martes, 7 de abril de 2009

Las cartas más tristes de Cortázar


Aparece la correspondencia del escritor y su mujer con una traductora, en la que cuenta con dolorosas palabras sus tres últimos años de vida

Tomado de público.es
Cortázar vive enterrado en una montaña postal, "como un personaje de Samuel Beckett", dice fatigado de los viajes, de las exigencias de un autor consagrado y de una enfermedad que ignora lleva dentro. "Las palabras son crudas, brutales, no dan por un lado lo específico de una situación, pero sí son ciertas; lo específico también está condicionado por ellas. Hace casi un año que sé, y soy la única en saberlo fuera de los médicos, que Julio tiene una leucemia crónica. Él no lo sabe, no lo tiene que saber, porque siendo como es, su mejor esperanza de vivir más y bien es no saberlo", escribe su segunda mujer, Carol Dunlop, el gran amor del autor de La vuelta al día en ochenta mundos (1967).
Carol se carteó durante tres años con la mayor sinceridad con Silvia Monrós-Stojakovic, traductora de Cortázar al serbocroata, y en ellas descubre la tragedia que guarda en silencio. En agosto de 1981, le cuenta que "hace tiempo que no tiene tiempo de escribir" y que, a pesar de las recomendaciones de su médico personal, "nunca más Julio volverá a vivir el infierno de la reanimación si no hay esperanza".
En esa misma extensa carta, Dunlop asegura a Silvia que nadie sabe cuánto tiempo puede durar la enfermedad. "Yo creo, realmente creo, que serán años y años. Tal vez entre tanto tomaremos en el buen momento el mal avión".

Tocado y hundido
Pero antes de la llegada de ese supuesto accidente aéreo que ayudaba a soportar la posibilidad de una muerte por enfermedad, ocurriría el fallecimiento de la propia Carol Dunlop. "Silvia, recibo hoy tu postal de Túnez. Lo que tengo que decirte es horrible: Carol murió el 2 de este mes [noviembre de 1982], después de dos meses en el hospital donde nada pudieron hacer para salvarla", escribe hundido Julio Cortázar a la traductora. "Estoy en un pozo negro y sin fondo. Pero no pienses en mí, piensa en ella, luminosa y tan querida, y guárdala en tu corazón".
Desde entonces, un Cortázar dolorido, consciente de su inminente final, triste por la muerte de su amor, con un ánimo "todo lo bien que se puede estar después de este año tan hueco y triste". Son las cartas a una casi desconocida, en las que todos se entregan sin gracias ni mercedes. Es la correspondencia inédita hasta el momento, que recupera la editorial Alpha Decay en un sugerente libro (Correspondencia. Julio Cortázar, Carol Dunlop. Silvia MOnrós-Stojanovic), que aparecerá el 16 de abril en las librerías.
Como se apunta en la nota a la edición, Dunlop, norteamericana, y Monrós, serbia, se comunicaban en un castellano peculiar. La primera empezó a aprender castellano "de oídas" apenas dos años antes de que estas cartas fueran escritas. La segunda hablaba ya un castellano casi perfecto. Pero ponía menos cuidado cuando lo escribía, por lo que se observa en su sintaxis y ortografía. Aun así, los editores decidieron conservar esas "peculiaridades y errores", y realizar correcciones en casos en los que corriese peligro la comprensión del texto. El tono franco de las dos autoras se ha mantenido gracias a la decisión.

En carne viva
A lo largo de la lectura de estas nueve cartas y postales del escritor argentino, más cinco cartas de Dunlop y otras tantas de Silvia, la traductora suele acudir a la actualidad en Belgrado en sus escritos y a los problemas de traducción que le acarrea Rayuela: "He notado, sobre todo al traducir tus textos, que una de las palabras que empleas con preferente frecuencia es el verbo agazapar. La otra es el verbo rebasar".
Carol, mucho más entregada a la necesidad de hablar de sentimientos, descarna pronto sus palabras y le confiesa que le diagnosticaron un "pequeño principio de cáncer; me lo sacaron y aunque el tratamiento que tuve después era bastante deprimente, parece que ha sido eficaz. Tampoco podía decir la verdad a Julio, estaba todavía muy golpeado por su experiencia del verano e incluso sin esto no sé si se lo hubiera dicho".
Al poco, en la misma misiva, retoma la alegría y le habla de ese gran proyecto que cerrarán juntos: Los autonautas de la cosmopista. Esa locura tan divertida, que les llevó a parar en todos los parkings que se encontraran en la autopista del Sur que une Marsella con París. Un mes en recorrer 800 kilómetros aproximadamente. "Nos divertimos como locos. Los locos que somos". Corta la descripción para apuntar a Silvia que le seguirá escribiendo en otro momento, porque "el grandote dice que ya es hora del trago de la tarde". Por cierto, beben vino porque "calcularon mal" la ración de whisky.
Se despide con un flashazo muy gráfico de cómo trabajó Cortázar ese viaje tan peculiar: "Julio te manda cariños. Está escribiendo a máquina también, sentado atrás, y tiene la mesita que nos sirve cuando llueve, como es el caso ahora. Estoy yo muy bien instalada en el asiento de pasajero adelante y mi máquina está en el del conductor. Todo perfecto. Pero tememos que en uno de estos algún viajero bien intencionado nos mande un psiquiatra en el próximo peaje".
Tras la satisfacción vuelven los asuntos más duros: la inevitable hepatitis de Cortázar ("inevitable después de haber recibido tanta sangre ajena"); el "esqueleto de vieja" de Carol, que le impide encontrarse con "mi cuerpo" y le hace imposible escribir la larga carta que quiere dedicarle a su amiga. "Mientras a mí me arden los huesos, Julio anda con un resfrío. Pero fuera de ello está muy bien y ya casi no hace la mimosa y sabe que si le ocurre disfrazarse de viejo, como intentó hacerlo dos o tres veces durante la convalecencia, le doy una palisa de joven".

Habitar la soledad
Después, el silencio. Y la llegada del Cortázar más triste, del escritor más harto de su cuerpo. "No tengo planes y sólo pienso en terminar el libro que hicimos juntos Carol y yo, y que tengo que completar yo solo ahora. Se lo debo, quiero que salga, en este momento es mi única manera de seguir junto a ella, hablándole y escuchándola". Ella tenía 30 años menos que él. Él estaba terriblemente enamorado, incapaz de salir adelante. "Silvia, no te escribiré más por hoy, me cuesta hacerlo, estoy tan solo y tan deshabitado".
Julio murió de leucemia a los 69 años de edad, en 1984, en el Hospital Saint Lazare, después de diez días de cama, y dos años después del fallecimiento de Carol Dunlop. En la última carta que se recoge en este fantástico libro, fechada en noviembre de 1983, reconoce a Silvia Morós-Stojakovic que anda mal de salud "y no puedo escribirte largo, tengo que quedarme en París hasta que me curen y pueda viajar otra vez a Nicaragua".
Esa fue una obsesión que aparece una y otra vez en las líneas a tres bandas, la del viaje, la de la marcha incansable a pesar de todo.

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