viernes, 19 de junio de 2009

El oficio de editor


José Manuel Lara Bosch (Barcelona, 1946), presidente del Grupo Planeta, el mayor conglomerado editorial del mundo en lengua española reflexiona sobre el oficio

Tomado de La Vanguardia
Se cumplen los 60 años de la editorial Planeta, fundada por su padre. ¿Cómo lo va a celebrar?
No hemos previsto nada, ya celebramos en su día los 50.

¿Dónde estaba usted hace 60 años?
En un parvulario de monjas, las Damas Negras. Después cambié a los Escolapios y más tarde al Liceo Francés, no porque me expulsaran, eh, sino por decisión de mis padres. Por casa siempre andaban escritores, recuerdo por ejemplo a Pío Baroja.

Su padre empezó comprando una editorial por la prensa...
Sí, vio un anuncio en el diario: la editorial Tartessos buscaba un comprador, él calculó que vendiendo el stock que les quedaba ya sacaba más dinero que lo que pedían. le cambió el nombre por el de Lara, pero tuvo problemas y al poco se la vendió a José Janés.

En 1949 fundó Planeta... ...que hoy factura... ...
Las industrias culturales del grupo unos 3.000 millones, aproximadamente, de los cuales 1.800 proceden de los libros y 1.200 de los medios de comunicación. Somos los primeros de habla hispana, y entre los cuartos y sextos del mundo.

Pero, en España, ya no le dejan expandirse mucho más...
El tribunal de la competencia casi no nos deja ni mirar a otras editoriales. Nos dice que hay que velar por el entorno, pero eso depende de qué entorno considere uno. Nos dijeron que teníamos una cuota muy alta de las ventas a crédito, pero eso es acotar un entorno demasiado específico.

¿Qué porcentaje del entorno ocupan ustedes?
En librerías, estamos por encima del 20%. Si suma usted ventas a crédito, quioscos... ya llegamos al treinta y mucho, casi el 40%.

¿Eso sucede en otros países?
No creo.

¿Qué editorial pasará antes a engrosar sus filas, Anagrama, Tusquets o Ediciones B?
Nuestros planes no son comprar más sellos en España. Y esos ejemplos que usted cita... sinceramente, Jorge Herralde podría decir lo mismo que Luis XIV, creo que hasta lo ha dicho ya: ‘Anagrama c'est moi’. Herralde edita lo que quiere, cuando quiere y como quiere, y lo hará mientras esté vivo. La editorial es él y no se ha preocupado de crear un equipo que le suceda. Y, sin Herralde vivo, ¿qué vas a comprar? ¿El fondo? Pero si las ventas de fondo son el 20% de una editorial... No, no, nosotros hemos comprado ahora Editis en Francia, tenemos otros planes de expansión, más europeos.

¿Qué consejos le daba su padre que todavía le sirvan?
Me decía: ‘No te olvides que todos los libros que se acumulan en los almacenes sin venderse son siempre de la última edición’. También: ‘Con la de libros buenos, que estábamos convencidos de que serían un éxito, que no hemos vendido bien, ¿por qué te vas a complicar la vida editando libros que no crees que tengan salida?’.

¿Qué es un editor?
Esa pregunta tan difícil me la hicieron mis dos hijos un día, cuando eran críos: ‘Papá, si tú no escribes los libros ni los imprimes, ¿qué haces?’ Y les respondí algo afortunado, que todavía me sirve: pongo en contacto a alguien que tiene algo que decir con el mayor número de personas dispuestas a escucharle.

¿De dónde saca el tiempo para leer?
Ah, eso no me lo quita nadie. Yo tengo vocación de estudiante. sucede que, a partir de una edad, ya no te dejan ejercer tanto. Pero este fin de semana me he leído cuatro libros.

¿Cuáles?
Las galeradas del libro de Mario Conde donde explica su estancia en prisión, que aparecerá el próximo otoño. El ensayo de Javier Cercas sobre el 23-F, Anatomía de un instante. El de José María Calleja sobre El Valle de los Caídos. Y unas pruebas de una novela de Maria de la Pau Janer que aparecerá dentro de unos meses, este año o el que viene.

¿Qué me dice? ¿Y no le ha hincado el diente al último Larsson?
Sí, sí, voy por la página 350. Ya he roto el libro y todo.

¿Cómo?
Sí, estos libros tan gordos los rompo para poder leerlos mejor, en tres o cuatro partes. Luego, si me ha gustado, me compro otro para la biblioteca de casa. Antes, de joven, los rompía muy fácilmente, con la fuerza de la mano me bastaba pero ahora me cuesta. De hecho, con este Larsson tuve que pedirle un estilete a mi secretaria para cortar el lomo. Se quedó muy extrañada al verme proceder, exclamó: ‘¡¿Pero qué hace?!’.

Usted, a diferencia de Herralde, sí que ha pensado en su sucesión y ya tiene a su hijo trabajando en el grupo.
Sí, hace cinco años. Yo no voy a cumplir los 70 como presidente ejecutivo del grupo. Presidiré la junta de accionistas, tendré un cargo honorífico y, hala, que me saquen en las procesiones: para los premios Planeta, para dar entrevistas...

¿Y qué hará?
Me quedaré –o crearé– una de las editoriales más pequeñas y rupturistas del grupo, para volver a hacer de pequeño editor, de publisher, volver a decidir las cubiertas de un libro, volver a pisar la imprenta, sentir los olores... Cuando me dediqué plenamente a ello fue la época de mi vida en que más me divertí. Dejaré de ser empresario para volver a ser editor-editor, editor de calle. Tengo fecha, pero no se lo diré

¿Es verdad que la crisis no les afecta?
Cuesta de creer...Afecta mucho a las ventas directas a particulares, a las ventas a crédito, esas cosas... pero no a las ventas en librerías. Mi gran duda es si este año el mercado va a subir o bajar dos puntos. Ojalá todas las lágrimas de este mundo fueran por eso, ¿verdad? Nosotros, además, como tenemos unos cuantos libros de éxito, de hecho, de enero a mayo hemos vendido un 10 por ciento más que en el 2008. Nuestras librerías de Casa del Libro venden un 3 o un 4 por ciento más. El lector de libros es muy fiel, no deja de comprarlos.

Se oyen críticas a que cada vez más se concentran todas las ventas en unos pocos títulos...
Vender tantos libros como hacen ahora Zafón, Larsson o Falcones era absolutamente impensable hace tan sólo diez años. Está claro: hay más gente que lee. La mayoría no lee cuatro libros en un fin de semana, sino cuatro libros al año, y esos lectores tienden a comprarse las mismas novelas, las que han conseguido conectar con la gente. Y uno ya puede hacer campañas de marketing y lo que quiera, que al final lo que cuenta es el boca-oreja. Quien manda es el lector.

¿No se rebela nunca contra el público? ¿No cree que deberían haber escogido otro libro?
¿Yo? El cliente siempre tiene razón, para un editor. Que los catedráticos y críticos literarios diluciden qué libros son buenos y qué libros son malos. Ellos están mucho más capacitados que yo para opinar sobre la calidad. Yo solamente puedo decirle si un título es apropiado para el público al que va dirigido. Yo no soy nadie para decir que un libro es bueno o malo, sería una petulancia.

Los cambios en el sector son constantes...
Lo han sido siempre. Recuerdo la impresión que me causó en su día ver que, en el mercado de las enciclopedias, ya no estaba compitiendo con otras editoriales, sino con el mismísimo Bill Gates. También cambian los gustos de los lectores, porque has de ser un gran autor, un auténtico clásico, para gustar a lectores de tres o cuatro generaciones, lo normal es que al morirse tus lectores dejes de vender libros. La gangrena de Mercedes Salisachs fue rompedora en su día y hoy parece un libro de monjas. Eso pasa, es la vida.

¿Y cómo ve Internet?
En EE.UU. –el país líder– las ventas de libros por Internet suponen un 15%, que es una buena cuota pero no espectacular ni dominante. Estamos estudiando la posible incidencia del libro digital, pero de momento observamos que el hábito del libro en papel está muy arraigado. Intentamos que no nos suceda como a la industria discográfica, que no prepararon un modelo alternativo a tiempo.

¿La piratería es preocupante?
Absolutamente, es un grave problema cultural. Por ejemplo, ya no se hacen grabaciones en estudio de grandes orquestas filarmónicas como las que hacía Von Karajan, porque ya no hay quien recupere la inversión. Yo entiendo la obsesión por pagar menos, sé que las aerolíneas low cost, los hoteles sin personal... son una tendencia al alza porque el consumidor prima el precio por encima de otros factores. Eso es razonable y lógico: ofrecer el producto al menor precio posible. Pero lo que no podemos consentir es el precio cero, un mundo donde no exista la propiedad intelectual y no sea delito robar. No soy partidario de culpar al usuario, sino al que piratea, a los señores que, por ejemplo, tienen las 40 webs que hay en España desde donde se bajan el 80% de las copias piratas de cine, porque estos señores se sabe quiénes son, tienen nombre y apellidos, y ellos sí hacen negocio, poniendo anuncios en sus webs, curiosamente de empresas vinculadas a los grandes operadores de telefonía, muy interesados en que haya mucho tráfico en la red. Esto tenemos que cortarlo, pero al usuario no hay que castigarle, hombre, porque va a ser mi cliente y yo no quiero putearle, solamente concienciarle de que, si no paga un poquito, solamente un poquito, los músicos no van a poder grabar discos y los escritores tendrán que buscarse otro trabajo.

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