sábado, 29 de agosto de 2009

¿Por qué se suicidan los poetas?

(Foto: Sylvia Plath y sus hijos)

Tomado de El Heraldo
El suicidio ha hecho correr ríos de tinta. Siempre es un enigma doloroso en busca de respuestas. Y mucho más cuando hablamos del universo de las artes y las letras. Hace pocas semanas, Carlos Janin publicaba un ‘Diccionario del suicidio’ (Laetoli, Pamplona, 2009) de más de 400 páginas en cuyo prólogo puede leerse: “Tan malo me parece condenar a muerte como condenar a vivir”.

En Olifante, en su colección Papeles de Trasmoz, Ricardo Fernández Moyano (nacido en Minaya, Albacete, 1954, pero afincado en Zaragoza desde 1992) presenta ‘Poetas suicidas: sensibilidad o supervivencia’, donde analiza las oscuras razones y la compleja casuística del suicidio de un puñado de autores. Moyano empezó a obsesionarse por este asunto a raíz de la muerte de Hilario Camacho en 2006, tras ingerir un envase de ansiolíticos, y de una conferencia sobre Violeta Parra, que puso fin a sus días de un disparo en 1967.

“El suicidio por sí solo es un tema que llama la atención, que una persona decida quitarse la vida es algo terrible. Desde que fui descubriendo que muchos poetas se habían suicidado, me rondaba en la mente profundizar en este tema, y averiguar las causas que pudieron llevarlos a ello y si en sus obras podría haber indicios que aclararan algo del asunto”, dice.

(Foto: Virginia Wolf)
Hace pocos años tuvo éxito una ‘Antología de poetas suicidas, 1770-1985’ (Ardora, 2005), preparada por José Luis Gallero. ¿Por qué se suicidan los poetas? Responde Moyano: “Las causas son las mismas que en el resto de mortales: desengaños, hastío de vivir, vacío interior... En la mayoría de los casos suele haber asociado algún tipo de enfermedad mental. Los escritores suicidas fueron personas con una sensibilidad tan desbordante que los llevó a su propia autodestrucción”. Por lo regular, según el autor, existen dos tipos específicos: los ocasionales, que se suicidan en un momento de ofuscación, depresión o desengaño, y los ‘vocacionales’, que siempre “han tenido en mente la idea del suicidio, e incluso lo han intentado en varias ocasiones.
Al final, acaban por hacer realidad sus planes”.

Moyano es esencialmente poeta y por eso se ha centrado en ellos. Matiza de inmediato: “También nombro a Hemingway, Larra, Ganivet o Virginia Woolf. De ella transcribo la conmovedora carta que dejó a su marido, Leonard”, antes de acabar con su vida en el río Ouse tras llenar los bolsillos de piedras. Quizá exista otra razón sencilla, cuantitativa: “son muchos los poetas suicidas, algunos de ellos con casos muy complicados.

El caso que más me ha conmovido es el de Sylvia Plath: era una mujer guapa, inteligente, con éxito, parece que nadie pensaría que quisiera acabar con su vida, pero su infelicidad matrimonial unida a un trastorno bipolar que padecía la llevó a tomar esa decisión. La fría mañana del 11 de febrero de 1963, preparó el desayuno de sus hijos, abrió la llave del gas y cocinó su propio cadáver”. Plath ocupa la tercera parte del libro junto a los de la portuguesa Florbela Espanca, la brasileña Ana Cristina Cesar, que se tiró desde un séptimo piso, y Pedro Casariego Córdoba. “Me he interesado mucho este último por ser un gran poeta español casi desconocido, con una extensa obra, y además gran pintor. Se arrojó a un tren en 1993. Uno de los pocos que ha puesto sus ojos en él ha sido Bunbury”. Esa vindicación se ha visto enturbiada por la polémica y una precipitada acusación de plagio.

Las formas de suicidio son muy diferentes.
En algunos escritores de una contumacia increíble, como sucede con el ensayista Ángel Ganivet, del que también se habla. “Se arrojó al Duina desde un barco y volvió a tirarse al río después de ser rescatado; Kostas Karyotakis intentó suicidarse ahogándose en el mar pero como era un buen nadador no lo consiguió, al salir escribió una nota desaconsejando a los que sabían nadar intentar suicidarse de esa forma. A la mañana siguiente se pegó un tiro. Cesare Pavese se tomó dieciséis tubos de somníferos. Yávorov, ciego a resultas de un anterior intento de suicidio, ingirió veneno y, por si alguien lo salvaba, se voló la tapa de los sesos”.

(Foto: Paul Celan)
En ‘Poetas suicidas’ se recuerda la extremada juventud de Chatterton, que tomó arsénico a los 17 años, y con él “inicia el suicidio la edad moderna”; la locura alcohólica de Dylan Thomas, que murió tras beber 18 whiskies; otros se arrojaron al Sena como Paul Celan o al Mar de la Plata como Alfonsina Storni, y hallaron su cadáver en la playa de la Perla. “Hay ejemplos para todos los gustos y algunos muy retorcidos pero no hay un denominador común, cada cual tenía sus ‘motivos’: huían de su propia vida, de sus fracasos artísticos, de sus deseos siempre insatisfechos, de su sensibilidad. Eran exploradores de vastos territorios del alma”.

‘Poetas suicidas’ fue redactado en La Casa del Poeta de Trasmoz. “Solo estuve una semana, pero fue una experiencia muy gratificante. Vivir aislado del ruido de la ciudad y, sobre todo, dejarse invadir por el profundo silencio de la noche me ayudaron mucho a poner en orden las ideas para que éste fuera un libro con sentido”, resume Fernández Moyano.

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