado a otros. Era un hotel sombrío, tranquilo, casi desierto. Un conocido del momento se lo recomendó cuando cruzaba el río en el vapor de la carrera, diciéndole que estaba en la zona céntrica de Montevideo. Petrone aceptó una habitación con baño en el segundo piso, que daba directamente a la sala de recepción. Por el tablero de llaves en la portería supo que había poca gente en el hotel; las llaves estaban unidas a unos pesados discos de bronce con el número de habitación, inocente recurso de la gerencia para impedir que los clientes se las echaran al bolsillo.
El ascensor dejaba frente a la recepción, donde había un mostrador con los diarios del día y el tablero telefónico. Le bastaba caminar unos metros para llegar a la habitación. El agua salía hirviendo, y eso compensaba la falta de sol y de aire. En la habitación había una pequeña ventana que daba a la azotea del cine contiguo; a veces una paloma se paseaba por ahí. El cuarto de baño tenía una ventana más grande, que se abría tristemente a un muro y a un lejano pedazo de cielo, casi inútil. Los muebles eran buenos, había cajones y estantes de sobra. Y muchas perchas, cosa rara.
El gerente resultó ser un hombre alto y flaco, completamente calvo. Usaba anteojos con armazón de oro y hablaba con la voz fuerte y sonora de los uruguayos. Le dijo a Petrone que el segundo piso era muy tranquilo, y que en la única habitación contigua a la suya vivía una señora sola, empleada en alguna parte, que volvía al hotel a la caída de la noche. Petrone la encontró al día siguiente en el ascensor. Se dio cuenta de que era ella por el número de la llave que tenía en la palma de la mano, como si ofreciera una enorme moneda de oro. El portero tomó la llave y la de Petrone para colgarlas en el tablero, y se quedó hablando con la mujer sobre unas cartas. Petrone tuvo tiempo de ver que era todavía joven, insignificante, y que se vestía mal como todas las orientales.
El contrato con los fabricantes de mosaicos llevaría más o menos una semana. Por la tarde Petrone acomodó la ropa en el armario, ordenó sus papeles en la mesa, y después de bañarse salió a recorrer el centro mientras se hacía hora de ir al escritorio de los socios. El día se pasó en conversaciones, cortadas por un copetín en Pocitos y una cena en casa del socio principal. Cuando lo dejaron en el hotel era más de la una. Cansado, se acostó y se durmió en seguida. Al despertarse eran casi las nueve, y en esos primeros minutos en que todavía quedan las sobras de la noche y del sueño, pensó que en algún momento lo había fastidiado el llanto de una criatura.
Antes de salir charló con el empleado que atendía la recepción y que hablaba con acento alemán. Mientras se informaba sobre líneas de ómnibus y nombres de calles, miraba distraído la enorme sala en cuyo extremo estaban la puerta de su habitación y la de la señora sola. Entre las dos puertas había un pedestal con una nefasta réplica de la Venus de Milo. Otra puerta, en la pared lateral daba a una salida con los infaltables sillones y revistas. Cuando el empleado y Petrone callaban, el silencio del hotel parecía coagularse, caer como cenizas sobre los muebles y las baldosas. El ascensor resultaba casi estrepitoso, y lo mismo el ruido de las hojas de un diario o el raspar de un fósforo.
Las conferencias terminaron al caer la noche y Petrone dio una vuelta por 18 de Julio antes de entrar a cenar en uno de los bodegones de la plaza Independencia. Todo iba bien, y quizá pudiera volverse a Buenos Aires antes de lo que pensaba. Compró un diario argentino, un atado de cigarrillos negros, y caminó despacio hasta el hotel. En el cine de al lado daban dos películas que ya había visto, y en realidad no tenía ganas de ir a ninguna parte. El gerente lo saludó al pasar y le preguntó si necesitaba más ropa de cama. Charlaron un momento, fumando un pitillo, y se despidieron.
Antes de acostarse Petrone puso en orden los papeles que había usado durante el día, y leyó el diario sin mucho interés. El silencio del hotel era casi excesivo, y el ruido de uno que otro tranvía que bajaba por la calle Soriano no hacía más que pausarlo, fortalecerlo para un nuevo intervalo. Sin inquietud pero con alguna impaciencia, tiró el diario al canasto y se desvistió mientras se miraba distraído en el espejo del armario. Era un armario ya viejo, y lo habían adosado a una puerta que daba a la habitación contigua. A Petrone lo sorprendió descubrir la puerta que se le había escapado en su primera inspección del cuarto. Al principio había supuesto que el edificio estaba destinado a hotel pero ahora se daba cuenta de que pasaba lo que en tantos hoteles modestos, instalados en antiguas casas de escritorios o de familia. Pensándolo bien, en casi todos los hoteles que había conocido en su vida -y eran muchos- las habitaciones tenían alguna puerta condenada, a veces a la vista pero casi siempre con un ropero, una mesa o un perchero delante, que como en este caso les daba una cierta ambigüedad, un avergonzado deseo de disimular su existencia como una mujer que cree taparse poníendose las manos en el vientre o los senos. La puerta estaba ahí, de todos modos, sobresaliendo del nivel del armario. Alguna vez la gente había entrado y salido por ella, golpeándola, entornándola, dándole una vida que todavía estaba presente en su madera tan distinta de las paredes. Petrone imaginó que del otro lado habría también un ropero y que la señora de la habitación pensaría lo mismo de la puerta.
No estaba cansado pero se durmió con gusto. Llevaría tres o cuatro horas cuando lo despertó una sensación de incomodidad, como si algo ya hubiera ocurrido, algo molesto e irritante. Encendió el velador, vio que eran las dos y media, y apagó otra vez. Entonces oyó en la pieza de al lado el llanto de un niño.
En el primer momento no se dio bien cuenta. Su primer movimiento fue de satisfacción; entonces era cierto que la noche antes un chico no lo había dejado descansar. Todo explicado, era más fácil volver a dormirse. Pero después pensó en lo otro y se sentó lentamente en la cama, sin encender la luz, escuchando. No se engañaba, el llanto venía de la pieza de al lado. El sonido se oía a través de la puerta condenada, se localizaba en ese sector de la habitación al que correspondían los pies de la cama. Pero no podía ser que en la pieza de al lado hubiera un niño; el gerente había dicho claramente que la señora vivía sola, que pasaba casi todo el día en su empleo. Por un segundo se le ocurrió a Petrone que tal vez esa noche estuviera cuidando al niño de alguna parienta o amiga. Pensó en la noche anterior. Ahora estaba seguro de que ya había oído el llanto, porque no era un llanto fácil de confundir, más bien una serie irregular de gemidos muy débiles, de hipos quejosos seguidos de un lloriqueo momentáneo, todo ello inconsistente, mínimo, como si el niño estuviera muy enfermo. Debía ser una criatura de pocos meses aunque no llorara con la estridencia y los repentinos cloqueos y ahogos de un recién nacido. Petrone imaginó a un niño - un varón, no sabía por qué- débil y enfermo, de cara consumida y movimientos apagados. Eso se quejaba en la noche, llorando pudoroso, sin llamar demasiado la atención. De no estar allí la puerta condenada, el llanto no hubiera vencido las fuertes espaldas de la pared, nadie hubiera sabido que en la pieza de al lado estaba llorando un niño.
Por la mañana Petrone lo pensó un rato mientras tomaba el desayuno y fumaba un cigarrillo. Dormir mal no le convenía para su trabajo del día. Dos veces se había despertado en plena noche, y las dos veces a causa del llanto. La segunda vez fue peor, porque a más del llanto se oía la voz de la mujer que trataba de calmar al niño. La voz era muy baja pero tenía un tono ansioso que le daba una calidad teatral, un susurro que atravesaba la puerta con tanta fuerza como si hablara a gritos. El niño cedía por momentos al arrullo, a las instancias; después volvía a empezar con un leve quejido entrecortado, una inconsolable congoja. Y de nuevo la mujer murmuraba palabras incomprensibles, el encantamiento de la madre para acallar al hijo atormentado por su cuerpo o su alma, por estar vivo o amenazado de muerte.
"Todo es muy bonito, pero el gerente me macaneó" pensaba Petrone al salir de su cuarto. Lo fastidiaba la mentira y no lo disimuló. El gerente se quedó mirándolo.-¿Un chico? Usted se habrá confundido. No hay chicos pequeños en este piso. Al lado de su pieza vive una señora sola, creo que ya se lo dije.Petrone vaciló antes de hablar. O el otro mentía estúpidamente, o la acústica del hotel le jugaba una mala pasada. El gerente lo estaba mirando un poco de soslayo, como si a su vez lo irritara la protesta. "A lo mejor me cree tímido y que ando buscando un pretexto para mandarme mudar", pensó. Era difícil, vagamente absurdo insistir frente a una negativa tan rotunda. Se encogió de hombros y pidió el diario.
-Habré soñado -dijo, molesto por tener que decir eso, o cualquier otra cosa.
El cabaret era de un aburrimiento mortal y sus dos anfitriones no parecían demasiado entusiastas, de modo que a Petrone le resultó fácil alegar el cansancio del día y hacerse llevar al hotel. Quedaron en firmar los contratos al otro día por la tarde; el negocio estaba prácticamente terminado.
El silencio en la recepción del hotel era tan grande que Petrone se descubrió a sí mismo andando en puntillas. Le habían dejado un diario de la tarde al lado de la cama; había también una carta de Buenos Aires. Reconoció la letra de su mujer.
Antes de acostarse estuvo mirando el armario y la parte sobresaliente de la puerta. Tal vez si pusiera sus dos valijas sobre el armario, bloqueando la puerta, los ruidos de la pieza de al lado disminuirían. Como siempre a esa hora, no se oía nada. El hotel dormía las cosas y las gentes dormían. Pero a Petrone, ya malhumorado, se le ocurrió que era al revés y que todo estaba despierto, anhelosamente despierto en el centro del silencio. Su ansiedad inconfesada debía estarse comunicando a la casa, a las gentes de la casa, prestándoles una calidad de acecho, de vigilancia agazapada. Montones de pavadas.
Casi no lo tomó en serio cuando el llanto del niño lo trajo de vuelta a las tres de la mañana. Sentándose en la cama se preguntó si lo mejor sería llamar al sereno para tener un testigo de que en esa pieza no se podía dormir. El niño lloraba tan débilmente que por momentos no se lo escuchaba, aunque Petrone sentía que el llanto estaba ahí, continuo, y que no tardaría en crecer otra vez. Pasaban diez o veinte lentísimos segundos; entonces llegaba un hipo breve, un quejido apenas perceptible que se prolongaba dulcemente hasta quebrarse en el verdadero llanto.
Encendiendo un cigarrillo, se preguntó si no debería dar unos golpes discretos en la pared para que la mujer hiciera callar al chico. Recién cuando los pensó a los dos, a la mujer y al chico, se dio cuenta de que no creía en ellos, de que absurdamente no creía que el gerente le hubiera mentido. Ahora se oía la voz de la mujer, tapando por completo el llanto del niño con su arrebatado -aunque tan discreto- consuelo. La mujer estaba arrullando al niño, consolándolo, y Petrone se la imaginó sentada al pie de la cama, moviendo la cuna del niño o teniéndolo en brazos. Pero por más que lo quisiera no conseguía imaginar al niño, como si la afirmación del hotelero fuese más cierta que esa realidad que estaba escuchando. Poco a poco, a medida que pasaba el tiempo y los débiles quejidos se alternaban o crecían entre los murmullos de consuelo, Petrone empezó a sospechar que aquello era una farsa, un juego ridículo y monstruoso que no alcanzaba a explicarse. Pensó en viejos relatos de mujeres sin hijos, organizando en secreto un culto de muñecas, una inventada maternidad a escondidas, mil veces peor que los mimos a perros o gatos o sobrinos. La mujer estaba imitando el llanto de su hijo frustrado, consolando al aire entre sus manos vacías, tal vez con la cara mojada de lágrimas porque el llanto que fingía era a la vez su verdadero llanto, su grotesco dolor en la soledad de una pieza de hotel, protegida por la indiferencia y por la madrugada.
Encendiendo el velador, incapaz de volver a dormirse, Petrone se preguntó qué iba a hacer. Su malhumor era maligno, se contagiaba de ese ambiente donde de repente todo se le antojaba trucado, hueco, falso: el silencio, el llanto, el arrullo, lo único real de esa hora entre noche y día y que lo engañaba con su mentira insoportable. Golpear en la pared le pareció demasiado poco. No estaba completamente despierto aunque le hubiera sido imposible dormirse; sin saber bien cómo, se encontró moviendo poco a poco el armario hasta dejar al descubierto la puerta polvorienta y sucia. En pijama y descalzo, se pegó a ella como un ciempiés, y acercando la boca a las tablas de pino empezó a imitar en falsete, imperceptiblemente, un quejido como el que venía del otro lado. Subió de tono, gimió, sollozó. Del otro lado se hizo un silencio que habría de durar toda la noche; pero en el instante que lo precedió, Petrone pudo oír que la mujer corría por la habitación con un chicotear de pantuflas, lanzando un grito seco e instantáneo, un comienzo de alarido que se cortó de golpe como una cuerda tensa.
Cuando pasó por el mostrador de la gerencia eran más de las diez. Entre sueños, después de las ocho, había oído la voz del empleado y la de una mujer. Alguien había andado en la pieza de al lado moviendo cosas. Vio un baúl y dos grandes valijas cerca del ascensor. El gerente tenía un aire que a Petrone se le antojó de desconcierto.
-¿Durmió bien anoche? -le preguntó con el tono profesional que apenas disimulaba la indiferencia.Petrone se encogió de hombros. No quería insistir, cuando apenas le quedaba por pasar otra noche en el hotel.-De todas maneras ahora va a estar más tranquilo - dijo el gerente, mirando las valijas-. La señora se nos va a mediodía.Esperaba un comentario, y Petrone lo ayudó con los ojos.-Llevaba aquí mucho tiempo, y se va así de golpe. Nunca se sabe con las mujeres.-No -dijo Petrone-. Nunca se sabe.
En la calle se sintió mareado, con un mareo que no era físico. Tragando un café amargo empezó a darle vueltas al asunto, olvidándose del negocio, indiferente al espléndido sol. Él tenía la culpa de que esa mujer se fuera del hotel, enloquecida de miedo, de vergüenza o de rabia. Llevaba aquí mucho tiempo...Era una enferma, tal vez, pero inofensiva. No era ella sino él quien hubiera debido irse del Cervantes. Tenía el deber de hablarle, de excusarse y pedirle que se quedara, jurándole discreción. Dio unos pasos de vuelta y a mitad del camino se paró. Tenía miedo de hacer un papelón, de que la mujer reaccionara de alguna manera insospechada. Ya era hora de encontrarse con los dos socios y no quería tenerlos esperando. Bueno, que se embromara. No era más que una histérica, ya encontraría otro hotel donde cuidar a su hijo imaginario.
Pero a la noche volvió a sentirse mal, y el silencio de la habitación le pareció todavía más espeso. Al entrar al hotel no había podido dejar de ver el tablero de las llaves, donde faltaba ya la de la pieza de al lado. Cambió unas palabras con el empleado, que esperaba bostezando la hora de irse, y entró en su pieza con poca esperanza de poder dormir. Tenía los diarios de la tarde y una novela policial. Se entretuvo arreglando sus valijas, ordenado sus papeles. Hacía calor, y abrió de par en par la pequeña ventana. La cama estaba bien tendida, pero la encontró incómoda y dura. Por fin tenía todo el silencio necesario para dormir a pierna suelta, y le pesaba. Dando vueltas y vueltas, se sintió como vencido por ese silencio que había reclamado con astucia y que le devolvían entero y vengativo. Irónicamente pensó que extrañaba el llanto del niño, que esa calma perfecta no le bastaba para dormir y todavía menos para estar despierto. Extrañaba el llanto del niño, y cuando mucho más tarde lo oyó, débil pero inconfundible a través de la puerta condenada, por encima del miedo, por encima de la fuga en plena noche supo que estaba bien y que la mujer no había mentido, no se había mentido al arrullar al niño, al querer que el niño se callara para que ellos pudieran dormirse.
El cuento “La puerta condenada” fue publicado como parte del libro Final de Juego (1956).

miércoles, 11 de marzo de 2009

Poemas de Lorca ven la luz en japonés

Yo quiero que el agua se quede sin cauce,
yo quiero que el viento se quede sin valles.
Quiero que la noche se quede sin ojos
y mi corazón sin flor del oro;
que los bueyes hablen con las grandes hojas
y que la lombriz se muera de sombra;
que brillen los dientes de la calavera
y los amarillos inunden la seda.
Puedo ver el duelo de la noche herida
luchando enroscada con el mediodía.
Resiste un ocaso de verde veneno
y los arcos rotos donde sufre el tiempo.
Pero no ilumines tu limpio desnudo
como un negro cactus abierto en los juncos.
Déjame en un ansia de oscuros planetas,
pero no me enseñes tu cintura fresca.


Federico García Lorca
De Diván del Tamarit (1936)






AGENCIA EFE
"Quiero dormir el sueño de las manzanas, alejarme del tumulto de los cementerios..." escribió Federico García Lorca en su último libro de poemas, "Diván del Tamarit" (1936), sin imaginar que, más de 80 años después, sus versos fascinarían a una poetisa japonesa hasta el punto de traducirlos a su lengua materna.
La autora de la edición bilingüe japonés-español de este poemario, Urara Hirai, ha empleado los últimos 22 años de su vida en este trabajo, casi todo su tiempo desde que llegara a España en 1986, dijo en la presentación de esta edición junto al director del Patronato Cultural Federico García Lorca, Alfonso Alcalá.
Hirai, que ha contado con la colaboración de dos profesores de la Universidad de Granada, Antonio Chicharro y Alicia Relinque, vino a España y, en concreto, a la ciudad de Granada por su mezcla de culturas, tras lo que comenzó a trabajar como traductora de algunos poemas de Lorca para revistas de literatura japonesas.
"Espero que mi traducción pueda presentar algo de Federico más profundo", afirmó la autora, que eligió para traducir "Diván del Tamarit" entre todos los títulos del poeta español debido a que se trata de un texto "maduro y muy de Granada".
"Diván del Tamarit", una "delicatessen lorquiana", según Alcalá, tiene como tema central el amor, del que se derivan experiencias frustrantes y amargas.

sábado, 7 de marzo de 2009

Un cuento


Última Noche

La última noche tocaron tres veces a la puerta.
Sylvia se levantó creyendo que él había regresado a casa. Sin saberlo se había creado la secreta esperanza de que su presencia le serviría para llegar hasta el amanecer. Se asomó a las escaleras vacías y supo que ese día tampoco vendría, tendría que aguantar sola.
En la cocina lo revisó todo una vez más. Los niños dormían, su libreta de trabajo estaba en blanco, las toallas colgaban de una silla, sus medicinas aguardaban sobre el mueble, la calle estaba en silencio y las horas pasaban tan lentamente. Debía entretenerse revisando que estuvieran abrigados, preparándoles su leche para la mañana, verificando que la puerta de la cocina estuviera bien cerrada, muy bien cerrada, que las toallas quedaran como quería junto a las ranuras, que las cosas estuvieran en orden para cuando llegara la enfermera a cuidarlos.
En lo que tardó más tiempo fue tratando de escribir. No encontraba las palabras precisas para dar sus instrucciones. Repitió varias veces la nota hasta que se dio cuenta de que estaba por comenzar la mañana. Ahora debía apurarse, ella pronto llegaría. Releyó la última versión mientras se tomaba las pastillas. Era clara y concreta, no podía aspirar a más.
Era tiempo de girar la manilla del horno. El gas saldría al fin y el sueño haría el resto.


Del libro Precisiones de Carmen Rosa Gómez

lunes, 2 de marzo de 2009

Muerte lenta de la escritura


En tarjetas de Navidad o quizás para hacer la lista del mercado, pero ¿en qué otras ocasiones utilizamos un bolígrafo para poner en papel nuestros deseos o necesidades? Al parecer, las oportunidades en las cuales escribimos a mano cada vez son más escasas.

Tomado de BBC Mundo

Quizás de aquí a un siglo, nuestra escritura a mano será legible sólo por expertos.
Según la escritora Kitty Burns Florey, el arte de escribir a mano va en descenso de una forma tan rápida que una escritura corrida y común podría convertirse en algo tan difícil de leer como un manuscrito medieval.
"Cuando tus tataranietos encuentren una antigua carta en el ático de la casa tendrán que llevarla a un especialista, a un señor mayor en la biblioteca que tendrá que descifrar lo que está escrito", comenta Florey, autora del libro "Caligrafía y garabatos: auge y caída de la escritura a mano", recién publicado.
Florey le dijo al periodista Neil Hallows de la BBC, que los niños -si no los de esta generación, entonces la próxima- podrían crecer utilizando sólo una forma de impresión para las raras ocasiones en que necesiten comunicarse utilizando un lápiz o un bolígrafo.

Aprendizaje y caligrafía
Sin duda, la forma en que se enseña la escritura a mano ha cambiado. Por ejemplo, durante la década de los '50, en la escuela de Florey en Estados Unidos, una monja marcaba el ritmo con una vara al tiempo que la clase copiaba las letras del pizarrón. No era un lugar para individuos, había una forma correcta de escribir las letras y muchas otras incorrectas.
Algunos han escuchado historias sobre cómo en el pasado para los zurdos el aprendizaje de la caligrafía podría haber sido una tortura. Se cuenta que muchos de ellos eran obligados a escribir con la mano derecha mientras amarraban a la "mano mala".
Pero actualmente, por lo menos en el Reino Unido, la forma, las inclinaciones y las curvas de la caligrafía son menos importantes que lo que los estudiantes escriben.
"El contenido es todo", indicó Mark Brown, director de la escuela primaria St. Mary´s ubicada en Devon, Inglaterra. "El énfasis está en que intenten escribir, en que se expresen y en que escriban sus ideas".
Brown indicó que la formación de letras se enseña en las primeras etapas de la educación primaria, pero la apariencia de la escritura a mano pasa a un segundo plano a medida que el niño crece, siempre y cuando la caligrafía pueda ser legible.
Algunos padres esperan que se haga hincapié en la caligrafía tal y como ellos mismos lo experimentaron, pero Brown señala que el contenido de la escritura en los niños ha mejorado significativamente como resultado del cambio en el énfasis -sostiene- y que ellos escriben más en el colegio que lo que tendrán que escribir de adultos.

¿Es importante?
Luego de terminar el colegio, quizás usted piense que la escritura a mano no es importante.
Para algunos sí lo es. Por años, el registro de nacimientos, matrimonios y defunciones en muchos países se ha hecho a mano, aunque esto podría terminar en la medida en que las oficinas donde se hacen estos trámites dispongan de computadoras.
Incluso hay quienes piensan que la escritura a mano gana más renombre cuando resulta difícil de leer. Quizás esto viene de la reputación que tienen los médicos a causa de su caligrafía poco comprensible.
Sin embargo, es tan conocida la "mala letra" de los médicos que el tema fue abordado en un estudio de la publicación científica British Medical Journal. En éste se encontró que la escritura de los doctores era considerablemente peor que la de otros trabajadores en el área de la salud o personal administrativo.
La falta de legibilidad ha sido señalada como la causa principal de errores en la medicación de pacientes.
Ahora bien, algunos médicos deben escribir bastante, pues gran número de las comunicaciones clínicas se hacen a través de anotaciones. Pero en otras profesiones quizás pasen meses o años antes de tener que empuñar un bolígrafo, y lo único que la persona escribe a mano es un garabato rápido con los números telefónicos de alguien dictados rápidamente y escritos sobre un papel.
Ante el uso cada vez mayor de nuevas tecnologías que podrían poner en desuso la escritura, Florey sugiere que la respuesta está en el salón de clases, donde se les debe hacer comprender a los niños el valor de la escritura a mano y aprendan una caligrafía simple, legible y atractiva.
"Quizás dos veces por semana, los estudiantes pueden producir un texto escrito a mano que puede ser evaluado parcialmente bajo los parámetros de su legibilidad o incluso de su belleza".
Los adultos también pueden mejorar su escritura en sólo semanas con ayuda de libros y de asesoramiento profesional. El co fundador de Apple, Steve Jobs, dijo que si no hubiera tomados clases de caligrafía en la universidad no hubiera pensado en colocar múltiples tipos de letra en las computadoras Mac.
Quizás el mejor argumento para conservar nuestros lápices y bolígrafos es que, en una sociedad que es cada vez más monitoreada, dejaremos mucha información pero muy poco de nuestra personalidad.
Nuestros descendientes quizás quieran hacer el esfuerzo pra tratar de leer nuestras cartas, pero nunca verán la mayoría de nuestros textos o correos electrónicos.