viernes, 27 de febrero de 2009

Contra algo más que un techo de cristal

Caracas, 24 de abril de 2006
La pobreza lleva género y rostro de mujer. El mundo debe terminar con ese oscuro círculo
A comienzos de los años noventa una inquietud quedó plasmada en un artículo de Gabriel García Márquez. "Lo único realmente nuevo que podría intentarse para salvar la humanidad en el siglo XXI es que las mujeres asuman el manejo del mundo". Y posiblemente eso que escribió el Gabo ocurra en los próximos cien años, una vez que se logre romper el círculo gracias al cual la mayoría de las personas que viven hoy en pobreza, desempleo o con malas remuneraciones son precisamente las mujeres.
El llamado Glass Ceiling o Techo de Cristal es una fórmula que ha tratado de representar a esa serie de factores, casi etéreos, debido a los cuales la mujer no logra escalar a posiciones de alto rango, llegar al centro del poder y de la toma de decisiones.
Aunque organismos internacionales sostienen que se han dado hechos sustanciales que indican un avance del género femenino en el mundo laboral y hacia su dignificación social, las cifras son decepcionantes. El Banco Mundial reporta que dos tercios de los analfabetos del planeta son mujeres y niñas, y que 70% de las mujeres viven en pobreza.Las trabajadoras apenas suman 40% de la población económicamente activa en las áreas urbanas de América Latina y sólo han podido acceder a entre 1 y 3% de los puestos ejecutivos de las más grandes empresas, revela la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Diez años atrás estas estadísticas eran peores.

Palabra empeñada
Según la OIT, actitudes y prejuicios organizativos arman el entramado de ese freno social. Factores culturales, que terminan traduciéndose en discriminación, son el elemento clave de esta realidad.
Cada día más mujeres se incorporan como piezas fundamentales a la economía mundial, pero siguen siendo únicas responsables de sus hogares y cargan con el peso de la maternidad, lo que, además de las responsabilidades que implica, hace que muchos empleadores las vean como un costo laboral indeseado. Para la OIT este hecho sirve para justificar la diferencia de casi 36% en los sueldos entre hombres y mujeres en América Latina.

Existen compromisos claros por parte de ciertas naciones para tratar de romper esta situación y garantizar la equidad entre hombres y mujeres.
En los llamados Objetivos de Desarrollo del Milenio, fijados el año 2000 por los miembros de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) como reto para el 2015, se estableció la necesidad de equidad entre los géneros y de autonomía de la mujer. Se concluyó que este punto es básico para el crecimiento económico y para reducir la pobreza. Pero hay un gran pesimismo acerca de la posibilidad real de que se cumpla la meta en la fecha prevista.
El BM habla de que faltan esfuerzos por parte de los gobiernos para alcanzar resultados en este sentido. Se requieren apoyo financiero y voluntad política para acometer la tarea.

Tubo de ensayo
En la Unión Europea, por ejemplo, hacen lo propio para avanzar hacia "la participación equilibrada de hombres y mujeres en la actividad profesional y en la vida familiar".
Se han propuesto, entre otras cosas, un reparto equilibrado entre los trabajadores -hombres y mujeres- de los cuidados que deben prestar a los hijos y a otras personas que son dependientes de ellos. Es decir, que intentan repartir las cargas tanto laborales como familiares entre ambos géneros. Con medidas de este tipo no sólo se persigue "compensar la desventaja de las mujeres por lo que se refiere a las condiciones de acceso y participación en el mercado de trabajo" sino "avanzar hacia el desarrollo de la sociedad", dictaminó la UE. La UE hace un seguimiento constante de este plan, pero los logros son lentos. En la revisión de febrero de 2005 se notó que las diferencias salariales entre hombres y mujeres se mantenían intactas así como la proporción de desempleo en uno y otro género.

Los retos
Algunos nombres en la escena mundial parecen dar cuenta de una reciente escalada femenina hacia el poder. Michelle Bachelet en Chile, Elle Johnson-Sirleaf en Liberia, Gloria Macapagal en Filipinas, Mary Mcaleese en Irlanda, Tarja K. Halonen en Finlandia, y Vaira Vike-Freiberga en Letonia conforman el cuadro de mujeres jefes de Estado en el planeta, quienes están acompañadas en la lista de liderazgo sólo por otras cuatro mujeres que fungen roles de primeras ministras. Pero en el mundo existen cerca de 198 países.
La realidad hace obvio que se necesitan planes apuntalados por los gobiernos para que las mujeres no sólo asciendan a cargos de alta relevancia sino para que logren empleos dignos y salarios justos.

Entre otras muchas cosas, hay que garantizar el reconocimiento de la responsabilidad compartida sobre los hijos y la familia entre hombres y mujeres. Los Estados deben garantizar educación sin restricción de géneros y abrir la participación femenina en oficios tradicionalmente de hombres; y revisar los sistemas de seguridad social, especialmente el de pensiones, para que respondan a las características de la mujer que, por sólo mencionar un aspecto, suele vivir más años que su compañero.
Algunos se atreven a señalar que será después de 2050 cuando se comenzará a sentir la equidad entre hombres y mujeres. Algo más de 40 años para revertir creencias y prejuicios, una carga cultural que le ha robado a las mujeres el manejo del mundo hasta hoy.

Temas pendientes
  • Diversos países avanzan hacia el establecimiento de normas que garantizan la equidad familiar y laboral de los trabajadores hombres y mujeres, pero se enfrentan al gran reto de no crear una letra legislativa que termine traduciéndose en costos para las empresas y, en consecuencia, en una forma de discriminación hacia uno u otro género.


  • Las proyecciones demográficas hacen más pronunciada la tendencia actual según la cual las mujeres viven más años y suelen sobrevivir a sus compañeros. Este elemento se está incorporando a las discusiones para revisar los sistemas de seguridad social y, en especial, de pensiones para que atiendan adecuadamente las necesidades femeninas.

Por Carmen Rosa Gómez

El Universal

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