martes, 9 de junio de 2009

Elena Poniatowska quiere escribir novelas


Tomado de El Espectador
A un costado de la Parroquia de San Sebastián, una construcción del siglo XVI, en la Colonia Chimalistac, está la casa de Elena Poniatowska. Las calles estrechas y empedradas que la rodean han resultado una barrera para el caos que reina en el resto del Distrito Federal. Parece el lugar ideal para escribir: la tranquilidad de un pueblo con los privilegios de una metrópoli.

Un vigilante me señala el portón con enredaderas. Abre una mujer joven con delantal. Mientras espero que aparezca “la Poni”, como le dice su amigo Álvaro Mutis, aprovecho para husmear en aquella casa apacible. Todas las paredes del primer piso están forradas con anaqueles repletos de libros. Las que no tienen libros, tienen espejos que la hacen ver más amplia. Minutos más tarde baja por unas escaleras con alfombra roja la descendiente del último rey de Polonia, Estanislao II Poniatowski.

¿Cómo vivió la derrota de Manuel López Obrador, a quien había apoyado tanto?
Hace como cinco meses que no veo a López Obrador porque estoy trabajando. Escribí Amanecer en el Zócalo, que es la historia de los 50 días que permaneció la gente en el Zócalo protestando. La gente aguantó y a mí me dio muchas lecciones de vida.

¿Y las antipatías que se ganó por apoyarlo?
Como lo dijo Rosana Fuentes, el que se mete a la cocina sale chamuscado. Recibimos muchos insultos, pero también muchas cartas de apoyo.

¿Le gustan los actuales gobiernos de izquierda de Latinoamérica?
Yo admiro a Evo Morales. Es un gran logro que un indígena boliviano haya llegado al poder, la manera como se enfrenta a las divisiones, a las antipatías y al rechazo de los grandes capitalistas.

¿Qué tanto ha cambiado la Elena que escribió sobre la crisis de ferroviarios a la de hoy?
No ha cambiado. Lo único es que quiero ejercer cada vez menos periodismo y quiero escribir novela, porque siento que me quedan muchos menos años de vida. Ya cumplí 77 en mayo.

¿Cuántas horas escribe cada día?
No puedo decir el número de horas, lo que digo es que es un ritmo totalmente distinto. Puedo estar todo el día sin escribir nada. Pero lo que trato es de vaciar mi cabeza de la trepidación interior que te da el periodismo y adquirir cierta distancia.

¿Qué es lo más difícil de pasar del periodismo al oficio de escritor?
El ritmo del trabajo. El ritmo del periodismo es muy acelerado, de satisfacción inmediata, porque al día siguiente ves tu artículo publicado, luego hay una reacción de los lectores, llamadas telefónicas o emails, y en la novela no hay nada, estás a solas contigo misma. Es una gran aventura frente a la mesa de trabajo. No sabes si lo que estás haciendo vale la pena.

¿De todos los libros que ha escrito cuál es el más logrado?
Absolutamente ninguno, porque si considero que uno está logrado, no seguiría escribiendo.

¿Cómo le va con los computadores a la hora de escribir?
Aprendí muy tarde. En 1986, en Estados Unidos. Recuerdo que el maestro que me enseñó me dijo que él en su larga vida había enseñado a mucha gente y que de todas yo era la considerablemente más inepta para aprender, que porque trataba a la computadora con un respeto infinito, apenas si la rozaba.

¿Qué tanto ha cambiado el oficio con tantas herramientas?
Yo tengo páginas y páginas de cuando corregía capítulos, o cuando los cambiaba de lugar. Yo tecleaba durante horas. Y ahora es muy fácil y ayuda muchísimo. Yo uso papel reciclado que está escrito por detrás.

¿Piensa que ha tenido una vida privilegiada?
Tuve el privilegio de ver varios movimientos sociales sobre los cuales escribí, por ejemplo, el movimiento ferrocarrilero que aparece en El tren pasa primero, luego el movimiento estudiantil de 1968 y varios otros movimientos. Sí ha sido un gran gusto poder ver todos estos acontecimientos, que han sido claves en la vida de México y no se diga en mi propia vida.

Si no hubiera sido periodista al salir del convento, ¿qué profesión habría escogido?
Bueno, yo hubiera sido lo que se llama en México una “niña bien”, me hubiera casado, hubiera tenido muchos hijitos, una mesa muy bonita, una casa muy bonita.

¿Cuándo se truncó ese destino?
Creo que fue en 1955, cuando nació mi primer hijo, que es físico, científico, se llama Mane, Emmanuel.

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